¿QUÉ PRETENDE EL
RÉGIMEN?
Gehard Cartay
Ramírez
Hay que preguntarse qué pretende el
régimen con su absoluto desprecio por la gravísima tragedia que sufrimos hoy.
¿Pretende un gran estallido social, un
autogolpe o un golpe de Estado? Y no hablo de una guerra civil, porque para que
la hubiere tendrían que existir dos bandos armados. Aquí, como se sabe, sólo
tienen armas el régimen y los malandros. Y el armamento de la República, que
tiene en custodia la Fuerza Armada Nacional, no podría en teoría ser usado
contra el pueblo, aunque nunca se sabe.
Pareciera que la cúpula podrida que manda
se siente desahuciada y rebasada por la crisis que creó a partir de 1999. Sabe
que se le acabó su margen de maniobra. Sabe que nada o casi nada puede hacer ya
para siquiera paliar la hecatombe económica y social que hoy sufrimos en
Venezuela. Y debería saber -aunque muchos chavistas concientes sí lo saben- que
el régimen es el verdadero problema y que no habrá solución si no es desplazado
del poder cuanto antes.
A estas alturas, esa cúpula no tiene
perdón por el infierno en que nos ha metido a todos, sin incluirlos a ellos,
con millones de dólares dentro y fuera del país, robados a los venezolanos. Nos
han saqueado como jamás antes lo hizo gobierno alguno. Porque nunca antes
nuestro país recibió los ingresos milmillonarios por venta de petróleo como los
que ha percibido el actual régimen desde hace una década.
Porque no hay que olvidar que con un precio
promedio de 100 dólares por barril petrolero (entre 1994 y 1999, gobernando
Caldera, fue de nueve dólares/barril), este régimen ha dilapidado y robado más
de 990 mil millones de dólares, una montaña de dinero que nos habría resuelto
todos -sí, amigo lector, ¡absolutamente todos!- nuestros problemas. Con mucho
menos de esa cantidad fueron reconstruidos Europa y Japón, luego de la Segunda
Guerra Mundial.
Y sin embargo, hoy sufrimos una absurda tragedia
humanitaria, sin comida, ni medicinas suficientes, con la inflación más alta y
los salarios más bajos del mundo. El gran crimen del chavismo es habernos
empobrecido a todos, porque, al fin y al cabo, eso es lo que hace la inflación:
al encarecerse el costo de la vida, nuestros ingresos se encogen simultáneamente.
El resultado no es otro que el empobrecimiento general.
En tales circunstancias la existencia a
los venezolanos se nos ha vuelto una pesadilla. Hoy los pobres son más pobres
que antes (a pesar del discurso oficialista que dice lo contrario y repetido
aún por algunos opositores pendejos) y la clase media está en camino a su
extinción. ¿Cómo puede hoy un profesional promedio, por ejemplo, comprar una
vivienda o un carro -algo que se hacía en la República Civil, entre 1958-1999,
sin mucha dificultad- y hoy es sencillamente imposible? Menos puede hacerlo un
obrero con su sueldo mínimo y, desde luego, le está prohibido a cualquier pobre
desempleado.
Para empeorar aún más las cosas está
también la tragedia de la inseguridad. Aquí pocas veces habíamos presenciado
tanto irrespeto por la vida de los venezolanos y sus bienes. A nuestra gente la
están matando como si fueran moscas: más de 300.000 asesinatos desde 1999. No
hay quien no haya sido robado en su casa o en la calle. No hay respeto a la
propiedad privada. Delincuentes y malandros invaden finas y terrenos
particulares. Y la ley es letra muerta.
Está también el viacrucis de los
servicios públicos: escasea el agua potable en todas partes, a pesar de que
somos un país con inmensas riquezas acuíferas, y hay suficientes demostraciones
de que marchamos a un colapso del servicio de energía eléctrica. Y pensar que
antes de 1999 Venezuela exportaba electricidad y existía un servicio de agua
potable bastante eficiente.
Sin embargo, la cúpula podrida que manda
nada hace por enfrentar todos estos problemas. Por el contrario, deja que se
agraven hasta que lleguemos al colapso final. La pregunta, insisto, es qué buscan
acelerando todo este caos ya insoportable.
Resulta ya obvio que aquí puede
producirse un gravísimo estallido social, dada la arrechera y la indignación de
la gran mayoría de los venezolanos. Si el régimen está jugando a ello, debería
saber que un turbión de esa naturaleza se los llevará en los cachos a ellos
mismos. Y lo de un supuesto autogolpe les abriría la puerta a todos los
demonios, al igual que cualquier otra salida golpista y militarista.
El cambio de la cúpula podrida, por lo
tanto, tiene que popular, democrática y urgente. No hay otra opción. Pero debe
ser ya mismo.
@gehardcartay
LA PRENSA de Barinas (Venezuela) - Martes, 08 de marzo de 2016