lunes, 13 de enero de 2014


¿POR QUÉ ESTAMOS COMO ESTAMOS?
Gehard Cartay Ramírez
A estas alturas, Venezuela pudiera haber sido ya un país del primer mundo.
Desde mediados del siglo pasado, nuestro país había iniciado una fulgurante carrera hacia su desarrollo. Al tiempo que se comenzaba a construir una ambiciosa infraestructura de obras públicas, el crecimiento y ascenso de una incipiente clase media abría también las puertas a un progreso de grandes perspectivas. Y en medio de aquellos auspicios, la fortaleza económica que le auguraba ya la explotación petrolera, completaba un cuadro optimista que muchos otros países envidiaban con justa razón.
Entre 1950 y 1973 -ocho años de dictadura perezjimenista y 15 de los iniciales gobiernos democráticos-, hubo un progreso generalizado y un crecimiento sostenido en todos los órdenes. Venezuela despegaba entonces con firmeza hacia una nueva etapa de superación y desarrollo.
Lamentablemente, un hecho totalmente ajeno -que no supo manejar el gobierno de entonces- distorsionó aquellas metas. En 1974, al producirse un aumento inesperado en los precios internacionales del petróleo, brotó de repente una espectacular riqueza que inundó a Venezuela como nunca antes. Fue una auténtica revolución de las magnitudes financieras, frente a las cuales los conductores de entonces no supieron, no pudieron o no quisieron tomar las medidas sabias y aconsejables que, por ejemplo, recomendó tercamente Juan Pablo Pérez Alfonso.
Y aún así, el país siguió su avance en otros órdenes, aunque lesionada ya severamente la moral pública por el incremento de la corrupción administrativa, el “vivapepismo” y el abandono del trabajo creador ante el facilismo y la abundancia de petrodólares. Esa perversión creó el llamado Efecto Venezuela, así bautizado por algunos expertos, para intentar explicar, sin lograrlo, cómo fue que nuestro país, a pesar de haber recibido a partir de 1974 una montaña de petrodólares, en paralelo se endeudó como nunca antes también.
Pero, insisto, aún entre 1974 y 1999, el país siguió progresando. Se nacionalizaron el hierro y el petróleo, se continuó la masificación educativa a todos los niveles y se siguieron construyendo obras fundamentales (la Siderúrgica del Orinoco, la red eléctrica, el Metro de Caracas, así como viviendas, carreteras y autopistas, obras culturales, hospitales y servicios públicos). Se formó toda una generación de jóvenes en el exterior y se inició el proceso de descentralización y regionalización a partir de 1989 con la elección de gobernadores y alcaldes, entre otros hechos de la mayor trascendencia.
En paralelo, subterráneamente, junto a problemas de miseria y pobreza que no se enfrentaron a tiempo, una conspiración golpista hacia mella a la ejemplar institucionalidad que las Fuerzas Armadas habían demostrado desde 1958. El teniente coronel Hugo Chávez Frías, junto a una peligrosa logia militarista, traicionaron su juramento de lealtad a la Constitución de 1961, al intentar un golpe de Estado en febrero de 1992, con saldo de centenares de muertos y heridos. Fracasaron entonces, pero, por una de esas paradojas inexplicables en sana lógica, aquel brutal hecho los catapultó a la toma del poder en las siguientes elecciones.
Fue así como en 1998 -en un acto insólito de suicidio colectivo-, aquel militar golpista fue elegido presidente e inició un proceso de retroceso, anacronismo y corrupción nunca antes visto en nuestra accidentada historia republicana. El desarrollo que veníamos experimentando frenó en seco y dimos una especie de vuelta en U en casi todos los aspectos. Y todo ello a pesar de que una nueva escalada de muy altos precios petroleros vino a beneficiar al nuevo régimen.
Sin embargo, a partir de 1999, la puesta en marcha de un proyecto autoritario y personalista, trajo consigo rémoras escandalosas como el caudillismo, el culto a la personalidad y el sometimiento de los demás poderes a su mando omnímodo, el estatismo exagerado y el militarismo rampante, la liquidación del federalismo, la conspiración permanente contra el sufragio confiable y efectivo, la conversión del régimen en una colonia castrocomunista, la persecución y penalización de la disidencia, la violación de los derechos humanos, los zarpazos constantes contra la libertad de expresión y de información, la destrucción de aparato productivo privado, el aumento colosal de la deuda externa, el crecimiento de la pobreza, la miseria y la desnutrición, la destrucción de PDVSA, el colapso de los servicios públicos, la falta de viviendas para los sectores populares y la clase media, la ausencia de oportunidades para nuestros jóvenes y el asesinato de más de 250 mil venezolanos a manos del hampa.
Quiere decir que los problemas que consiguieron en 1999 y que prometieron resolver, muy por el contrario fueron agravados. Y, de paso, crearon otros nuevos y complejos. Hoy está comprobado que la destrucción del país se ha acelerado vertiginosamente bajo el actual régimen, pues bien se sabe que Venezuela sufre desde 1999 un lamentable proceso de retroceso, destrucción y crispación.
Por eso estamos como estamos. Y eso no podemos olvidarlo.
Twitter: @gehardcartay
El blog de Gehard Cartay Ramírez
(LA PRENSA de Barinas - Martes, 07 de enero de 2014)