GARRAPATAS
AFERRADAS AL PODER
Gehard
Cartay Ramírez
Esta
es una definición exacta de Maduro y la cúpula podrida del régimen en este
momento.
La
verdad es que si tuvieran algo de vergüenza ya deberían haber abandonado el
poder que, en mala hora y de pésima manera, ejercen. Resulta inaudito que
teniendo a casi todo el país en su contra aún no se hayan ido por sus propios
pasos.
Por
desgracia, se aferran al poder como garrapatas, extrayendo para su provecho
personal lo que queda en las arcas del patrimonio público. Se trata de una
oligarquía corrupta hasta la exageración, pero -por lo visto- quieren
llevárselo todo, antes de ser echados.
Aunque están enfermos de poder, en su actual
desesperación deberían examinar la historia de aquellos que prefirieron
abandonarlo en beneficio de sus pueblos y, en ciertos casos, antes de que fuera
tarde para ellos. Por supuesto, algunos eran grandes hombres, y no se les puede
comparar con la mediocridad del caso presente.
Comencemos por el Libertador Simón Bolívar.
En 1830, al ser cuestionado por caudillos locales y fracasar la Gran Colombia,
entregó el poder y anunció que viajaría a Europa. Enfermo y amargado, murió en
el trayecto, en Santa Marta. El otro gran prócer independentista, José Antonio
Páez, entregó en 1863 el mando de la República que había fundado en 1830 a
Falcón y los federales, a pesar de que estos no lograron vencerlo, pero lo hizo
por la paz del país. Luego se marcharía al exterior, donde murió.
En el siglo XX, el general Eleazar López
Contreras, sucesor de Juan Vicente Gómez en 1935, liquidó pacíficamente la
tiranía de su antecesor -a la que sirvió varias décadas- y condujo al país
hacia la democracia, la libertad y el respeto a los derechos humanos. Por si
fuera poco, recortó su propio período presidencial de siete a cinco años.
Quien lo sucedió, el también general Isaías
Medina Angarita, a pesar de haber presidido un buen gobierno, fue, sin embargo,
timorato al negarle al pueblo el derecho a elegir sus gobernantes. Pero no sólo
eso: tampoco comprendió la inconformidad que bullía entonces en la oficialidad
joven y los nuevos líderes civiles. Y el 18 de octubre de 1945, ante el golpe
de Estado en su contra, prefirió irse, alegando que no estaba dispuesto a
permitir la violencia entre sus compatriotas.
El dictador Marcos Pérez Jiménez, quien
presidió un gobierno de grandes obras, pero antidemocrático y sin libertades,
hizo todo lo posible para quedarse en el poder en los meses finales de 1957 y
enero de 1958. Al final, desasistido del apoyo de las Fuerzas Armadas, también
optó por abandonar la presidencia y largarse del país. Después diría también
que lo había hecho para evitar enfrentamientos entre sus compatriotas.
Más recientemente, en 1993, cuando la Corte
Suprema de Justicia acordó su enjuiciamiento y el Congreso lo separó de la
presidencia, Carlos Andrés Pérez aceptó aquella decisión y se sometió a los
tribunales, sin oponer resistencia.
Por
desgracia, Chávez fue electo presidente en 1998 y con él este nefasto régimen.
Sus sucesores se niegan ahora a abandonar por las buenas el poder, a pesar del
amplísimo repudio popular en su contra. Esa cúpula, ahíta de riquezas ilícitas -a
costa del patrimonio público, de la pobreza y el hambre del pueblo-, se aferra
como garrapatas al poder, despreciando la voluntad popular, violando la
Constitución y desafiando a la comunidad internacional.
La
verdad es que Maduro, si hubiera sido inteligente como López Contreras, habría
podido propiciar un gran viraje y sacar al país del tremedal en que lo colocó
su antecesor. Pero no tuvo inteligencia, ni amor por Venezuela y también le faltaron
voluntad y sentido de la Historia.
Hoy
Venezuela está en ruinas, sin un gobierno que gobierne, sumida en el hambre y
la miseria, con su aparato productivo liquidado, sufriendo la inflación más
alta del mundo, con sueldos que no alcanzan para nada, con el desempleo en
alza, las instituciones prostituidas por la dictadura y un descontento popular
que puede convertirse en un auténtico tsunami
en cualquier momento.
Y aún
así, la cúpula podrida madurista -que hoy sólo tiene el apoyo de la cúpula
militar- no quiere irse. Son garrapatas que quieren sacarle hasta la última
gota de sangre a Venezuela.
¿Cuál diálogo? Para
que haya diálogo debe haber, al menos, dos partes interesadas. El régimen, sin
embargo, ya demostró -en 2004 y 2013- que no le interesa en verdad el diálogo y
sólo lo usa para prolongarse. No lo olvidemos. Por eso mismo, la presión
popular en la calle debe continuar.
@gehardcartay
LA PRENSA de Barinas (Venezuela) - Martes, 01 de noviembre de 2016