sábado, 12 de julio de 2014

LA OFENSIVA MILITARISTA



LA OFENSIVA MILITARISTA

Gehard Cartay Ramírez
 “Es insoportable el espíritu militar en el mando civil”.
Simón Bolívar
Carta al General O´Leary, 13 de septiembre de 1829.
“Un militar no tiene virtualmente que meterse sino en el Ministerio de las Armas”.
Simón Bolívar
Carta al general Santander, 26 de abril de 1826.
“El sistema militar es el de la fuerza y la fuerza no es el gobierno”.
 Simón Bolívar
Carta al canónico Cortés de Madariaga, 26 de noviembre de 1826.
“Un soldado feliz no adquiere ningún derecho para mandar a su patria. No es el árbitro de las leyes ni del gobierno; es el defensor de la patria”.
Simón Bolívar
Discurso en el Convento de los Franciscanos, 2 de enero de 1822.

Bolívar fue un permanente y contumaz adversario del militarismo.
¿Habrá otro venezolano -militar y guerrero como lo fue él- más autorizado para opinar sobre el tema? Lo dudo, amigo lector. Por eso mismo, los epígrafes suyos que cito antes definen, sencilla y sintéticamente, lo que es el militarismo.
Por desgracia, han sido los regímenes militaristas los que más han utilizado en su provecho la figura del Libertador. No es casual que se haya exaltado abusivamente al Bolívar militar, y no al Bolívar civil, estadista, magistrado, legislador y hombre de ideas. Sin embargo, allí están sus opiniones en contra de los regímenes militaristas y favor de los civilistas, y a ellas deberían ceñirse los jefes militares que hoy actúan politiqueramente y pretenden poner a la institución armada al servicio de una parcialidad política.
Hay que diferenciar, por supuesto, a la institución militar del militarismo. Este constituye una desviación que implica desnaturalizar la función estrictamente constitucional y  profesional de la Fuerza Armada al servicio de la Nación, para convertirla en un instrumento en beneficio de un sistema autoritario y antidemocrático.
Una cosa muy distinta es, por supuesto, el papel activo y cada vez más necesario de la Fuerza Armada en los planes y programas del desarrollo nacional, sobre todo a los fines de aprovechar su capacidad técnica, profesional y organizativa; y otra la predeterminada intención de convertirla en el brazo armado de una parcialidad política, en violación del artículo 328 de la Constitución, como ahora ocurre. Esa concepción corresponde a regímenes dictatoriales, abiertos o encubiertos, y no a una democracia.
Lamentablemente, desde el mismo momento en que Chávez y su logia golpista irrumpieron contra la democracia en 1992 renació en Venezuela la amenaza militarista.
Veníamos de cuarenta años ininterrumpidos en los cuales se había institucionalizado la sujeción de las Fuerzas Armadas al poder civil, nacido de la voluntad popular. Aquel proceso, iniciado en 1958, constituye un período excepcional en nuestra historia republicana, cuya característica recurrente había sido el militarismo como forma de gobierno durante casi todo el siglo XIX y la primera mitad del siglo XX.
Estas reflexiones vienen al caso, una vez más, a propósito de otras medidas del régimen en torno al papel de la Fuerza Armada. La primera, una descabellada decisión de Tribunal Supremo rechazando una acción que exigía el acatamiento del artículo 328 de la Constitución, a fin de que la institución armada cumpla su obligación de “estar al servicio exclusivo de la Nación y en ningún caso al de persona o parcialidad política alguna”. Sin embargo, el TSJ desconoció esta norma constitucional y señaló que los militares pueden participar libremente en actos de militancia o proselitismo político, lo que abre la puerta a su abierta partidización y su consiguiente destrucción como institución al servicio de la Nación.
La segunda decisión es la nueva Ley de Registro y Alistamiento para la Defensa Integral de la Nación, que consagra de manera inconstitucional un registro militar obligatorio de los venezolanos entre 18 y 60 años. Y la tercera, la creación de “brigadas contra grupos generadores de violencia”, aberración que consagra la tesis del “enemigo interno”, a la que apelaron las dictaduras militares del cono sur y utiliza aún la tiranía castrocomunista cubana para perseguir y aniquilar a los disidentes.
El militarismo siempre ha sido un peligroso enemigo de la democracia y de la libertad. No en balde se sostiene en taras como la obediencia ajena al debate democrático, la xenofobia, la uniformidad del pensamiento, la autoridad indiscutible, el verticalismo, la amenaza a la diversidad y el culto a las armas. Un régimen que se sostenga sobre tales bases no puede ser otra cosa que una dictadura.
Y ello para no hablar de otras perversiones, como esa sostenida por el general Padrino en su discurso del 5 de julio pasado, al afirmar que la Fuerza Armada es “chavista”. La Fuerza Armada sólo tiene un adjetivo y no es otro que el de venezolana.
Hay que estar, pues, en guardia frente a la ofensiva militarista que desde hace 15 años pugna por oprimirnos.
  @gehardcartay
LA ´RENSA de Barinas - Martes, 08 de Julio de 2014.