EXIGENCIAS DEL FUTURO (I)
Gehard Cartay Ramírez
Está próxima una transición política en Venezuela. Todos
los hechos así lo señalan, no obstante la terca negativa del régimen a aceptar
lo inevitable.
Esta certeza obliga a las fuerzas alternativas a prepararse
para lo que viene. Nadie más que ellas están obligadas a hacerlo. Y no estoy
hablando sólo del aspecto meramente electoral. Estoy hablando de prepararse
para conducir la transición política que servirá de puente hacia una nueva
realidad democrática e institucional, cosa, por cierto, muy distinta.
Y digo distinta, por lo exigente y difícil que será. Va
a requerir de líderes, y no de simples dirigentes, cuestión también muy diferente.
Los líderes son los que señalan caminos a los pueblos, convenciéndolos de la
conveniencia de tal o cual alternativa, y muchas veces contradiciendo la opinión
mayoritaria. Esos son los líderes. Los dirigentes, casi siempre, son los que sólo
dicen lo que la mayoría quiere oír y carecen de una visión de largo alcance.
La venidera transición venezolana va a requerir líderes
abiertos al diálogo y a los acuerdos que implica toda transición, alejados de
fundamentalismos y radicalismos estúpidos. Va a requerir de líderes
respetables, preparados y honestos, lo que no es poca cosa. Va a requerir de
líderes reflexivos, pero decididos a hacer lo que deba hacerse entonces, por
encima de incomprensiones pasajeras, para garantizar un mejor futuro para
Venezuela.
Todas las
transiciones históricas han requerido de líderes con carácter. Todas han requerido
de líderes excepcionales, que han sabido distinguir lo importante de lo que no
lo era. En el siglo XX sólo líderes del temple excepcional de Konrad Adenauer
en Alemania o Alcide De Gasperi en Italia, por ejemplo, pudieron conducir
aquellas complejas transiciones luego de la Segunda Guerra Mundial y de las
trágicas experiencias del nazi fascismo.
En España, a
mediados de los setenta, un ya experimentado Adolfo Suárez, junto al Rey Juan
Carlos de Borbón, se empinaron sobre las tremendas dificultades heredadas de la
dictadura franquista de 40 años que sustituyeron. Y por paradójico que parezca,
combinaron audacia y cautela para llevar a su país de la dictadura a la
democracia, en un breve plazo y en un clima de paz y tranquilidad.
En nuestro
continente también hubo transiciones modélicas de la tiranía a la libertad. La
más importante de todas ellas, a mi juicio, fue la que se operó en Chile a
finales de los años noventa. Como se sabe, el dictador Augusto Pinochet,
presionado por la institución militar, permitió la realización de un referéndum
consultivo sobre el retorno a la democracia. Lo perdió, y aunque pretendió
desconocerlo, los militares se lo impidieron. Fue un líder demócrata cristiano
integral, Patricio Aylwin, fallecido hace poco, quien como presidente electo
por los chilenos se entendió con Pinochet, todavía comandante general del
ejército, y pudo inteligentemente conducir a su país a una democracia ejemplar,
como la que hoy vive.
En Venezuela también
tuvimos transiciones admirables en el pasado: la de la dictadura gomecista a la
democracia, dirigida en 1936 por el presidente Eleazar López Contreras,
principal causahabiente de aquel régimen, quien supo -sin embargo- desmontarlo
en poco tiempo. “Calma y cordura” fue su lema frente a la incomprensión de
gomecistas y demócratas, que no entendían hacia dónde se dirigía aquel taimado
general, el hombre de mayor confianza del dictador hasta el día de su muerte. Y
por encima de todos aquellos obstáculos, López Contreras condujo al país a una
tímida democracia, pero en un ambiente de libertad y conciliación nacional.
Aquí, en nuestro
país, también a veces se olvida la difícil transición que encabezó el
presidente Rómulo Betancourt (1959-1964) a la caída de la dictadura perezjimenista.
Entonces enfrentó, a sangre y fuego, al terrorismo de derecha y a la subversión
guerrillera castrocomunista, y los derrotó, sin que naufragara la democracia
nacida en 1958. Por si fuera poco, aquel proceso lo completaría admirablemente el
presidente Rafael Caldera -entre 1969 y 1974- con su política de pacificación,
que incorporó a los vencidos insurrectos a la vida civil y democrática.
La venidera transición venezolana será tan difícil y
compleja como aquellas. Luego de 18 años de odio, violencia y ruina, lo que
viene no puede dejarse en manos de cualquiera, a ningún nivel, sea nacional,
regional o municipal. No puede dejarse en manos de demagogos, que no estén
dispuestos a hacer lo que tiene que hacerse. No puede dejarse en manos de
mediocres, incapaces o corruptos. No puede dejarse en manos de dirigentes sin
carácter, sin formación y sin experiencia y, sobre todo, sin la inteligencia
necesaria para afrontar tan colosales desafíos (Continuará).
@gehardcartay
LA PRENSA de Barinas (Venezuela) - Martes, 05 de julio de 2016.