miércoles, 30 de noviembre de 2016

SE REQUERIRÁ EXPERIENCIA Y SABIDURÍA



SE REQUERIRÁ EXPERIENCIA Y SABIDURÍA
Gehard Cartay Ramírez
     Sin ser alarmistas, sino realistas, hay que insistir en que Venezuela vive hoy una de sus más graves crisis.
      El régimen, mentiroso y perverso, intenta mantenerse en el poder como sea, lejos de cualquier escrúpulo y apelando a la inmoralidad y la corrupción, pasando por encima de la Constitución y las leyes, mostrando total desprecio por la voluntad popular y la comunidad democrática internacional.
       Y es que, luego de casi 18 años de ejercicio pleno del poder, su único logro es haber destruido a Venezuela como el país democrático y soberano que fue hasta 1998, así como arruinado nuestras inmensas potencialidades de desarrollo y -por si fuera poco- nuestras riquezas petroleras y mineras, en lugar de haberlas utilizado como palancas para asegurarle un mejor porvenir para los venezolanos.
     Nada de eso fue posible, repito, a pesar de esos 18 años de ejercicio omnímodo del poder y de haber manejado una masa inmensa de petrodólares, como nunca antes lo hizo gobierno alguno. Y esta es hoy nuestra gran tragedia como nación, por culpa del grupo de irresponsables, corruptos y demagogos que asumieron el poder en 1999, luego de haber engañado a millones de ilusos con una falsa bandera de cambio, ahora convertida en imperdonable tragedia para todos los venezolanos.
     Por desgracia, esa colosal burla a quienes votaron entonces y después por Chávez, y luego por Maduro, no libera a quienes cometieron tan garrafal error de haber incurrido en una irresponsabilidad histórica que no podrían nunca justificar ante sus hijos y nietos, por cierto, las principales víctimas del desastre que hoy sufrimos. Menos puede liberar a quienes fueron dirigentes de aquel delirante “cambio”, aunque luego se hayan pasado a la oposición, y algunos aceptados como sus dirigentes, sin haberles escuchado, al menos, una disculpa.
     Y este es el otro asunto que no se puede obviar. A pesar de que la demagogia de algunos dirigentes opositores les impide decirlo, la verdad es que la actual crisis se va a prolongar por algún tiempo, al igual que la inacabable maldición peronista que acompaña al pueblo argentino desde hace sesenta años. No será fácil sacar en lo inmediato a Venezuela del precipicio en que la ha hundido el actual régimen, aunque tal vez la recuperación sea más corta que la trágica experiencia de Argentina.
    Pero hay que decirlo claramente. Y es que, a pesar de la repetida ilusión alrededor de “los nuevos líderes” (olvidan que también Chávez llegó gracias a ese predicamento), lo cierto es que requerirá fundamentalmente de un liderazgo experimentado, al igual que de un equipo con las mejores inteligencias venezolanas para diseñar y ejecutar un plan de emergencia que, junto al trabajo y la dedicación de los venezolanos, pueda poner otra vez al país en marcha.
    Porque aquí no hay que llamarse a engaño sobre lo que vendrá luego, una vez que se produzca el necesario cambio en la conducción de Venezuela. Será ciclópea la inmensa tarea de sacar a millones de venezolanos de la pobreza, crear millones de empleos bien remunerados y estables, implantar un sistema de seguridad jurídica, social y personal para todos, obtener financiamiento internacional para recuperar nuestra economía y reabrir las miles de empresas industriales y agropecuarias cerradas, expropiadas o saqueadas en estos 17  años.
     Será igualmente ciclópea la tarea de regresar la probidad administrativa al gobierno, así como devolver su carácter apolítico y no partidista a la institución militar, y derrotar la cultura del populismo y el clientelismo corrupto con que el actual régimen sostiene su maquinaria y sus cuerpos paramilitares.
     Las crisis por lo general son también oportunidades para producir cambios trascendentes en la historia de los pueblos. Confiemos entonces en que esta que ahora nos ha producido tanto daño pueda traer consigo también el imprescindible cambio que tanto anhelamos la mayoría de los venezolanos.
@gehardcartay
LA PRENSA de Barinas - Martes, 22 de noviembre de 2106


1958-1968: LA INSURGENCIA DE LAS JUVENTUDES POLÍTICAS EN VENEZUELA




A propósito de la reciente muerte del dictador cubano Fidel Castro, reproduzco a continuación un texto de un libro de testimonios y vivencias personales que escribo ahora y espero publicar más adelante.

Trata sobre la actuación de la Juventud Revolucionaria Copeyana en los terribles años sesenta, cuando se produjo el duro enfrentamiento entre los gobiernos democráticos de entonces y la guerrilla castrocomunista venezolana, financiada por el dictador recientemente fallecido y, por supuesto, el debate ideológico que tales circunstancias trajeron consigo, especialmente entre las juventudes políticas.

1958-1968: La insurgencia de las juventudes políticas

 
Será difícil que en la historia venezolana se repita otra etapa tan trepidante como la que vivieron las juventudes políticas entre 1958 y 1968.

Al respecto, resulta ineludible reiterar cómo a la caída de la dictadura perezjimenista el alborozo general inicial apuntó entonces hacia una indudable confluencia democrática. Todos los partidos vivían un momento excepcional, signado por la unidad, el diálogo y el consenso. Nadie podía aceptar -en su sano juicio- que se intentara romper aquel esquema unitario. Así se abrió camino a un entendimiento interpartidista entre AD, URD y Copei, en el cual, además, participaron las Fuerzas Armadas, los trabajadores y los empresarios. Ese pacto fue conocido con el nombre de Puntofijo  (nombre de la quinta de Caldera en Sabana Grande, Caracas), y supuso un acuerdo previo a las elecciones de 1958 para respaldar un gobierno de consenso nacional que, como ya sabemos, le correspondió encabezar a Rómulo Betancourt, el triunfador en aquellos comicios.

El ensayo, en verdad, tropezó con serias dificultades, como se apuntó anteriormente, a consecuencia de la bestial ofensiva militarista -de derecha o de izquierda, según el caso, o ambas conjuntamente-, internas y externas, y luego, una vez escindido de AD el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), por la subversión marxista que pretendió imitar la guerrilla castrista triunfante en Cuba dos años antes. Pero ese cuadro de violencia produjo una verdadera polarización entre la juventud copeyana y los jóvenes marxistas del PCV y del MIR.

AD no tuvo entonces ninguna participación importante en aquella lucha. La razón era obvia: el partido eje de gobierno se había quedado sin cuadros juveniles al desertar con el MIR la mayoría de ellos. Correspondió entonces a los jóvenes socialcristianos la dura tarea de defender al gobierno de Betancourt en los sectores estudiantiles y universitarios, y al escudar aquella gestión lo que defendían -en realidad- era nada más y nada menos que a la naciente democracia frente a la embestida insurreccional alentada y dirigida por comunistas y miristas, librada no sólo desde las guerrillas o mediante acciones terroristas, sino también desde liceos y universidades.

Hoy se puede afirmar, sin hipérbole alguna, que la democracia de esos días ya lejanos le debe mucho a la hidalguía, el coraje y la convicción de los jóvenes copeyanos de entonces. Porque, ciertamente, si no hubiera sido por la lealtad de las Fuerzas Armadas y de Copei, cuya vanguardia en los momentos más dramáticos fue precisamente la JRC, aquel difícil ensayo -que en lo fundamental obviamente sostuvo la entereza de Betancourt- hubiera naufragado fácilmente en medio de las complejas circunstancias en que se desarrollaba. El apoyo de los socialcristianos amplió notablemente la base popular que sostenía al régimen, junto al respaldo del partido de Betancourt, a pesar de su división interna y del desgaste sufrido en aquel quinquenio.



Entre la lucha cívica y las guerrillas

Afirmo que el apoyo popular fue esencial porque, en verdad, la insurgencia guerrillera castro comunista en sí misma no puso nunca en peligro la estabilidad democrática, no sólo por su débil organización y proyección, sino también porque Venezuela no es territorio apto para la guerra de guerrillas, salvo en algunas zonas montañosas, tal y como siempre lo han demostrado los recurrentes fracasos de los movimientos guerrilleros.

Aquello fue una experiencia trágica, un error lamentable, como lo han reconocido posteriormente casi todos sus actores principales. Y ello, además de las ya señaladas, por otras dos circunstancias: 1) Sus promotores no conocían a profundidad la guerra de guerrillas, su instrumentación y organización. Nunca se prepararon para adelantarla más allá del romanticismo de la mayoría. 2) Nunca contaron con el apoyo de una población que, por el contrario, los percibía como un puñado de aventureros violentos y terroristas, pero nunca como una alternativa al régimen democrático.

Por estas razones y otras ya comentadas, la guerrilla comunista, financiada y entrenada por Fidel Castro, fue rápidamente derrotada, tanto política como militarmente en pocos años. Para 1968 era ya un espejismo, al cual había renunciado el PCV, uno de sus inspiradores iniciales, así como la gran mayoría de los cuadros del MIR, el otro factor partidista que la motivó. La política de pacificación ejecutada por el gobierno socialcristiano de Caldera hizo el resto: terminó de desarticularla políticamente al incorporar a la gran mayoría de sus protagonistas al proceso legal, cívico y democrático adelantado en el país desde el 23 de enero de 1958.

     Al salir airoso de la difícil prueba a que había sido sometido, el gobierno nacido del Pacto de Puntofijo no sólo derrotó a la insurrección armada y guerrillera, sino que fue más allá: pudo garantizar, así mismo, la continuidad del experimento democrático al propiciar las elecciones de diciembre de 1963, en las que fue electo presidente Raúl Leoni y en las que Caldera llegó en segundo lugar. AD y su candidato, si bien triunfaron en esas elecciones, reducen su votación en comparación con la obtenida por Betancourt un lustro antes. Ello se explica por las divisiones sufridas por AD y el desgaste tradicional de todo partido de gobierno. Sin embargo, lo cierto es que los adecos ganan nuevamente una elección popular, aún debilitados, pero decididos a cambiar radicalmente el esquema de gobierno mantenido por el anterior presidente, sobre todo con relación a Copei, al que comienzan a advertir como el enemigo a vencer en el futuro.

En consecuencia, Leoni y la dirección nacional adeca del momento inician entonces contactos con URD y el movimiento de Uslar Pietri para formar gobierno, alejándose apresuradamente de Copei. En el fondo de todas estas maniobras había, realmente, una indisimulada reacción del nuevo presidente contra Betancourt. Aquello no era nuevo en la política venezolana. Ya antes, en el siglo XIX, había ocurrido lo mismo: Páez contra Bolívar, Monagas contra Páez; Alcántara y Rojas Paúl, a su turno, contra Guzmán Blanco, y en el siglo siguiente las de Gómez contra Castro; Medina Angarita contra López Contreras o la de Gallegos contra Betancourt en 1948.

En estos 40 años de democracia tampoco sería diferente: allí están también -aparte de la de Leoni que ahora comentamos- la reacción de Carlos Andrés Pérez contra Betancourt en 1974; la de Herrera Campíns contra Caldera en 1979; la de Lusinchi contra CAP en 1984; la de este último contra aquél en 1989 y la de Caldera contra LHC y Copei en 1994, por citar los últimos 40 años. En el caso de Leoni, tal posición había sido estimulada y apoyada por la dirección de su partido, encabezada por Prieto Figueroa y Paz Galarraga, a quienes se tenía como propulsores de un sector radical de AD, una vez desprendidos el MIR y el Ars. A su lado estaba, además, el entonces todopoderoso buró sindical adeco. Todos ellos, salvo Leoni, encabezarían posteriormente la tercera división partidista en 1967 y que daría nacimiento al Movimiento Electoral del Pueblo (MEP).

Las elecciones de 1963, a pesar de haber constituido una derrota en todos los ámbitos contra la insurgencia castrocomunista, de ninguna manera eliminaron automáticamente la amenaza marxista, todavía recurrente aunque débil y epiléptica. Si bien las guerrillas no emergieron entonces exitosamente para liquidar la legalidad democrática, mantuvieron por algún tiempo ciertas actividades terroristas y foquistas, a lo largo del período de gobierno entre 1964 y 1969.



Jóvenes demócratas cristianos vs. Jóvenes marxistas

Fue justamente al comenzar el gobierno del presidente Leoni cuando me incorporé, con apenas 15 años de edad, a la actividad política en la Juventud Revolucionaria Copeyana, en un momento histórico complejo pues la militancia partidista estaba exenta de frivolidades y, por el contrario, la lucha contra el adversario ponía a prueba todas nuestras capacidades de acción y de resistencia frente al miedo y la violencia generalizadas.

Aquella fue, por otra parte, una escuela política donde nos formamos muchos dirigentes, iniciada en las luchas estudiantiles y continuada luego en las vivencias democráticas de nuestros partidos, donde la obediencia ciega no existía, los caudillismos eran cuestionados y todo estaba sujeto a discusión, comenzando por los liderazgos más venerables. Esa escuela política nos enseñó el valor de la confrontación democrática, pero también el del debido respeto por las ideas ajenas, la tolerancia frente a las diferencias, la imprescindible necesidad del relevo y la rotación en el liderazgo, la primacía del diálogo con los contendores y el sentido exacto de que la lucha política no es una guerra de exterminio, sino una competencia donde se gana y se pierde, por lo que el triunfador siempre está obligado a respetar al vencido y a valorarlo como alguien necesario.

Por esos años no se produjo tampoco ninguna recuperación de la juventud de AD. Todo lo contrario: dos nuevas divisiones sacudieron otra vez al partido de gobierno, siendo la última -encabezada por Luís Beltrán Prieto y Jesús Paz Galarraga- la que se llevaría nuevamente los menguados cuadros jóvenes que en esos años había podido reclutar Acción Democrática.

En cambio, la juventud copeyana mantuvo su papel protagónico de primer orden frente a las fuerzas marxistas, a pesar de que ya el partido no estaba en ejercicio del gobierno. Pero la lucha estaba planteada entonces en el campo ideológico, ya que eran dos cosmovisiones y dos planteamientos doctrinarios los que se confrontaban, tanto en el campo de las ideas como en el terreno de los hechos. El combate se libraría, en algunas ocasiones de manera encarnizada y violenta, ya en las calles o en los centros de estudio, y no era solamente una lucha muchas veces cuerpo a cuerpo, hombre a hombre. También era una confrontación, insisto, fundamentalmente ideológica, de la cual saldrían finalmente airosos los jóvenes socialcristianos, tal como lo ha demostrado fehacientemente la historia, vista desde la madura perspectiva del tiempo.


Aquellos jóvenes marxistas fracasaron entonces en su empeño y muchos se frustraron tempranamente, mientras quienes los enfrentamos desde la opciones demócrata cristiana y social demócrata nos sentiríamos luego asistidos por la razón histórica, al producirse la caída del Muro de Berlín en 1989 y, consecuencialmente, el derrumbe de la Unión Soviética y de la Europa Comunista, a lo que habría que agregar la conversión de China Comunista en una economía capitalista salvaje y la comprobación inevitable de que la revolución cubana sólo había sido una gigantesca mentira y una gran estafa ideológica.

Se podría decir, en síntesis, que aquella competencia entre los jóvenes socialcristianos y marxistas fue una dura lucha entre la democracia y la subversión. Ese era, ni más ni menos, el dilema de entonces. Unos luchábamos por fortalecer el sistema democrático de libertades y derechos humanos iniciado en 1958, y los otros por conducirlo hacia un régimen socialista-marxista, calcado del esquema dictatorial montado por Fidel Castro en la isla cubana, ensayo que por entonces concitaba sólidos y entusiastas apoyos entre la juventud y la intelectualidad internacional, la mayoría de los cuales, pocos años después, terminaron abandonándolo y abjurando ante una de las dictaduras más abyectas de los tiempos modernos.

Por lo demás, durante el primer gobierno del presidente Caldera, buena parte de los guerrilleros y terroristas de aquellos tiempos abandonaron su equivocada estrategia y se insertaron dentro del juego democrático, gracias a la política de pacificación que se impondría en el país a partir de 1969. Este hecho habla, por sí solo, sobre la justicia y la fuerza de los ideales que entonces sostuvimos los jóvenes de Copei.