EL 24 DE DICIEMBRE PASADO SE CUMPLIERON 70 AÑOS DE LA FUNDACIÓN DE LA JUVENTUD REVOLUCIONARIA
COPEYANA (JRC), UNA DE LAS JUVENTUDES POLÍTICAS MÁS AGUERRIDAS QUE
RECUERDE LA HISTORIA VENEZOLANA
Esa escuela política nos enseñó el valor de la confrontación democrática, pero también el del debido respeto por las ideas ajenas, la tolerancia frente a las diferencias, la imprescindible necesidad del relevo y la rotación en el liderazgo, la primacía del diálogo con los contendores y el sentido exacto de que la lucha política no es una guerra de exterminio, sino una competencia donde se gana y se pierde, por lo que el triunfador siempre está obligado a respetar al vencido y a valorarlo como alguien necesario.
Durante la penúltima dictadura (1948-1958), sus líderes más importantes fueron expulsados del país (Herrera Campíns, Cárdenas, entre otros) o presos (Cárdenas, Pedro Pablo Aguilar, Hilarión Cardozo y otros) y al retornar la democracia en 1958 la juventud copeyana mantuvo su papel protagónico de primer orden frente a las fuerzas marxistas durante el gobierno del "Pacto de Puntofijo" siendo presidente Rómulo Betancourt (1959-1964) y aún despúes, a pesar de que ya el partido no estaba en ejercicio del gobierno.
Pero la lucha estaba planteada entonces en el campo ideológico, ya que eran dos cosmovisiones y dos planteamientos doctrinarios los que se confrontaban, tanto en el campo de las ideas como en el terreno de los hechos. El combate se libraría, en algunas ocasiones de manera encarnizada y violenta, ya en las calles o en los centros de estudio, y no era solamente una lucha muchas veces cuerpo a cuerpo, hombre a hombre. También era una confrontación, insisto, fundamentalmente ideológica, de la cual saldrían finalmente airosos los jóvenes socialcristianos, tal como lo ha demostrado fehacientemente la historia, vista desde la madura perspectiva del tiempo.
Aquellos jóvenes marxistas fracasaron entonces en su empeño y muchos se frustraron tempranamente, mientras quienes los enfrentamos desde la opciones demócrata cristiana y social demócrata nos sentiríamos luego asistidos por la razón histórica, al producirse la caída del Muro de Berlín en 1989 y, consecuencialmente, el derrumbe de la Unión Soviética y de la Europa Comunista, a lo que habría que agregar la conversión de China Comunista en una economía capitalista salvaje y la comprobación inevitable de que la revolución cubana sólo había sido una gigantesca mentira y una gran estafa ideológica.
Se podría decir, en síntesis, que aquella competencia entre los jóvenes socialcristianos y marxistas fue una dura lucha entre la democracia y la subversión. Ese era, ni más ni menos, el dilema de entonces. Unos luchábamos por fortalecer el sistema democrático de libertades y derechos humanos iniciado en 1958, y los otros por conducirlo hacia un régimen socialista-marxista, calcado del esquema dictatorial montado por Fidel Castro en la isla cubana, ensayo que por entonces concitaba sólidos y entusiastas apoyos entre la juventud y la intelectualidad internacional, la mayoría de los cuales, pocos años después, terminaron abandonándolo y abjurando ante una de las dictaduras más abyectas de los tiemposesde modernos.
Por lo demás, durante el primer gobierno del presidente Caldera, buena parte de los guerrilleros y terroristas de aquellos tiempos abandonaron su equivocada estrategia y se insertaron dentro del juego democrático, gracias a la política de pacificación que se impondría en el país a partir de 1969. Este hecho habla, por sí solo, sobre la justicia y la fuerza de los ideales que desde entonces y por siempre hemos sostenido los jóvenes de ayer y de hoy en Copei.