LA OFENSIVA MILITARISTA
Una cosa muy distinta es, por supuesto, el papel
activo y cada vez más necesario de la Fuerza Armada en los planes y programas
del desarrollo nacional, sobre todo a los fines de aprovechar su capacidad
técnica, profesional y organizativa; y otra la predeterminada intención de
convertirla en el brazo armado de una parcialidad política, en violación del
artículo 328 de la Constitución, como ahora ocurre. Esa concepción corresponde
a regímenes dictatoriales, abiertos o encubiertos, y no a una democracia.
Veníamos de cuarenta años ininterrumpidos
en los cuales se había institucionalizado la sujeción de las Fuerzas Armadas al
poder civil, nacido de la voluntad popular. Aquel proceso, iniciado en 1958, constituye
un período excepcional en nuestra historia republicana, cuya característica recurrente
había sido el militarismo como forma de gobierno durante casi todo el siglo XIX
y la primera mitad del siglo XX.
Estas reflexiones vienen al caso, una vez más, a propósito de otras
medidas del régimen en torno al papel de la Fuerza Armada. La primera, una descabellada
decisión de Tribunal Supremo rechazando una acción que exigía el acatamiento
del artículo 328 de la Constitución, a fin de que la institución armada cumpla
su obligación de “estar al servicio exclusivo de la Nación y en ningún caso al
de persona o parcialidad política alguna”. Sin embargo, el TSJ desconoció esta
norma constitucional y señaló que los militares pueden participar libremente en
actos de militancia o proselitismo político, lo que abre la puerta a su abierta
partidización y su consiguiente destrucción como institución al servicio de la
Nación.
La segunda decisión es la nueva Ley de Registro y Alistamiento para
la Defensa Integral de la Nación, que consagra de manera inconstitucional un
registro militar obligatorio de los venezolanos entre 18 y 60 años. Y la
tercera, la creación de “brigadas contra grupos generadores de violencia”,
aberración que consagra la tesis del “enemigo interno”, a la que apelaron las
dictaduras militares del cono sur y utiliza aún la tiranía castrocomunista
cubana para perseguir y aniquilar a los disidentes.
El militarismo siempre ha sido un peligroso enemigo de la
democracia y de la libertad. No en balde se sostiene en taras como la
obediencia ajena al debate democrático, la xenofobia, la uniformidad del pensamiento,
la autoridad indiscutible, el verticalismo, la amenaza a la diversidad y el
culto a las armas. Un régimen que se sostenga sobre tales bases no puede ser
otra cosa que una dictadura.
Y ello para no hablar de otras perversiones, como esa sostenida
por el general Padrino en su discurso del 5 de julio pasado, al afirmar que la
Fuerza Armada es “chavista”. La Fuerza Armada sólo tiene un adjetivo y no es
otro que el de venezolana.
Hay que estar, pues, en guardia frente a la ofensiva militarista
que desde hace 15 años pugna por oprimirnos.
@gehardcartay
LA ´RENSA de Barinas - Martes, 08 de Julio de 2014.