viernes, 8 de julio de 2016

EXIGENCIAS DEL FUTURO (I)



EXIGENCIAS DEL FUTURO (I)
Gehard Cartay Ramírez
Está próxima una transición política en Venezuela. Todos los hechos así lo señalan, no obstante la terca negativa del régimen a aceptar lo inevitable.
Esta certeza obliga a las fuerzas alternativas a prepararse para lo que viene. Nadie más que ellas están obligadas a hacerlo. Y no estoy hablando sólo del aspecto meramente electoral. Estoy hablando de prepararse para conducir la transición política que servirá de puente hacia una nueva realidad democrática e institucional, cosa, por cierto, muy distinta.
Y digo distinta, por lo exigente y difícil que será. Va a requerir de líderes, y no de simples dirigentes, cuestión también muy diferente. Los líderes son los que señalan caminos a los pueblos, convenciéndolos de la conveniencia de tal o cual alternativa, y muchas veces contradiciendo la opinión mayoritaria. Esos son los líderes. Los dirigentes, casi siempre, son los que sólo dicen lo que la mayoría quiere oír y carecen de una visión de largo alcance.
La venidera transición venezolana va a requerir líderes abiertos al diálogo y a los acuerdos que implica toda transición, alejados de fundamentalismos y radicalismos estúpidos. Va a requerir de líderes respetables, preparados y honestos, lo que no es poca cosa. Va a requerir de líderes reflexivos, pero decididos a hacer lo que deba hacerse entonces, por encima de incomprensiones pasajeras, para garantizar un mejor futuro para Venezuela.
Todas las transiciones históricas han requerido de líderes con carácter. Todas han requerido de líderes excepcionales, que han sabido distinguir lo importante de lo que no lo era. En el siglo XX sólo líderes del temple excepcional de Konrad Adenauer en Alemania o Alcide De Gasperi en Italia, por ejemplo, pudieron conducir aquellas complejas transiciones luego de la Segunda Guerra Mundial y de las trágicas experiencias del nazi fascismo.
En España, a mediados de los setenta, un ya experimentado Adolfo Suárez, junto al Rey Juan Carlos de Borbón, se empinaron sobre las tremendas dificultades heredadas de la dictadura franquista de 40 años que sustituyeron. Y por paradójico que parezca, combinaron audacia y cautela para llevar a su país de la dictadura a la democracia, en un breve plazo y en un clima de paz y tranquilidad.
En nuestro continente también hubo transiciones modélicas de la tiranía a la libertad. La más importante de todas ellas, a mi juicio, fue la que se operó en Chile a finales de los años noventa. Como se sabe, el dictador Augusto Pinochet, presionado por la institución militar, permitió la realización de un referéndum consultivo sobre el retorno a la democracia. Lo perdió, y aunque pretendió desconocerlo, los militares se lo impidieron. Fue un líder demócrata cristiano integral, Patricio Aylwin, fallecido hace poco, quien como presidente electo por los chilenos se entendió con Pinochet, todavía comandante general del ejército, y pudo inteligentemente conducir a su país a una democracia ejemplar, como la que hoy vive.  
En Venezuela también tuvimos transiciones admirables en el pasado: la de la dictadura gomecista a la democracia, dirigida en 1936 por el presidente Eleazar López Contreras, principal causahabiente de aquel régimen, quien supo -sin embargo- desmontarlo en poco tiempo. “Calma y cordura” fue su lema frente a la incomprensión de gomecistas y demócratas, que no entendían hacia dónde se dirigía aquel taimado general, el hombre de mayor confianza del dictador hasta el día de su muerte. Y por encima de todos aquellos obstáculos, López Contreras condujo al país a una tímida democracia, pero en un ambiente de libertad y conciliación nacional.  
Aquí, en nuestro país, también a veces se olvida la difícil transición que encabezó el presidente Rómulo Betancourt (1959-1964) a la caída de la dictadura perezjimenista. Entonces enfrentó, a sangre y fuego, al terrorismo de derecha y a la subversión guerrillera castrocomunista, y los derrotó, sin que naufragara la democracia nacida en 1958. Por si fuera poco, aquel proceso lo completaría admirablemente el presidente Rafael Caldera -entre 1969 y 1974- con su política de pacificación, que incorporó a los vencidos insurrectos a la vida civil y democrática.
La venidera transición venezolana será tan difícil y compleja como aquellas. Luego de 18 años de odio, violencia y ruina, lo que viene no puede dejarse en manos de cualquiera, a ningún nivel, sea nacional, regional o municipal. No puede dejarse en manos de demagogos, que no estén dispuestos a hacer lo que tiene que hacerse. No puede dejarse en manos de mediocres, incapaces o corruptos. No puede dejarse en manos de dirigentes sin carácter, sin formación y sin experiencia y, sobre todo, sin la inteligencia necesaria para afrontar tan colosales desafíos (Continuará).   
@gehardcartay
LA PRENSA de Barinas (Venezuela) - Martes, 05 de julio de 2016.