Con
todo respeto por la enfermedad del presidente de la República, resulta
imposible no referirse al grotesco espectáculo de cursilería y adulancia
en que él y su cúpula podrida la han convertido desde que se hizo
pública.
Por supuesto que tal hecho forma parte del carácter
personalista y autoritario del régimen. Ya se sabe de su naturaleza
autocrática y de que todo depende de la omnímoda voluntad de aquel a
quien sus áulicos llaman el «Comandante Presidente», un rango que, por
cierto, no aparece en la Constitución Nacional, pero que pone de
manifiesto el carácter militarista del mismo. Que el presidente de un
país se enferme ya es algo normal, como resulta serlo en cada ser
humano. Casos recientes y cercanos así lo ratifican: los presidentes
Lugo, de Paraguay, y Rouseff, de Brasil, así como el ex presidente Lula
Da Silva, en este último país. Ninguno de ellos, en su momento, montó el
show que hemos visto aquí. Por el contrario, y como debe ser, asumieron
su enfermedad con seriedad, informaron a la opinión pública la
naturaleza de la misma y se sometieron a los tratamientos de rigor. Y
punto.
Aquí no. Aquí, la megalomanía, el narcisismo y la
cursilería del jefe único del régimen, así como la ridícula y execrable
adulancia de su pandilla, han convertido su enfermedad en un espectáculo
grotesco. Desde el comienzo, y a un costo de millones de bolívares aún
no cuantificados, el sujeto debe ser ya el enfermo más caro del planeta,
no tanto por su costoso tratamiento médico, sino por los descomunales
gastos que se han hecho para montar todo este espectáculo circense y de
tan mal gusto.
Resulta obvio que han querido convertir la
salud del jefe único del régimen en un problema nacional, por encima de
los gravísimas dificultades que sufren los venezolanos. Y este
planteamiento es absurdo e ilógico, por cuanto sus problemas de salud
son de su exclusiva competencia, y es él quien debe ocuparse de
resolverlos a través de los canales regulares, tal como lo hicieron los
presidentes ya citados.
Pero los problemas del país, que son
más graves, merecen la atención de todos, y especialmente del régimen.
Por desgracia, en lugar de enfrentarlos -cosa que no ha hecho en estos
largos 13 años, cuando su jefe no estaba enfermo-, ahora pretende
obviarlos y dejar que se agraven aún más, por estar ocupándose casi
exclusivamente en profundizar el ya perverso culto a la personalidad del
caudillo, característico de toda la dictadura. En esta materia
asistimos a un torneo de adulancia y rastacuerismo sin precedentes en el
país. Si Pío Gil resucitara ahora, probablemente se escandalizaría aún
más que en sus tiempos de crítico incansable de la oprobiosa adulancia
castrogomecista de principios del siglo pasado.
Lo que ha
presenciado el país en estos días por parte de los áulicos y jalamecates
del jefe único de régimen es realmente vergonzoso y abyecto. Desde una
aberrante afirmación del conductor de un programa cloacal nocturno en el
canal ocho, que llegó a la insolencia de decir que «Dios es chavista»
(¡!) y por tanto lo sanaría, pasando por la infeliz declaración de una
diputada oficialista que comparó el cáncer con los «escuálidos» para
adular a su jefe, hasta algunos actos con empleados públicos con una
consigna tan ridícula como cursi («Chávez: te amamos»).
El
propio jefe único del régimen ha sido contagiado aún más por esta
inundación de adulancia pocas veces vista. El día antes de partir a La
Habana volvió a su retórica anacrónica y cursilísima, hablando de sí
mismo en tercera persona, autovalorándose hasta la exageración, sin
conocer la virtud de la modestia que, por lo general, practican los
hombres inteligentes. Vea usted, amigo lector, esta «perla» dicha por él
mismo y recogida por El Nacional del sábado 25 de febrero: «Cuando este
cuerpo se acabe, Chávez no se acabará; se hizo pueblo; es esencia
nacional; es alma nacional para dar la batalla por Venezuela».
Y cuando estos tiempos de oprobio pasen y se conviertan en un mal
recuerdo de la pesadilla que ahora vivimos, los venezolanos del futuro
seguramente se asombrarán ante tantos ditirambos, entuertos y
ridiculeces que hoy presenciamos. Y seguramente, al igual que nosotros
hoy, se avergonzarán de este nefasto capítulo de nuestra historia.
LA PRENSA de Barinas - Martes. 28 de febrero de 2012.