domingo, 19 de enero de 2014

EL DISCURSO ASESINO
Gehard Cartay Ramírez
Son múltiples las causas de la inseguridad, pero en Venezuela una muy importante ha sido el discurso asesino que el régimen impuso desde 1999.
Dos días después de haber asumido el poder, el teniente coronel Chávez justificaba que un padre de familia robara si su familia estaba pasando hambre. Aquello era apenas el anuncio de lo que vendría después: populismo exacerbado y contubernio del régimen con el hampa, convertida hoy en otro brazo armado al servicio de sus oscuros intereses de poder.
Aquello también proclamaba la filosofía del régimen que se inauguraba: en lugar de ejecutar una política económica y social dirigida a reducir la pobreza, se tomaba el atajo fácil de la demagogia apelando a la lucha de clases como mecanismo para dividir a la sociedad venezolana entre pobres y ricos. Y, al mismo tiempo, exaltando un discurso de odio para acusar a unos de ser responsables de la miseria de otros.
Ese discurso de odio tiene ya 15 años pronunciándose casi todos los días. Un discurso cargado de palabras tan peligrosas como cualquier arma. Palabras terribles como “pulverizar”, “liquidar”, “demoler” o “aplastar” a “los enemigos de la patria”, se han repetido casi todos los días por todos los medios de comunicación de masas durante tres largos lustros, dichas -por si fuera poco- desde el más alto sitial de poder en Venezuela. Y las han oído niños que después se han convertido en adolescentes; adolescentes que, en muchos casos, luego se transformarían en profesionales del hampa.
Su efecto multiplicador es, sin duda, una de las causas fundamentales del clima de inseguridad, violencia y muerte que hoy corroe a nuestro país.
Creo que esta es una afirmación irrebatible. Ya se ha dicho que, a veces, las palabras pueden ser más asesinas que las armas. Lamentablemente, en nuestro caso, ambas se vienen utilizando de manera simultánea.
Así, al tiempo que el discurso asesino del régimen ha sembrado el odio entre los venezolanos, aquel ha venido dotando de armas a los llamados “colectivos” (grupos paramilitares terroristas a su servicio), a la delincuencia presidiaria y a la que actúa libremente en las calles. Unos y otros, insisto, han sido provistos de armamento porque actúan en apoyo del régimen como bandas de choques para amedrentar y aterrorizar a sus adversarios y a la sociedad en general.
Lo afirmado se basa en otro hecho irrefutable: en Venezuela sólo el Estado tiene el monopolio de la venta y distribución de armas de fuego. Ningún particular puede vender armamento. En consecuencia, si la delincuencia y los paramilitares chavistas poseen armas resulta indubitable que es el propio Estado el que se las suministra. En cambio, los venezolanos honestos y trabajadores no las poseen y, en la práctica, aquí los únicos armados son las autoridades y los malandros.
No pueden entonces extrañarnos los casi 250 mil asesinatos desde 1999. La inseguridad, la violencia y todos esos homicidios aumentan cada día, y no por casualidad. Son la resultante de la incapacidad del actual Estado venezolano para garantizar la vida de sus ciudadanos y de su descarada indolencia para perseguir, castigar y enjuiciar a una delincuencia impune, con una capacidad de acción cada vez mayor.
Todo esto demuestra también el fracaso de las políticas sociales y económicas del régimen. Porque está comprobado que aquellas sociedades con mayores desigualdades sociales y económicas son las más propensas al crecimiento de la violencia, la criminalidad y la inseguridad. Venezuela es hoy un claro ejemplo al respecto.
Por si fuera poco, al lado de la incapacidad del régimen para ejecutar políticas destinadas a sacar a millones de venezolanos de la pobreza y de la complicidad oficial con la delincuencia, ahora se suma otra irresponsabilidad al sacar de las cárceles a peligrosos sujetos, lo que crea un cuadro de horror para la familia venezolana.
Nada de esto debería extrañarnos, insisto. No hay que olvidar que quienes dirigen este régimen insurgieron a la política el 4 de febrero de 1992 armados de metralletas y tanques de guerra, con un saldo vergonzoso de muertos y heridos. Esa fue su partida de nacimiento en la actividad política, y no han renunciado a ella.
Los recientes asesinatos de Mónica Sper, Miss Venezuela 2004 y popular actriz de televisión, y de su marido, se suman ahora a los 250 mil homicidios que se contabilizan desde 1999. Su bello rostro y su fama han hecho resaltar su muerte a manos de la criminalidad que nos agobia a todos los venezolanos. Pero, así como ella, otros miles de compatriotas anónimos han muerto a manos de la delincuencia desbordada.
Saldo sangriento producido por el discurso asesino del régimen y su permanente siembra de odios, así como de su criminal tolerancia frente a quienes le han declarado la guerra a muerte a la familia venezolana.
   Twitter: @gehardcartay
El blog de Gehard Cartay Ramírez
LA PRENSA de Barinas - Martes, 12 de enero de 2014