jueves, 31 de mayo de 2012


Verdades
LAS ENCUESTAS: ANVERSO Y REVERSO
Gehard Cartay Ramírez
@gehardcartay


Desde hace ya tiempo las encuestas se han convertido en instrumentos de propaganda electoral, lo que implica desnaturalizarlas y desvirtuarlas en su esencia.
¿Cuál es el propósito de una encuesta, amigo lector? Uno sólo: determinar una tendencia, presente y específica, ya sea en el sector de bienes y servicios, en la realidad social o en el acontecer político o electoral.
Por tanto, una encuesta es -como se ha dicho en términos coloquiales- una especie de “fotografía en el tiempo” sobre determinados temas. No abarca, por tanto, ni un antes ni un después, no marca una tendencia -que puede revertirse más adelante-, ni encierra una verdad absoluta.
Por eso, precisamente, su utilización como propaganda electoral siempre resulta un engaño, aún en el caso de que sus resultados sean verdaderos y confiables. Por supuesto que el engaño es aún mayor cuando sus conclusiones no son resultados de estudios de campo, sino simples números o tendencias inventados por alguien para inducir al error y crear una falsa situación de favorecimiento o desfavorecimiento de determinados candidatos, según sea el caso.
Por supuesto que también hay encuestadoras serias, por desgracia muy pocas, al menos en nuestro país. Se trata de empresas especializadas que, por lo general, sólo revelan sus encuestas a sus clientes y, si estos los autorizan, entonces acceden a publicar sus resultados. No andan inventando cifras ni sacando las mismas en los medios de comunicación, como elementos de campaña electoral. Y tienen muchos años de fundadas, por cuanto su objetivo principal no son las elecciones sino los estudios del mercado de bienes y productos, siendo aquellas un factor secundario.
Acabo de leer, por cierto, un agudo artículo de opinión del escritor chileno Fernando Mires en su portal digital. ¿Por qué no creo en las encuestas?, es su revelador título. Comienza diciendo, no sin sarcasmo, que no cree en ellas como tampoco en los horóscopos, con la salvedad de que estos últimos no son sometidos a presiones e intereses, como sí ocurre con las encuestas.
Luego, ya en serio, Mires critica la falta de transparencia de las empresas encuestadoras y la falta de vigilancia y supervisión legal sobre ellas. Nadie puede demandarlas en caso de que sus resultados sean comprobadamente falsos, por lo “que actúan no al margen de la ley -como las mafias, por ejemplo- sino, lo que puede ser peor: sin ley”.
Agrega que si una empresa encuestadora no es confiable en democracia “mucho menos puede serlo en una nación regida por una autocracia o dictadura”. Y lo afirma yendo a un aserto de fácil comprobación: si un régimen así es capaz de someter al Poder Judicial, por ejemplo, “¿… va a tener escrúpulos -se pregunta Mires- en comprar, o por lo menos presionar a encuestadoras privadas?”
Finalmente, y para abreviar, el filósofo chileno afirma dos razones más para desconfiar de las encuestas: una, la sociedad no es un “objeto” mensurable y cuantificable -“una opinión individual nunca es la misma que la opinión compartida”- y, dos, las encuestas no transportan verdades objetivas, al igual que las ciencias naturales, de acuerdo con estudios al respecto citados por Mires.
En todo caso, agrego yo, las encuestas nunca han sido ni serán infalibles, aún en el caso de que sean procesadas con rigor científico y matemático. Sobran los casos en que sus proyecciones han fallado estrepitosamente, bien porque no fueron hechas como debían serlo, o porque, como también sucede, los electores luego cambiaron de opinión o, tal vez, no dijeron la verdad de sus preferencias, lo que también ocurre.
Termino estas líneas testimoniando mi propia experiencia sobre las encuestas: en 1989, con ocasión de las primeras elecciones de gobernadores de estado, fui candidato por un amplio frente regional de oposición. Luché en aquel momento contra la opinión generalizada de que yo no podía ganar aquellos comicios, pues AD siempre había sido mayoría en Barinas. Entonces, una encuesta realizada en octubre por encargo de la dirección nacional de Copei -a escasos 50 días de las elecciones- me ubicó ¡28 puntos! por debajo de mi contendor.
Los resultados de diciembre demostraron otra realidad: mi adversario fue declarado ganador por una escasa diferencia de apenas tres mil votos, en medio de numerosas denuncias de fraude que entonces no estuvimos en capacidad de procesar y que, hoy día, no tengo duda alguna que distorsionaron los verdaderos resultados.
Demás está decir que, después de conocida aquella fulana encuesta, la dirección nacional del partido me “desahució” en materia de recursos y asesoría, al dar por perdidas nuestras posibilidades de ganar la gobernación.
Insisto: las encuestas no encierran verdades absolutas y a veces se equivocan, sin descartar las que son hechas fraudulentamente para engañar incautos. 

LA PRENSA de Barinas - Martes, 29 de mayo de 2012.