LA PESADILLA CHAVOMADURISTA
Gehard Cartay
Ramírez
En Venezuela vivimos una larga pesadilla chavomadurista, caracterizada
por el hambre, la corrupción y la destrucción del país que veníamos siendo.
Sin embargo, a diferencia de las pesadillas del sueño, la que hoy
sufrimos los venezolanos no termina aún porque no hemos despertado, como debía
ser. Por diversas razones, seguimos siendo incapaces de terminar con ella,
mientras cada vez más esa misma pesadilla sigue devorándonos con su carga de
muerte, odio y destrucción.
Son veinte años ya de dominio por parte de una cáfila de desadaptados,
resentidos y criminales, cuya incapacidad y corrupción han destruido un país
que ahora podría estar entre los más desarrollados y progresistas del mundo, y
no convertido en una nación donde campean la miseria, el hambre, la corrupción
y las enfermedades.
No deja de ser una ironía que Venezuela, la misma que con Bolívar, Sucre
y otros guerreros encabezó la lucha por la libertad de buena parte del
continente suramericano, casi 200 años después se haya convertido en un país
secuestrado por el despotismo autoritario de un grupo de forajidos que hoy la
someten al hambre, la miseria y la
tiranía.
Y más sorprendente aún resulta que hayamos permitido que esta opresión
dictatorial se prolongue en el tiempo y que, en pleno siglo XXI, mientras casi
todos los demás países del hemisferio constituyen democracias en pleno funcionamiento,
la nuestra haya muerto y hoy la sustituya una mascarada que sólo oculta un perverso
sistema inspirado por la monstruosidad castrocomunista.
Porque si algo debemos tener muy claro los venezolanos es que toda esta
pesadilla no es una mera casualidad. No, en absoluto. Ella forma parte de la
ofensiva de destrucción y arrase que desarrolla el actual régimen y que tiene
objetivos muy claros.
El primero de ellos lo constituye la exclusión, el sectarismo y la
división entre los venezolanos, con su carga de odios y enfrentamientos. El
segundo objetivo ha sido la destrucción de las instituciones democráticas que
venían funcionando regularmente desde 1958. Así, Venezuela ha retrocedido al
siglo XIX, pues desde el poder se ha privilegiado el caudillismo y la violencia
armada contra los ciudadanos y sus derechos, mediante la violación sistemática
de la Constitución y las leyes.
Otro objetivo logrado por el régimen ha sido la destrucción de la
clase media y el empeoramiento de las condiciones de vida de los pobres, depauperando
a la primera y llevando a la miseria más deplorable a los segundos. Para lograr
tan retorcido propósito ha liquidado las inversiones nacionales y extranjeras, desconocido
el derecho de propiedad privada, cerrado miles de fábricas e invadido y
arruinado otras miles de fincas agropecuarias productivas y, por consecuencia,
acabado con millones de puestos de trabajo. Por eso mismo -y no por la mentira
de “la guerra económica”- hoy escasean la comida, las medicinas y los empleos,
al punto de convertirnos ya en un país africano marcado por el hambre y el
desempleo.
Igualmente el régimen ha liquidado el progreso alcanzado luego de
varios años por los venezolanos. Así, los logros fundamentales de la República Civil entre 1959 y 1998, que
crearon una clase media en ascenso y sacaron de la pobreza a centenares de
miles de familias, han sido destruidos por el empeño en establecer aquí un
modelo calcado de la dictadura castrocomunista cubana, una de las estafas
ideológicas más grandes de la historia, que ha hundido en el hambre y la
pobreza a todo un pueblo entero desde hace 60 años. Lo mismo quieren hacer
aquí: igualarnos por debajo para empobrecernos a todos, menos a la cúpula podrida
del régimen, cada vez más rica.
A quien más ha perjudicado esta expresa y deliberada política de
destrucción ha sido a la juventud venezolana, no sólo por la muerte de centenares
de jóvenes en manifestaciones y protestas contra el régimen, sino también por
cerrarle las puertas hacia un futuro mejor. Eso explica por qué millones de
nuestros muchachos huyen hacia otros países en busca de mejores oportunidades.
Mientras tanto, el país se cae a pedazos, la anarquía avanza
incontenible, las instituciones han sido destruidas, los servicios públicos no
funcionan, la salud dejó de ser un derecho y hoy mueren muchos venezolanos por
carecer de medicinas y de falta de atención médica en hospitales públicos o
privados.
La onda destructora del régimen también ha condenado al hambre a
muchos venezolanos, ya sea por haber arruinado el aparato productivo nacional
con su consecuencia directa, el desabastecimiento y la escasez, y también por
la mega inflación que ha liquidado la capacidad adquisitiva de los venezolanos.
Por desgracia, sus menguados salarios ya no alcanzan para nada y cada día se
les hace más difícil adquirir los alimentos necesarios para mantener a su
familia.
Hay que despertar ya de esta pesadilla. Hagamos nuestra aquella
significativa consigna del Papa San Juan Pablo II en una de sus visitas a
Venezuela: “Despierta y reacciona. Es el momento…”
@gehardcartay
LAPATILLA.COM
Viernes, 15 de junio de 2018.