domingo, 5 de mayo de 2013


 
BARINAS: PRESENTE Y FUTURO

DISCURSO DEL DIPUTADO
GEHARD CARTAY RAMÍREZ
AL CLAUSURAR LAS PRIMERAS JORNADAS SOBRE PROBLEMAS URBANOS Y GESTIÓN MUNICIPAL, CELEBRADAS EN LA UNELLEZ, BAJO LOS AUSPICIOS DE PROBARINAS, EL COLEGIO DE SOCIÓLOGOS Y EL CENTRO DE INGENIEROS DEL ESTADO BARINAS

(Barinas, 20 de mayo de 1984)

Obligante, a la par que exigente, resulta esta generosa invitación que se me ha formulado para pronunciar las palabras de clausura de las Primeras Jornadas sobre Problemas Urbanos y Gestión Municipal.
Yo agradezco muy especialmente tan alta distinción. La iniciativa, sus promotores y el trabajo que ustedes han adelantado durante estos cuatro días de deliberaciones, así como la profundidad y dedicación conque han sido tratados los tomes discutidos, hacen más comprometedora esta oportunidad de reflexionar en alta voz sobre la que ha constituido el motivo central de tan noble esfuerzo: el presente y futuro de Barinas, nuestra ciudad natal.
Como muy bien lo señalara en sus palabras iniciales el Presidente de PROBARINAS, Ingeniero Luis Rodolfo Mazzei Zúñiga, esta reunión se produce precisamente frente a la coyuntura más crítica de la ciudad de Barinas. Crisis que se opera fundamentalmente por razones de acelerado crecimiento, con todas las secuelas de imprevisión, empirismo y desorganización que han sido las notas comunes de nuestras más importantes ciudades venezolanas. Por esto mismo, la contribución y el aporte que este evento pueda generar, más allá de la teoría y de las buenas intenciones, no será tardío ni inoportuno, a pesar de que desde hace ya algún tiempo los problemas que discutimos han venido condicionando el desarrollo de la urbe presente.
Traducir en los hechos todas estas iniciativas mancomunadamente, ensamblando la urgente tarea del sector oficial con el magnífico concurso de entes privados como los patrocinadores de estas jornadas, debe ser el mejor compromiso que asumamos los barineses con el destino de nuestra ciudad.

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Montada sobre la planicie que resbala por el piedemonte, Barinas corre libremente sobre la llanura, sin accidentes geográficos o naturales que la detengan. Apenas el río, su obstinado y permanente compañero de viaje, le ha impedido saltar sobre las fértiles tierras de Borburata. Pero la ciudad parece a ratos desbocarse cual caballo indómito que quiere vencer a la llanura.
Así ha venido creciendo en apenas tres décadas. Ya no es el pueblo pequeño y coloquial de nuestra infancia. Barinas crece con propios y extraños, perdiendo mucho de su antigua personalidad de siempre y haciendo concesiones a ese concepto a veces difuso y desconocido que llamamos progreso. Muchas de sus antiguas tradiciones han desaparecido y el desarrollo que presenciamos nos desarraiga de alguna manera de su modo de ser tan nuestro.
Y no se trata de ser nostálgicos, o cosa parecida. De ningún modo. Quienes tenemos apetito de futuro no nos solazamos en lo que se ha ido para no volver. Nos alimenta, sí, la trascendencia de nuestra textura de pueblo transparente y noble, asomado al espíritu venezolano por la ventana de la cordialidad y la amistad auténtica. De lo que se trata entonces -ni más ni menos- es de combinar aquellos valores de siempre con los que se atisban en los tiempos presentes y futuros para moldearlos con la arcilla de lo permanente y de lo que trasciende.
Barinas será así la de siempre, sin que por ello cierre sus puertas a la corriente revolucionaria de la Historia.

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El signo predominante de la sociedad moderna es el urbanismo. Grandes masas humanas de todo el planeta viven hoy en comunidad, unos con otros, bajo un mismo cielo y sobre un mismo suelo, formando aquello que llamamos ciudad.
Particularmente notable resulta este fenómeno en el caso venezolano. La crisis de valores que ha producido el petróleo, al lado de sus cosas buenas, ha generado -entre otras cuestiones- el abandono del campo y la invasión de las ciudades. Al abandonar a aquél, hemos dejado de lado también la vieja devoción por el trabajo creador y el sacrificio noble que conoció el venezolano hasta principios del presente siglo. Después se apoderó de nosotros -y aún perdura- la tentación del facilismo, el enriquecimiento rápido e inmoral, y todas las demás corruptelas que han venido minando el alma de la Nación.
La ciudad, así, hablando en términos generales, ha pasado a ser una suma de factores y de elementos absolutamente complejos. Su comprensión, por tanto, no puede ser obra de la simple observación o del estudio superficial o casuístico. La ciudad supone un riguroso método científico para su análisis, basado en un conjunto multidisciplinario, diverso y rico. Pudiéramos citar, por ejemplo, la economía, la ecología, la sociología y el urbanismo, sin dejar de lado las muy necesarias de la ingeniería, la arquitectura y el derecho. Frente a todas estas disciplinas, la ciudad insurge como un reto fascinante, coma un desafío a la imaginación.
La ciudad, al menos dentro del subdesarrollo en que vivimos, se ha convertido en un problema qua reclama soluciones drásticas y viables. Son muchísimas sus fallas, multiplicándose en el mismo tiempo a una velocidad asombrosa. La marginalidad, la insuficiencia de sus servicios públicos, la destrucción de su medio ambiente, entre otros, son algunos de los males que aquejan a la urbe moderna
Pero la ciudad, en verdad, es una realidad formidable y como tal perfectible y superable. No podemos dejarnos ganar por el pesimismo o el escepticismo, si realmente creemos en la solución de sus más graves problemas. En todo caso, cualquier proyecto humano que apunte hacia un nuevo orden económico y social pasa indefectiblemente por una auténtica comprensión del fenómeno urbano.

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Todas estas cosas las he recordado esta tarde a propósito del motivo central de las Primeras Jornadas sobre Problemas Urbanos y Gestión Municipal que ahora clausuramos. Y aunque parezcan generalidades sobre el problema urbano -de hecho lo son, en realidad- no he dejado de sentir que de alguna manera tienen que ver con Barinas, su presente y su futuro.
Nuestra ciudad, ahora más que nunca, también se ha convertido en un desafío para sus hijos y sus amigos. Su porvenir, por tanto, dependerá a la larga del esfuerzo conjunto que hagamos tanto el sector público como el privado, y de que seamos capaces de lograr tal empeño con el entusiasmo y la acción de todos los que aquí vivimos.
Esa ciudad posible es la qua nos congrega hoy aquí. Su porvenir y desarrollo futuro debe modelarse a partir de su realidad actual. Nadie niega que Barinas se ha convertido en un vigoroso polo de atracción en el occidente venezolano. Y la razón de tan acelerada metamorfosis puede analizarse desde varios puntos de vista. En primer lugar, su privilegiada ubicación geográfica, pero también por sus potencialidades crecientes como productor agrícola y pecuario, a tal punto que se debería convertirse en la capital agropecuaria por excelencia y proyectarse también como un importante polo industrial y de servicios a mediano plazo.
Sin embargo, Barinas se nos ha ido de las manos. Su acelerado desarrollo la encuentra hoy convertida en una modesta pero moderna ciudad, con los problemas que acarrea tal circunstancia y sin que estuviéramos preparados para afrontar esa nueva realidad.
La coyuntura actual nos obliga a replantearnos el porvenir de nuestra ciudad. Debemos prever con suficiente antelación la complejidad que encierra su ya evidente crecimiento desordenado. Debemos vencer la improvisación y derrotar esa afición tan venezolana de no resolver los problemas a medida que surgen.
La ciudad requiere un plan realista para su desarrollo urbanístico. Cualquier decisión en esta materia, si no acierta en su proyección, puede limitar enormemente el crecimiento de la ciudad. Un ambicioso Plan de Desarrollo Urbano que contenga las previsiones capaces de ordenar y regular la expansión urbana de la capital, cuando menos hasta los próximos cincuenta años, aparece ante nosotros como una prioridad urgente e impostergable, sobre todo si se lo concibe con criterios futuristas y funcionales. Solo así evitaremos que nuestros hijos hereden una Barinas caótica e invivible.
Pero esa planificación de la urbe del futuro debe anudarse a las exigencias del hombre barinés, y no al revés. Quienes profesamos el ideal cristiano humanista hacemos de la persona el punto convergente de todo el entorno que la rodea. De tal modo que nos negamos a creer en una ciudad que no sea el espacio vital para la realización personal y colectiva de todos y cada uno de sus habitantes. La ciudad, entonces, sólo existe en función de la trascendencia del fenómeno humano y de su progreso y bienestar.
Basta mirar a las ciudades modernas para darnos cuenta hasta qué punto han convertido al hombre en un ser impotente ante la estructura de cabilla y cemento qua lo limita. Afortunadamente, Barinas no es ahora ni por asomo una de esas urbes inhumanas. Aún estamos a tiempo, gracias a Dios, de construirnos la ciudad que queremos para nosotros y para nuestros hijos.
Pero debemos tomar conciencia de la ciudad que tenemos hoy, de sus problemas y sus fallas. La ciudad ha crecido mucho últimamente. Se extiende hacia todas partes, acercándose a Torunos, Quebrada Seca o Los Guasimitos. Tiende su mano poderosa para asir hacia su cuerpo las dispersas poblaciones que antes la rodeaban. Se trata, en cierto modo, de un proceso obligado, ya considerado normal en el desarrollo urbano venezolano.
Sus problemas también comienzan a sentirse con mayor fuerza. Emerge así, en primer término, la marginalidad social. Diaria y sigilosamente, multitudinarios ejércitos de desempleados engrosan su cinturón de miseria, en busca de una mejor vida para sus familias. Levantan rancherías sin importar la ausencia de los servicios básicos e indispensables. ¿Acaso pueden esperar a tenerlos? Rodean la ciudad, ensanchando así su magro esqueleto urbano hacia la extensa llanura circundante. Parejamente, con la ciudad van creciendo igualmente sus numerosos y graves problemas.
El desarrollo ordenado de la ciudad también exige un programa integral de zonificación que incluya racionalmente los sectores residenciales, comerciales e industriales, debidamente demarcados y separados. Su ejecución rigurosa y disciplinada supondría un crecimiento ajustado al deseo colectivo de una ciudad que pueda ser lugar digno y agradable para vivir y trabajar.
Exigencia impostergable y señalada reiteradamente lo es la necesidad de articular cuanto antes una red vial urbana que permita mayor fluidez al tráfico de la ciudad. Se ha dicho, y lo hemos repetido anteriormente, que deben ampliarse algunas de sus arterias centrales, bien la Avenida Medina Jiménez o la Marqués del Pumar. Del mismo modo, y con similar urgencia, debemos acometer la construcción de una arteria de circunvalación de la capital, aprovechando la ya existente Avenida Industrial, como solución adelantada en materia de vialidad rápida para el acceso a Barinas, sin descontar, por supuesto, la tantas veces exigida y prometida vía alterna a la actual Avenida 23 de Enero. De igual manera, hay que construir una gran avenida de entrada a la ciudad por la parte alta, que la comunique con la carretera nacional hacia el eje andino y la ciudad de San Cristóbal.   
Barinas será cada vez más exigente con nosotros mismos. Debemos pensar en soluciones permanentes, tanto por lo que respecta al área de los servicios públicos y médico-asistenciales, como por lo que se refiere a las instalaciones recreativas y deportivas para nuestra niñez y juventud. Debemos luchar también por programas intensivos de equipamiento de barrios y viviendas populares cómodas e higiénicas. El problema del agua, hasta ahora sin solución por distintas e igualmente injustificadas razones, no puede esperar más, como tampoco deban demorar más tiempo las dificultades de energía eléctrica, teléfonos, drenajes y otros aspectos de vital importancia para la ciudad.
La Barinas que queremos no es una simple ilusión, dibujada por quienes como ustedes se angustian ante su presente y su futuro. La ciudad que queremos es un sueño realizable, como todas las grandes ideas. Tarea exigente, desde luego, pero no imposible. Requerirá constancia y esfuerzo saltar los obstáculos presentes en el camino hacia esa meta. Pero debemos superarlos, a pesar de que puedan escasear los recursos o los planes y proyectos parezcan difíciles de ejecutar a mentes apáticas o desinteresadas.
La ciudad que queremos, ese sueño hermoso que nos congrega hoy aquí, surgirá en la medida en que mentes y manos de imaginación y trabajo seamos capaces de bosquejarla y plasmarla más allá de los buenos deseos o de las quiméricas ilusiones.

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Unas palabras finales sobre el tema de la gestión municipal. Ya es lugar común aseverar que el municipio es la institución más cercana al ciudadano. O como bien lo expresa la Constitución Nacional al definirlo como “la unidad primaria y autónoma dentro de la organización nacional”.
Pero en Venezuela el Municipio no ha pasado de ser una entelequia o cuando menos una ilusión. Sus glorias pasadas, aquellas que signaron nuestro inicio como patria soberana, parecen haber palidecido bajo el influjo de la Historia. Nuestro sistema político enfermizamente centralista, no obstante guarecerse en un marco federalista que no pasa de ser una mentira histórica más, ha sido la causa predominante del languidecimiento de nuestra institución municipal. Además, los regímenes de fuerza qua tuvimos que soportar por largos años, también ayudaron a liquidar la existencia del municipio autónomo y democrático. Por si fuera poco, el proyecto democrático instaurado en l958 sigue en deuda con el compromiso de fortalecer nuestros Concejos Municipales.
Así fue como hubo que esperar 18 años en diseñar una ley orgánica sobre la materia, que desarrollara y ampliara los artículos 25 al 34 de la Carta Fundamental de la República. El nuevo texto legal contiene algunos aspectos positivos y viables para asegurar la participación de los ciudadanos. Podríamos mencionar, muy brevemente, la creación de los Distritos Metropolitanos; las Mancomunidades y algunos mecanismos para la cooperación intermunicipal; la jerarquización de las figuras del Administrador y Contralor Municipal, allí donde corresponda; la instauración de la carrera administrativa municipal; los cabildos abiertos; las Asociaciones de Vecinos, etc.
Sin embargo, la ley vigente no ha logrado superar las expectativas que creó su aprobación. Algunos han llegado a decir, y con razón, que es incompleta e insuficiente. Y el tiempo lo ha demostrado con creces. Por esto mismo, su reforma se ha convertido en un clamor urgente, como una vía -al menos teórica- de fortalecer nuestros Concejos Municipales.
Lo fundamental de esta ansiada reforma lo constituye, a mi juicio, la necesidad de establecer un verdadero sistema de selección democrática de nuestros concejales, permitiendo su elección uninominal, en listas abiertas, que hagan posible una mayor comunicación entre la comunidad que elige y el elegido. Lamentablemente no ha sido posible, durante la presente legislatura nacional, conformar una mayoría capaz de motorizar la verdadera democratización del Municipio.
Por lo demás, son extendidas y variadas las críticas a nuestras instituciones municipales. Ahora, cuando estamos a las puertas de un proceso electoral, aquellas abundan, no siempre signadas por el ánimo constructivo y autocrítico. Pero nadie niega la validez de algunos cuestionamientos. Sin embargo, sería pueril y superficial ubicar la causa de sus fallas solamente en los propios Cabildos. A mi modo de ver, se trata de fallas estructurales. Por vía de ejemplo podemos señalar la insuficiente legislación nacional en materia municipal o la poca o ninguna coordinación en la ejecución de programas y en la prestación de servicios fundamentales con las Gobernaciones de Estado o con el Ejecutivo Nacional.
Salvo notables excepciones, la verdad es que nuestros Concejos Municipales carecen de fuentes de autofinanciamiento. Muchos de ellos, los más pobres y alejados, apenas sustentan su magra burocracia con la figura -a veces oprobiosa y grotesca- del llamado situado constitucional, especie de limosna compasiva que aporta el todopoderoso gobierno central, por lo general insuficiente y tardía. La misma ausencia de conciencia impositiva en las ciudades en crecimiento conspira contra los recursos municipales. Se podrá decir, claro está, qua mientras la prestación de servicios no compense el pago de los impuestos, estos deben mantenerse bajos o sencillamente impagados. Tal argumentación, obviamente, conduce a un círculo vicioso, aunque en el fondo no sea más que una excusa para aquellos a quienes el dios petrolero ha acostumbrado a vivir del maná presupuestario.
Por ello resulta reconfortante comprobar que algunos Concejos Municipales han sido capaces de hacer obras sentidas y valiosas para la comunidad, no obstante lo exiguo de sus recursos.

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La lucha, pues, por fortalecer el Municipio sigue adelante, ahora más que nunca cuando amplios sectores de las comunidades se incorporan para asegurar una participación más plena y efectiva, sobre todo cuando próximamente vamos a celebrar la elección de los concejales. Estoy seguro de que iniciativas como estas ayudarán a lograr la auténtica  democratización del Municipio.
Al clausurar estas Jornadas tan alentadoras y promisoras, sólo me resta hacer un llamado a todos lo que aquí convivimos y trabajamos: Barinas nos convoca, sin excepciones posibles, para luchar por su desarrollo y bienestar. Dejemos de lado las banderías políticas, los sectarismos de grupo, las mezquindades pequeñas, y pongámonos todos, absolutamente todos, a trabajar siguiendo el hermoso ejemplo que PROBARINAS, el Colegio de Sociólogos y el Centro de Ingenieros del Estado Barinas nos han dado al organizar estas jornadas que son un soplo de brisa fresca -como diría Andrés Eloy- “sobre los horizontes de la esperanza, por los caminos de la voluntad”.
Muchas gracias (Aplausos).