VACÍO
DE LIDERAZGO
Gehard Cartay Ramírez
En
Venezuela, ahora, hay un vacío de liderazgo, es decir, de auténticos
conductores enérgicos hacia lo grande y lo bueno.
Los
líderes son distintos a los dirigentes. Estos son necesarios y útiles a los
pueblos, aunque a veces carecen de coraje, templanza y valentía para
conducirlos y orientarlos. Y desde que existen las encuestas, la mayoría de
ellos se han convertido en sus prisioneros. Así, han terminado por no conducir
a la gente, diciendo lo que, supuestamente, las mayorías quieren. En lugar de
conducir, se dejan conducir por matrices de opinión, muchas veces falsas.
El
liderazgo, en cambio, es una conducción superior que debe convencer a los
pueblos sobre la conveniencia de una posición y sus formas de lucha para
alcanzar el triunfo de esos objetivos. En política, como bien se sabe, la meta
es el poder. Sólo que, si se trata de un elevado liderazgo moral, el poder no
debe ser un fin en sí mismo sino un medio para mejorar la vida de la gente.
Hay varios ejemplos al respecto. Uno de ellos, tal
vez el más emblemático, fue el del político inglés Winston Churchill. En los
años treinta, y a raíz del ascenso de Hitler al poder en Alemania, Churchill se
dedicó, con ocasión y sin ella, a denunciarlo como una amenaza contra el mundo
libre y, en particular, contra Inglaterra. Muy pocos le creyeron entonces y
hasta llegaron a acusarlo de estar fuera de sus cabales. Pero, él, nadando
siempre contra la corriente, insistió hasta que, tarde ya, Inglaterra se dio
cuenta del error de haber menospreciado al dictador nazi.
Churchill fue un líder auténtico. Su discurso no era
el precisamente que querían oír sus compatriotas. Pero no se amilanó, ni se
plegó a lo que la mayoría pacifista quería entonces. Todo lo contrario: la
enfrentó, corriendo el riesgo de liquidar su carrera política y su
credibilidad. Al final, los hechos le dieron la razón, fue elegido primer ministro
y ganó la guerra, junto a los aliados. Pero lo logró porque era un líder y no
un dirigente.
Por desgracia, hoy en Venezuela, aunque existan
muchos dirigentes, escasean los liderazgos. No hay liderazgo en el régimen, ni
en la oposición. No hay liderazgo en los organismos intermedios de la sociedad
civil, ni en el ámbito militar. Lo que existe es una especie de anomia y de
anarquía, donde una neodictadura detenta el poder férreamente, pero el país se
les va de las manos por falta de respuestas a sus problemas más acuciantes.
Una situación preocupante, sin duda. Porque un país
sin liderazgo es una nave a la deriva. Y así estamos ahora. Porque un liderazgo
real es aquel que provoca en la gente una mística contagiosa, una emoción en
las conciencias, un sueño compartido por miles o millones y, sobre todo, una
indetenible vocación de cambios profundos.
El
régimen carece ahora de todo ello. Si alguna vez, bajo el liderazgo delirante de
su extinto jefe, emocionó a alguna gente, hoy es un cascarón vacío de ilusiones
y proyectos, sin un líder real y en medio de la más espantosa corrupción y
mediocridad. Maduro nunca ha sido líder de nadie. Llegó allí impuesto por su
protector, a su vez presionado por intereses foráneos. Por eso, su gestión ha sido
un desastre, agravado por la nefasta herencia que le dejó su jefe.
Lamentablemente,
en la oposición ahora falta también un liderazgo que apasione, oriente y señale
caminos a los venezolanos. No estoy hablando de otro caudillo, ni un nuevo “salvador
de la patria”, ni de otro “iluminado”. Ya sabemos que por creer algunos en esas
pendejadas llegamos a este desastre. Lo que viene no es tarea de un solo hombre,
sino todos los venezolanos, bajo la conducción de un liderazgo democrático,
rodeado de los mejores, que nos una y nos oriente.
Pero
debe ser un líder que, incluso, como Churchill, sea capaz de nadar contra la
corriente si es preciso, sin dejarse llevar por la desesperación, la
desesperanza, los radicalismos infantiles o las estrategias del régimen. Un
líder con los pies sobre la tierra, sensato y audaz al propio tiempo,
experimentado y abierto a los nuevos tiempos, corajudo, capaz de encabezar la
transición que viene y que no puede ser conducida por cualquiera.
Rodolfo
José Cárdenas, el recientemente desaparecido dirigente e ideólogo socialcristiano,
escribió al respecto: “Muchas veces los pueblos están echados. Necesitan
entonces del coraje macabeo. Hay que ponerlos de pie (…) A algunos pueblos hay
que abrirles la marcha con la fe de los conductores enérgicos.”(“Las trece
virtudes”, Caracas, 1968).
Algo
parecido sucede hoy en Venezuela. Por eso, los venezolanos debemos ponernos de
pie y marchar hacia el objetivo de cambiar el desastre actual. No hay otra
alternativa.
@gehardcartay
El Blog de
Gehard Cartay Ramírez