lunes, 18 de marzo de 2013

LA SIEMBRA DEL BUEN SOÑAR

DISCURSO DE ORDEN PRONUNCIADO POR EL DIPUTADO
 GEHARD CARTAY RAMIREZ
 ANTE EL CONCEJO MUNICIPAL DEL DISTRITO ALBERTO ARVELO TORREALBA DEL ESTADO BARINAS.

(Sabaneta, 19 de Abril de 1981)

Grato y alto honor el que me hace el Ilustre Concejo Municipal del Distrito Alberto Arvelo Torrealba en este día.
Lo acepto gustosamente. Nos congregan en esta reunión dos circunstancias, afortunadas ambas. Fue un 19 de abril de 1810 cuando iniciamos nuestro tránsito histórico hacia la libertad, hace ya 171 años. Y fue también un 19 de abril de 1975 cuando nació este Distrito Arvelo Torrealba, mediante acuerdo aprobatorio de la Asamblea Legislativa del Estado Barinas.
La feliz coincidencia de estos dos hechos me obliga a hacer referencia a la importancia de ambos. Hay extraordinaria yuxtaposición entre las dos fechas que hoy celebramos. Si aquél 19 de abril de 1810 fue la génesis de la independencia, este de 1975 constituye el inicio institucional de un Distrito llamado a ser el pivote central de nuestro desarrollo agrícola. Y si este 19 de abril de hace apenas seis años ha servido para consolidar y fomentar la mística y la capacidad de soñar de los hombres y mujeres de este paño de tierra barinesa, el otro, el de 1810, sirvió también para templar el coraje y la resuelta decisión de ser libres que caracterizaron a los patriotas del Ayuntamiento caraqueño aquel Jueves Santo convulsionado y nervioso.
Ambos, uno y otro acontecimiento, tienen además un elemento común: la presencia determinante del Cabildo, el de antes y el de hoy. Aquel Ayuntamiento caraqueño de 1810 fue capaz de destituir al gobierno de Vicente Emparan y nombrar en su lugar una Junta Autónoma de Gobierno. Este Ayuntamiento de hoy, en cuyo seno hacemos estas reflexiones, ha sido capaz de iniciar el difícil camino institucional de echar a andar la administración municipal y de organizar la nada fácil y compleja estructura de servicios y obras que implican modernamente todo Concejo Municipal.
Ambas actitudes guardan una hermosa simbología, respetando -desde luego- la distancia histórica y la dimensión de trascendencia que los separan.
Yo no podría, en honor a la verdad, venir a esta alta tribuna un 19 de Abril y no evocar la relevancia de esta fecha. Permítanme ustedes, señores concejales, que recordemos aquí, brevemente, aquel episodio singular de 1810.

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Alguna vez dije, hablando ante otro ilustre Cabildo, que actos como estos no tendrían sentido para aquellos que piensan que lo pasado debe ser olvidado.
En cambio, para quienes creemos que el pasado ilustra el presente y forma el porvenir, la lección de la Historia tiene su verdadero sentido en cuanto nos ofrece la posibilidad de afincarnos en lo positivo de su razón y alejarnos del mal ejemplo que muchas veces recoge en sus páginas. Con ese sentido de enseñanza, volvernos a tomar en nuestras manos el libro de la Historia para aprender su lección y recoger el fruto de sus buenos ejemplos.
El 19 de Abril de 1810 es una de esas fechas que nunca deben olvidarse. No se trata, tampoco, de arrodillamos ante el altar de la Historia a contemplar pasivamente el gesto de nuestros Padres Libertadores. No somos beatos de la historia recitada solamente en las grandes ocasiones, ni creemos tampoco que estas fechas apenas sirvan para desempolvar el libro de nuestros hechos republicanos. Para nosotros la Historia es un permanente manantial, al cual acudimos a lavar nuestras culpas y nuestras debilidades, y a tomar el sorbo vivificante del agua inspiradora del futuro. Hoy volvemos, pues, a aprender su lección, no a recitarla de memoria como quien ora sin pensar en Dios, sino a vivirla y a sentirla más cerca de nuestra venezolanidad.
Pero esto tampoco sería suficiente. No basta simplemente recordar por recordar. Sería una estupidez regocijarnos ante la vitrina de la Historia para olvidarnos de nuestros retos presentes. La Historia no puede ser una droga para fugarnos hacia el pasado, ni una excusa para amedrentarnos frente a las responsabilidades de esta hora. Tiene que ser, sí, la palanca fundamental que nos impulse hacia el futuro y nos abra caminos hacia ambiciosas y mejores perspectivas.
Recordamos hoy con estos sentimientos a quienes hicieron posible el 19 de Abril de 1810.

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Volvamos ahora, con ese propósito aleccionador, a los retos del presente y del futuro, una de cuyas mejores expresiones está singularmente guardada en esta tierra de promisión y de progreso.
Por eso a nadie debió extrañar la creación de este Distrito Alberto Arvelo Torrealba, premio merecido al esfuerzo de sus habitantes, cuya combatividad siempre ha sido la nota distintiva de todas sus luchas.
Estos cortos seis años de existencia de este Distrito han sido sumamente fructíferos y beneficiosos. Las iniciativas y logros han germinado en buena tierra, propia para la labranza y la cosecha de la esperanza. En ese esfuerzo colosal, todos ustedes han tenido participación decidida y resuelta. Tal vez a todo ello concurre la prodigiosa circunstancia de que Sabaneta, su capital, ha sido una especie de encrucijada natural por donde pasan los que van al centro, los que vienen del llano adentro y los que bajan de la montaña.
A muchos de estos viajeros trashumantes el camino se les acabó aquí. Sabaneta congregó a muchos hombres y mujeres de trabajo, provenientes en su mayoría de Barinas y Guanare, según afirma el historiador barinés Virgilio Tosta. Desde tiempos de la Colonia fue siempre un pueblo con vida propia, llegando a tener en 1782 más de 3.000 habitantes. Años más tarde, hacia 1830, sus pobladores habían aumentado a 3.300 y contaba con escuela propia, un preceptor y cura párroco. En los años siguientes, a causa de las guerras civiles y las montoneras revolucionarias que a cada rato surcaban nuestros llanos camino hacia a Caracas en pos del poder, la población sufrió graves estragos, al punto de que el Censo de 1941 estableció en 522 el número de sus habitantes. En 1950 había unos 912 y en 1961 la cantidad llegó a 2.009 personas.
Hoy Sabaneta constituye una de las principales ciudades del interior del Estado, con animosa actividad, un comercio cada vez más extenso, aparte de su tradicional y creciente desarrollo agrícola. Pero esos logros no son producto de la mera casualidad o de la fortuna ajena al trabajo creador. Se trata del resultado de un esfuerzo colectivo de todos los que forjaron su vida y sus ilusiones en esta parte de la llanura barinesa y han visto, desde entonces, florecer sus iniciativas y nacer y crecer a sus hijos y nietos. Sabaneta ha servido para juntarlos a todos, a los de aquí y a los de más allá. A los venezolanos de otras partes de la Patria y a los venezolanos nacidos más allá de nuestras fronteras. A todos ellos se debe, en buena parte, la extraordinaria empresa de convertir a esta tierra en emporio futuro de la actividad agrícola del sur del país.
Aquí estamos, pues, sobre esta tierra recostada al piedemonte. Hacia abajo corre el llano inmenso, el mismo llano que cantó el poeta Arvelo Torrealba, a encontrarse con el brioso río Apure. Y en el medio, privilegiadamente, Sabaneta y Veguita, rodeadas de tierras óptimas para la buena agricultura y la mejor cosecha, como también han de ser mejores para la siembra del futuro...

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Debo excusarme ante Ustedes porque en esta ocasión no me detenga a hacer consideraciones históricas sobre los hombres, hechos y circunstancias que han rodeado estos recientes seis años de vida del Distrito Alberto Arvelo Torrealba. Confieso paladinamente que si me atreviera a hacerlo sería una temeridad de mi parte, puesto que el tiempo es lo suficientemente corto como para que nadie mejor que Ustedes mismos conozcan esta historia apenas iniciada. Por otra parte, los forjadores de este acontecimiento viven en su mayoría, y son lo suficientemente activos para continuar cumpliendo su papel de protagonistas de primer orden en la tarea del progreso de esta región.
Creo mi deber más bien aprovechar esta formidable circunstancia para hacer algunas reflexiones en torno al papel fundamental de nuestros Concejos Municipales, sobre todo en distritos como el que hoy nos recibe. Tiene que ser así, en mi opinión, porque cada vez se hace mayor la importancia de nuestros Ayuntamientos. Los Concejos Municipales son las instituciones más cercanas a la comunidad y, en consecuencia, mayormente vinculadas con sus más sentidas necesidades y sus más justas aspiraciones. Esa sola circunstancia sirve para medir la tremenda responsabilidad de las municipalidades en el desarrollo de los pueblos y aún en la propia credibilidad del venezolano común en el sistema democrático.
Cualquier Concejo Municipal debe meditar suficientemente sobre la significación de su propia actuación en beneficio de la democracia. En esta materia hay que decir las cosas claramente y con la mayor sinceridad, sin ofender a nadie pero sin callar tampoco lo que todo el mundo conoce. Ustedes saben -mejor que yo- que la experiencia municipal en Venezuela no ha sido todo lo feliz que hubiera podido ser. Hasta hace pocos años, la mayoría de nuestros cabildos adolecían de graves fallas de funcionamiento que los alejaron alarmantemente de sus comunidades y coadyuvaron al descrédito de nuestra joven democracia. La falta de tino de los partidos a la hora de seleccionar sus candidatos, las pugnas estériles que se desarrollaban en su seno, la escasez de medios materiales o la carencia de sensibilidad social o de inquietudes creadoras, debilitaron a nuestros Concejos Municipales y les robaron el aliento para seguir adelante. Hasta hace poco, y todavía aún hoy en algunos casos, el hombre común y corriente nunca vio en los Concejos Municipales un instrumento útil al servicio de todas y cada una de nuestras comunidades.
Pero la culpa no podía achacársele simplemente a los propios Cabildos. Se trataba de fallas estructurales, con causas provenientes de estratos superiores. Por vía de ejemplo, podemos señalar la insuficiente legislación nacional en materia municipalista o la poca o ninguna coordinación en la ejecución de programas o en la prestación de servicios fundamentales con las Gobernaciones de Estado y con el Ejecutivo Nacional. Esas y muchas otras causas, unidas a la más indeseable de todas, la corrupción administrativa, languidecieron gravemente el esplendor y la fuerza que nuestras municipalidades tuvieron en otros momentos de la historia venezolana.
Afortunadamente, la preocupación compartida por todos los partidos políticos y sectores dirigentes del país hizo posible el esfuerzo común para buscarle soluciones efectivas y permanentes a la crisis sufrida anteriormente por nuestros Concejos Municipales. Soluciones que —desde luego— no son la panacea a todos los problemas existentes, pero al menos pueden considerarse propicias para una lucha esperanzadora y firme que convierta a los ayuntamientos del país en instituciones capaces y efectivas, en las cuales el pueblo pueda ver reflejada su confianza cuando plantea sus quejas y exige mejores condiciones de vida.
Dentro de este orden de ideas vale la pena destacar la decisión de separar la elección de los concejales de la escogencia del Presidente de la República y la representación parlamentaria nacional y regional. Al adoptar tal previsión, se proponía el legislador que el pueblo tuviera una mayor responsabilidad al emitir su voto, puesto que —a diferencia de antes— ahora es posible comparar más fácilmente las listas de candidatos de los distintos partidos o agrupaciones electorales respectivas. Al propio tiempo, al separar la elección, los partidos se han visto obligados a seleccionar mejor a sus candidatos y a buscar dentro de los sectores independientes a los más representativos y capaces.
Otro hecho fundamental para mejorar la imagen de nuestras municipalidades la constituye la aprobación de la nueva Ley Orgánica de Régimen Municipal. Mediante este régimen legal se dota a nuestras corporaciones edilicias de una nueva estructura interna, modificando la forma y número de sus integrantes de acuerdo a la población electoral y creando, así mismo, nuevos instrumentos que facilitan la prestación de servicios y la construcción de obras requeridas por la comunidad.
Pero, como ya lo he señalado antes, todas estas reformas serán letra muerta sino cuentan con el empeño y el coraje de nuestros concejales en el fiel compromiso de sus deberes y responsabilidades. En todo caso, digámoslo de una vez, en el futuro inmediato los partidos serán juzgados en las urnas electorales fundamentalmente a partir de la obra y el trabajo que seamos capaces de cumplir desde nuestras municipalidades. Tenemos fe cierta, porque conocemos a sus integrantes, que en la Ilustre Municipalidad del Distrito Arvelo Torrealba hay mucha más voluntad y decisión para afrontar los retos y compromisos, que debilidad y cobardía para dejarse derrotar por ellos.
No puedo dejar de referirme este tema sin decir mi palabra de estímulo y de solidaridad a Ustedes, hombres del pueblo, a quienes muchas veces he visto con mis propios ojos deambular por oficinas y dependencias oficiales buscando solución a problemas, por pequeños o grandes que estos sean, olvidando muchas veces sus intereses particulares, aunque siempre tengan que oír sobre sus espaldas la crítica feroz y destructiva de los que sin hacer nada por el pueblo, se erigen en cuestionadores de todo y de todos.
Otras preocupaciones nos motivan también en esta hora. Formamos parte de una nueva generación de políticos, nacida y forjada en la democracia y para la democracia. Creemos en valores permanentes, y no en mitos circunstanciales. Hemos crecido al calor de la lucha política pluralista, alejada del inmediatismo pragmático y de la tentación de corruptelas. Queremos ser dirigentes honestos y probos, que reconociendo el papel cumplido por quienes nos antecedieron, corrijan sus errores y no copien sus fallas y omisiones. Queremos, también, que quienes nos sustituyan puedan al mismo tiempo ir más allá y ser mejores que nosotros, como lo pedía en su Canto a los Hijos el gran poeta Andrés Eloy Blanco cuando proclamaba:

Lo que hay que ser es mejor
y no decir que se es bueno
ni que se es malo,
lo que hay que hacer es amar
lo libre en el ser humano,
lo que hay que hacer es saber,
alumbrarse ojos y manos
y corazón y cabeza
y, después, ir alumbrando.

Y alumbrar es —como lo pedía Andrés Eloy— luchar por un nuevo orden de cosas, en donde sea posible lograr la perfectibilidad de nuestra sociedad y colocar en el estrado que le corresponde a la dignidad fundamental de la persona humana, así como la consecución del bien de todos, o lo que es lo mismo, el desarrollo armonioso e integral que permita la realización personal y colectiva de cada uno de los venezolanos.
Este reto sólo será posible en la medida en que logremos derrotar a
quienes han hecho de la política un negociado para enriquecerse y escalar socialmente. Sólo será posible en la medida en que la honestidad gane terreno en todos los partidos y desaloje a los políticos oportunistas y logreros que hoy los desprestigian. Contra ellos es nuestra lucha por demostrar que la política no es un ejercicio de pícaros y deshonestos, sino un elevado instrumento de servicio y apostolado. Podemos y debemos demostrar que la política y la eficacia; que la política y la decencia; que la política y la honestidad no son excluyentes, sino ingredientes de una misma vocación de grandeza y desarrollo.

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Señores Concejales:
Al agradecer la invitación que me han formulado para expresar todas estas reflexiones, cumplo también con el deber barinés de recordar al hombre cuyo nombre ostenta este Distrito.
No sería el caso intentar un bosquejo biográfico, puesto que ni el tiempo ni mi preparación me lo permiten. Basten, a este respecto, más los hechos que las palabras. Creo que el mejor homenaje al poeta Alberto Arvelo Torrealba ha sido justamente bautizar a un Distrito llanero con su nombre, siendo él —como lo fue— un llanero de razón y corazón.
Y el otro homenaje, a él que fue también hombre preocupado por el progreso de esta región, no puede ser menos que la lucha constante por el desarrollo y la felicidad de los habitantes del Distrito Arvelo Torrealba. No se trata simplemente de pretender alcanzar el progreso pensando que está al alcance de la mano. Mucho más valedero es el resultado si se sabe que el esfuerzo no fue fruto del facilismo y del paternalismo. En todo caso, Ustedes tienen tierra generosa, agua abundante, hombres y mujeres de trabajo y unas perspectivas de futuro que si son bien conducidas servirán mejor a la felicidad de sus hijos y de sus nietos.
Luis Herrera Campíns, hoy Presidente de la República, nos describió al poeta Arvelo Torrealba alguna vez como un hombre bueno, “pesaroso en el paso, nasal la voz que adquiría impensado humor en las anécdotas y énfasis retórico en la declamación, un aire de melancolía que le invadía todo el rostro le daba cierto aletazo de tristeza a la sonrisa y hacía que con aquel típico rictus de su nariz diera la impresión de que estaba aspirando la dulce flor del ocaso”.
Su figura, digo yo ahora, fue siempre señera y magistral en la canta llanera, muchos de cuyos versos andan en labios del pueblo.
Y él, Alberto Arvelo Torrealba, que interpretó como nadie la fibra del alma popular de estos confines, nos puso en boca de Florentino Coronado, el mismo que cantó con el Diablo en tierras barinesas, aquellos versos que invitan a la lucha y estimulan la esperanza:
Y yo soy el ruletero
de mi envite y de mi azar.
Le abrí parada al destino
pero no perdí jamás
ni el clavel del arrebol
ni el tapiz del arenal,
ni del mantel de mi mesa
el limpio don de mi pan:
porque regué con sudores
la siembra del buen soñar;
y si caminé de noche
sé que vale mucho más
un segundo de lucero
que siglos de oscuridad.

Muchas gracias.