miércoles, 29 de febrero de 2012

Verdades: CURSILERÍA Y ADULANCIA

 Con todo respeto por la enfermedad del presidente de la República, resulta imposible no referirse al grotesco espectáculo de cursilería y adulancia en que él y su cúpula podrida la han convertido desde que se hizo pública.

  Por supuesto que tal hecho forma parte del carácter personalista y autoritario del régimen. Ya se sabe de su naturaleza autocrática y de que todo depende de la omnímoda voluntad de aquel a quien sus áulicos llaman el «Comandante Presidente», un rango que, por cierto, no aparece en la Constitución Nacional, pero que pone de manifiesto el carácter militarista del mismo. Que el presidente de un país se enferme ya es algo normal, como resulta serlo en cada ser humano. Casos recientes y cercanos así lo ratifican: los presidentes Lugo, de Paraguay, y Rouseff, de Brasil, así como el ex presidente Lula Da Silva, en este último país. Ninguno de ellos, en su momento, montó el show que hemos visto aquí. Por el contrario, y como debe ser, asumieron su enfermedad con seriedad, informaron a la opinión pública la naturaleza de la misma y se sometieron a los tratamientos de rigor. Y punto.

  Aquí no. Aquí, la megalomanía, el narcisismo y la cursilería del jefe único del régimen, así como la ridícula y execrable adulancia de su pandilla, han convertido su enfermedad en un espectáculo grotesco. Desde el comienzo, y a un costo de millones de bolívares aún no cuantificados, el sujeto debe ser ya el enfermo más caro del planeta, no tanto por su costoso tratamiento médico, sino por los descomunales gastos que se han hecho para montar todo este espectáculo circense y de tan mal gusto.

  Resulta obvio que han querido convertir la salud del jefe único del régimen en un problema nacional, por encima de los gravísimas dificultades que sufren los venezolanos. Y este planteamiento es absurdo e ilógico, por cuanto sus problemas de salud son de su exclusiva competencia, y es él quien debe ocuparse de resolverlos a través de los canales regulares, tal como lo hicieron los presidentes ya citados.

  Pero los problemas del país, que son más graves, merecen la atención de todos, y especialmente del régimen. Por desgracia, en lugar de enfrentarlos -cosa que no ha hecho en estos largos 13 años, cuando su jefe no estaba enfermo-, ahora pretende obviarlos y dejar que se agraven aún más, por estar ocupándose casi exclusivamente en profundizar el ya perverso culto a la personalidad del caudillo, característico de toda la dictadura. En esta materia asistimos a un torneo de adulancia y rastacuerismo sin precedentes en el país. Si Pío Gil resucitara ahora, probablemente se escandalizaría aún más que en sus tiempos de crítico incansable de la oprobiosa adulancia castrogomecista de principios del siglo pasado.

  Lo que ha presenciado el país en estos días por parte de los áulicos y jalamecates del jefe único de régimen es realmente vergonzoso y abyecto. Desde una aberrante afirmación del conductor de un programa cloacal nocturno en el canal ocho, que llegó a la insolencia de decir que «Dios es chavista» (¡!) y por tanto lo sanaría, pasando por la infeliz declaración de una diputada oficialista que comparó el cáncer con los «escuálidos» para adular a su jefe, hasta algunos actos con empleados públicos con una consigna tan ridícula como cursi («Chávez: te amamos»).

  El propio jefe único del régimen ha sido contagiado aún más por esta inundación de adulancia pocas veces vista. El día antes de partir a La Habana volvió a su retórica anacrónica y cursilísima, hablando de sí mismo en tercera persona, autovalorándose hasta la exageración, sin conocer la virtud de la modestia que, por lo general, practican los hombres inteligentes. Vea usted, amigo lector, esta «perla» dicha por él mismo y recogida por El Nacional del sábado 25 de febrero: «Cuando este cuerpo se acabe, Chávez no se acabará; se hizo pueblo; es esencia nacional; es alma nacional para dar la batalla por Venezuela».

  Y cuando estos tiempos de oprobio pasen y se conviertan en un mal recuerdo de la pesadilla que ahora vivimos, los venezolanos del futuro seguramente se asombrarán ante tantos ditirambos, entuertos y ridiculeces que hoy presenciamos. Y seguramente, al igual que nosotros hoy, se avergonzarán de este nefasto capítulo de nuestra historia.

  LA PRENSA de Barinas - Martes. 28 de febrero de 2012.