sábado, 31 de diciembre de 2016

LA JUSTA REBELIÓN
Gehard Cartay Ramírez
Si el régimen cumple su descabellado propósito de “disolver” la Asamblea Nacional entraríamos en un oscuro tiempo que acelerará, aún más, la destrucción y ruina del país.
De hecho, el oficialismo ha venido desconociendo e irrespetando al Poder Legislativo, través del sicariato judicial que contra la Constitución se ejecuta desde la llamada Sala Constitucional. Bien se sabe que todas las leyes y decisiones que ha aprobado el parlamento venezolano han sido “anuladas” por aquel organismo, todo ello abusando del poder y en contra de las normas constitucionales.
La naturaleza ya abiertamente dictatorial del régimen desconoce así, no solamente al Poder Legislativo y sus competencias y funciones, sino al poder soberano del pueblo que lo eligió en diciembre del año pasado. A ese pueblo -el verdadero y auténtico- lo menosprecia la cúpula podrida que manda y pretende sustituirlo por los cada vez más reducidos sectores que aún lo apoyan, pero que no representan en modo alguno a la gran mayoría de los venezolanos.
Se configura entonces una realidad escandalosa: Maduro y su claque ya no representan -si es que alguna vez lo hicieron- la voluntad mayoritaria del pueblo de Venezuela. Carecen, por tanto, en su actual desempeño del poder, de la legitimidad que otorga la representación de las mayorías. Muy al contrario: lo ejercen en contra de la voluntad de más del ochenta por ciento de los venezolanos, según las últimas encuestas.
Todo ello obliga a la oposición democrática a redefinir las tácticas mediante las cuales puede lograr su objetivo de sustituir al régimen cuanto antes. Se ha demostrado ya suficientemente lo complejo que resulta combatir democráticamente a un régimen que no lo es. Y es que no es fácil la lucha entre desiguales, cuando uno de ellos usa todo su poder y viola impunemente la Constitución y las leyes, mientras la oposición es perseguida y varios de sus líderes muertos, detenidos o exiliados, sin que las instituciones que deberían garantizar el respeto a la Constitución y los derechos humanos hagan algo al respecto. Más grave aún: hacen todo lo contrario, al justificar los atropellos del régimen.
La historia ha demostrado que los pueblos no tienen por qué tolerar las dictaduras y sus abusos. Moral y éticamente están obligados y autorizados a liquidarlas, en nombre de la libertad y la justicia. Por estos días lo ha recordado el padre jesuita Luis Ugalde, ex rector de la Universidad Católica Andrés Bello, en un impecable artículo publicado en la revista Sic.
Ugalde, en su sólida argumentación al respecto, acudió a las fuentes primarias del pensamiento católico para justificar el derecho a la rebelión que tienen los pueblos martirizados por regímenes dictatoriales. A su juicio, “la justa rebelión contra gobiernos tiránicos es una doctrina católica milenaria y un derecho humano fundamental. La existencia de gobiernos se justifica éticamente por su condición de medio indispensable para lograr el bien común. Cuando el régimen se convierte en instrumento del mal común del conjunto de los ciudadanos y los agrede con creciente pobreza, corrupción, inseguridad y manejo de lo público como botín privado, ya es dictadura”.
Al citar a dos grandes pensadores católicos, San Agustín (“La ley injusta no es ley”) y Santo Tomás, Ugalde hace suya una opinión de este último, según la cual “si el tirano agrede al bien común y busca su interés privado, con lo que los súbditos quedan libres del acatamiento y obediencia a la legítima autoridad, pues se ha deslegitimado. Los pueblos tienen derecho a darse sus gobernantes y obligación de pedirles cuentas de buen gobierno y cambiarlos cuando se vuelven tiranos”.
La siguiente referencia del padre Ugalde al respecto es fundamental: “En el Acta de la Independencia de Venezuela y en el Manifiesto que hace al mundo la Confederación de Venezuela (1811) (Juan Germán) Roscio basa en ese principio el legítimo derecho a darse un buen gobierno independiente de España: En uso de los imprescriptibles derechos que tienen los pueblos, para destruir todo pacto, convenio o asociación que no llena los fines para que fueron instituidos los gobiernos, creemos que no podemos ni debemos conservar los lazos que nos ligaban al gobierno de España y que como todos los pueblos del mundo estamos libres y autorizados para no depender de otra autoridad que de la nuestra (…). Los pueblos tienen derecho a juzgar y a cambiar gobiernos cuando el régimen es opresor y bloquea sistemáticamente el camino del bien común”.
Resulta indudable que la fuerza moral de estos razonamientos nos obligan a profundizar la lucha contra la dictadura y a revaluar las tácticas más eficaces que conduzcan a su sustitución cuanto antes. Es nuestro derecho y nuestra obligación.
@gehardcartay
LA PRENSA de Barinas (Venezuela) - Martes, 27 de diciembre de 2016.

sábado, 24 de diciembre de 2016

EL PEOR RÉGIMEN DE NUESTRA HISTORIA
Gehard Cartay Ramírez
Termina este nefasto 2016 confirmando que padecemos el peor régimen de la historia venezolana.
Nunca antes hubo uno tan incapaz, inepto, corrupto e insensible como el actual. Nunca tuvimos un presidente peor evaluado que el actual, cuyo único mérito histórico será haber superado en esa escala a Julián Castro, quien desgobernó Venezuela entre 1858 y 1859 y al que siempre se le tuvo como el más malo de todos los gobernantes en nuestra historia republicana.
Culmina este año mostrando los inocultables signos del cáncer terminal que afecta al país desde hace 18 años. Y no pueden ser más terribles: una economía en ruinas, hambre, miseria, desabastecimiento, escasez, alto costo de la vida, hiperinflación, inseguridad como nunca y una desvergonzada corrupción en todas las escalas oficiales (desde la más alta hasta la más baja) e incluso privadas. Ciertamente, Venezuela nunca estuvo peor que ahora, lo cual ya es mucho decir.
La última estación de este penoso viacrucis que sufrimos la constituye el saqueo que se nos ha hecho a todos con motivo de la supuesta sustitución de los billetes actuales. Lo que estamos presenciando en estos tristes días es la demostración más escandalosa de que hoy en Venezuela no hay gobierno, sino un régimen signado por la improvisación, la ineptitud y la corrupción, y al que nada le importa el destino de nuestro pueblo, aquejado como nunca por los peores problemas en muchas décadas.
No han faltado, por supuesto, quienes señalan que, más allá de tan colosal improvisación y de este vulgar despojo que el régimen nos ha hecho a todos, hay otras motivaciones mucho más sombrías. Economistas serios y prestigiosos han llegado a afirmar, incluso, que detrás de todo este desastre monetario hay una gigantesca operación de lavado de dineros sucios, provenientes de mafias oficialistas vinculadas a negocios ilícitos. Tal vez tengan razón, porque con gente de esta ralea todo es posible.
Lo que si resulta muy claro es que el régimen ha procedido criminalmente a incautar nuestros haberes monetarios con el argumento de que debía desincorporar los billetes actuales por los nuevos, que estas alturas siguen sin aparecer. Y mientras esto ocurre, millones de venezolanos se quedaron sin efectivo en esta temporada pre navideña, sin poder comprar la poca comida que se consigue, ni adquirir otro tipo de bienes, algo que nunca había pasado en Venezuela. Si esto no es un atraco, no sé de qué otra forma podríamos denominarlo.
Y es que hasta la Conferencia Episcopal de la Iglesia Católica Venezolana, con la autoridad moral y la prudencia que todos le reconocemos, este fin de semana condenó duramente estos hechos: “Poner fuera de circulación, en este momento del año, el billete de más alta denominación (Cien bolívares) y la manera apresurada de implementar la medida han causado graves molestias a toda la población y han provocado indignación, rechazo y violencia. (…) Los pobres, como siempre suele suceder, han sido los más perjudicados y los más indefensos con las decisiones tomadas”.
 Igualmente, la jerarquía episcopal denunció que las grandes masas populares “de la noche a la mañana se han quedado prácticamente sin recursos ni poder adquisitivo a fin de poder conseguir los insumos necesarios para su alimentación, transporte, medicinas y para cubrir los gastos necesarios de la cotidianidad”. Y no vaciló enseguida en afirmar que “el Gobierno ha llevado a cabo medidas terribles  y precipitadas que perjudican a todos, sin tener en cuenta que son servidores de un pueblo que de verdad está sufriendo el menosprecio de todos los dirigentes políticos”.
Los obispos católicos, por cierto, también condenaron la falta de pronunciamientos oportunos de la oposición frente a este desastre y enfatizaron que muchos venezolanos “no dejan de expresar sus sentimientos de frustración y de abandono por parte de quienes debían estar dando la cara y promoviendo soluciones justas”. Por desgracia, algunos de esos dirigentes opositores estaban más ocupados de sus precandidaturas y “hallacazos” que de acompañar a la gente en un momento tan aciago. Resultan francamente condenables su derroche de recursos, su frivolidad y sus ambiciones bastardas ante tanta desgracia colectiva.
Por lo visto, necesitamos otro gobierno y también otra oposición. El país no puede seguir hundiéndose con más dirigentes mediocres, ineptos e insensibles. Necesitamos un liderazgo experimentado y firme a todos los niveles, gente auténtica y honesta, que esté a la altura del desafío venezolano de hoy.
Ojalá que el actual sea el último de los peores regímenes que hemos sufrido en nuestra historia.

@gehardcartay
LA PRENSA de Barinas (Venezuela) - Martes, 20 de diciembre de 2016.

sábado, 17 de diciembre de 2016

LUCHA SIN EXCLUSIONES



LUCHA SIN EXCLUSIONES
Gehard Cartay Ramírez
En la oposición hay ciertos dirigentes a quienes “los árboles no los dejan ver el bosque”, para citar un conocido refrán.
Son gente que no alcanza a mirar más allá de sus narices. Gente que no entiende el momento que vivimos. Gente que antepone sus intereses personales por encima de los intereses nacionales. Gente que cree que sus ambiciones individuales son más importantes que todo lo demás.
La colosal crisis que hoy sufrimos requiere otro tipo de dirigentes, dedicados a un esfuerzo mayúsculo -de ellos y sus partidos- en donde se combinen las ambiciones legítimas con la aspiración mayor de los venezolanos, que no es otra que el cambio urgente y radical de la actual situación.
Lo singular del momento político, económico y social de estos últimos años es que en Venezuela no funcionan la democracia ni sus instituciones. Así de sencillo. No estamos viviendo tiempos normales de desarrollo democrático, como sucedía en la República Civil entre 1958 y 1998. Ahora estamos bajo una dictadura disfrazada de democracia, producto de un injerto de fascismo y castrocomunismo, bajo la tutela de un gobierno extranjero y cuyo legado hasta ahora sólo ha sido la destrucción del país en todos los sentidos.
No es poca cosa, amigos lectores. Sufrimos una profunda crisis política, económica, social, institucional y moral, que ha puesto al país a la deriva y de la que no será fácil salir en los próximos años. Y ante un desafío como este, la frivolidad, la mediocridad y la falta de madurez de algunos dirigentes opositores -para no referirme a los del régimen, que las vienen mostrando desde hace ya 18 años- luce escandalosa.
De allí que resulte ineludible plantear una franca discusión al respecto, hacer correctivos a tiempo y colocar la conducción de la oposición democrática en manos de los más sensatos y experimentados, sean jóvenes o viejos, pues el asunto no es la edad cronológica de la dirigencia, sino las ideas y proyectos que Venezuela exige ahora. Y 2017 es una fecha apropiada al respecto, luego de los recientes sucesos políticos que han cambiado un poco la percepción de las mayorías con respecto a la conducción del movimiento opositor al régimen de Maduro y su cúpula podrida.
Vamos a detenernos en este último asunto porque no conviene asumir posiciones excluyentes, sectarias o autosuficientes. En la lucha opositora todos somos necesarios, aunque nadie es imprescindible. Toda persona o partido político que quiera aportar su colaboración en la tarea de salir de este ominoso régimen debe ser incorporado con la mayor amplitud. La oposición democrática no es propiedad de alguien en particular, ni de ningún partido. Y esto hay que tenerlo claro, sin espacio para equivocaciones.
Por eso  mismo, hay tener cuidado con el mito del simple "relevo generacional" como único instrumento eficaz para enfrentar el difícil momento histórico que vivimos. Y digo mito, porque esa es una vieja tesis a la que siempre apelan los dirigentes jóvenes, como si ellos no van a llegar también a la madurez cronológica. Se trata de un espejismo político de viejo uso, aquí y en todas partes. Hace 18 años lo utilizó Chávez, combinándolo con la antipolítica, otra falacia a la que se apela a veces. Y allí están sus desastrosos resultados. Sin embargo, existen hoy quienes en la oposición vuelven a este manoseado recurso para apuntalar sus proyectos personales.   
El problema, digámoslo de una vez, no es ser joven o viejo, sino capaz o incapaz, competente o incompetente, experto o inexperto, honesto o corrupto. Son las virtudes y no los vicios, más que la edad, las que resultan indispensables en quienes deban asumir la conducción opositora actual y en quienes vayan luego a dirigir el país, una vez que salgamos del actual régimen. 
Resulta muy claro también que las posiciones personalistas sobran en esta lucha. Lo que está planteado entonces es un amplísimo esfuerzo colectivo, sin excluir a nadie, sea viejo o joven. Un esfuerzo comunitario de gran alcance, que nos integre a todos los que estamos decididos a cambiar a Venezuela en lo inmediato. No comprender esta dimensión de nuestra lucha es agotarse en la mediocridad y facilitarle las cosas al régimen, cuyo único propósito es prolongarse en el poder, aunque el país se hunda cada día más.
El país debe saber que sólo saldremos adelante con planes y programas concretos, con equipos humanos capaces y bien preparados, con gente honesta y sensible al frente de la cosa pública, apartando a los ineptos y ladrones, y convocando a los mejores en la tarea ciclópea de reconstruir a Venezuela. 
 @gehardcartay
LA PRENSA de Barinas (Venezuela) - Martes, 13 de diciembre de 2016.

lunes, 12 de diciembre de 2016

ENTRE EL CINISMO Y LA INGENUIDAD



ENTRE EL CINISMO Y LA INGENUIDAD
Gehard Cartay Ramírez
A estas alturas, son pocos los que creen en las posibilidades del supuesto diálogo de la MUD con la cúpula podrida del régimen.
Y conste que no vale la pena agregar que algunos lo advertimos desde el principio. Al respecto, escribí dos artículos: El diálogo: mitos y realidades (8-10-2016) y El diálogo: ¿un espejismo? (15-10-2016). Tampoco, desde luego, había entonces que ser muy suspicaz. Cualquiera, fácilmente, podía llegar a esa conclusión, a menos que fuera un pendejo completo. Los antecedentes del chavomadurismo en materia de diálogo ya habían demostrado, en 2003 y 2014, su cinismo y falta de palabra, así como su habilidad para ganar tiempo y desmovilizar a la oposición democrática.
Ahora se repite aquel sainete. Y el daño que se le ha infligido a la oposición democrática es de consideración, sin duda. La ingenuidad, la falta de visión y las argumentaciones pueriles que se han producido por parte de la dirigencia de la MUD también son sencillamente escandalosas. Lo digo porque presumo que actúan de buena fe.
No se trata, por cierto, “de hacer leña del árbol caído” en este caso. Las críticas sobre este capítulo del malhadado “diálogo” no desmeritan -en modo alguno- los aciertos anteriores de la MUD. Pero así como hemos reconocido estos, hoy estamos en el deber de señalar los errores, si queremos hacer una crítica constructiva sobre el asunto, y no ceder a radicalismos o reconcomios como los que escupen algunos, fuera y dentro de Venezuela.
Lo primero que hay que resaltar es que el régimen no ha cumplido sus compromisos frente al Vaticano y los otros mediadores, algunos de pésima reputación y abierta cercanía al chavomadurismo. Contrasta esa actitud con la beatísima posición de la MUD frente al Papa Francisco y su ingenuidad al aceptar a los ex presidentes Zapatero, Fernández y Torrijos como fiadores de un jugador tracalero y tramposo como el régimen venezolano.
En este sentido, la dirigencia opositora ha demostrado también falta de malicia. Porque, ciertamente, antes de sentarse en la mesa de conversaciones con gente de tal calaña debió exigir la incorporación de otros mediadores y comprometer al Vaticano como real garante, y no como una simple presencia diplomática. (Ojalá sea cierto el rumor que se corrió este fin de semana sobre una presunta carta que los enviados papales le habrían dirigido a Maduro reclamándole el cumplimiento de los compromisos adquiridos.)
Digo esto, por supuesto, en el bien entendido de que no podemos pretender que esos sectores foráneos vinieran a resolver la gravísima crisis que padecemos, lo cual es responsabilidad de los venezolanos. Pero, al aceptarlos en estas conversaciones, lo menos que puede exigírseles era una actitud más seria.
Y es que resulta inadmisible que, hasta ahora, sólo los opositores hayan cumplido los acuerdos, mientras el régimen los desconoce. Por si fuera poco, este no sólo se burla del Vaticano y los demás, sino que, a cada rato, asume posiciones que van contra el fementido diálogo. No ha cumplido en cuanto a la apertura del canal humanitario para traer comida y medicinas, ni con la libertad de los presos políticos, ni en el respeto a la Asamblea Nacional como poder soberano, mucho menos en materia compromisos electorales.
Lo conducente, por lo que respecta a la MUD, sería no volver a la mesa de conversaciones hasta que el régimen cumpla con lo que se comprometió. Sería lo serio, objetivo y prudente. No hacerlo es caer otra vez en las trampas oficialistas, toleradas por la complicidad de una parte de los mediadores, y sin una firme oposición por el resto de ellos.
Todo lo cual debería ser acompañado por una profunda revisión -puertas adentro- de lo hecho hasta ahora por los representantes de la oposición democrática. Hay que examinar todo y corregir lo que haya que corregir. Pero sería una estupidez tolerar la falta de seriedad del régimen y que tal actitud no tenga una respuesta contundente.
Si el régimen sigue sin cumplir sus compromisos y la MUD se sienta a conversar con él y los mediadores este martes 06 de diciembre, lo más seguro es que siga la guachafita y la burla por parte del oficialismo, que sólo trata de ganar tiempo para prologar su permanencia en el poder. Y la MUD, por el contrario, continuará acumulando rechazo e incomprensión, al mismo tiempo que la oposición seguirá desmovilizada, mientras muchos venezolanos se sienten cada vez más desesperanzados.
Ciertamente hoy debemos recordarle a esos representantes de la MUD las palabras de San Juan Pablo II: ¡Despierten y reaccionen!
@gehardcartay
LA PRENSA de Barinas (Venezuela) - Martes, 06 de diciembre de 2016.

lunes, 5 de diciembre de 2016

LA ESTAFA DE LA REVOLUCION CUBANA



LA ESTAFA DE LA REVOLUCION CUBANA
(y de su sucursal venezolana)
 Gehard Cartay Ramírez
Las autodenominadas “revoluciones” en Cuba y Venezuela -hoy fracasadas plenamente- han significado una involución terrible para ambos pueblos.
La reciente muerte del dictador Fidel Castro, más allá del juicio sobre su persona, debe servir para condenar su ominoso legado. Lo mismo que debemos hacer en Venezuela con la mal llamada “revolución bolivariana”, propiciada por sus lacayos criollos desde 1999.
Y es que ahora ambos países están peor que antes. El cambio ofrecido por el castrocomunismo allá y el castrochavismo aquí, resultó un fraude total. La verdad es que constituyen la mayor estafa continental de la segunda mitad del siglo XX y la primera década y media del siglo XXI.
Porque hay una verdad meridiana: Cuba ha empeorado como nunca, desde que los Castro llegaron al poder. Y es que hasta 1959, aquel país, aún bajo una dictadura feroz como la del general Fulgencio Batista, vivía un franco proceso de crecimiento económico. Lo demuestran todas las estadísticas de entonces, si se las compara con las de la dictadura castrocomunista.
Cuba era entonces una de las economías más prósperas del continente, con un ingreso per cápita superior a casi todos los demás países del hemisferio, bajas tasas de analfabetismo, el mayor número de médicos en América Latina, grandes avances en salud y la mejor ingestión de calorías (2.870) por habitante, así como extensas redes eléctricas y modernos medios radiotelevisivos entonces.
Todo aquello quedó atrás con la llegada de Castro al poder. Quien haya visitado Cuba puede comprobar esta tragedia. Aún quedan muestras de ese pasado, especialmente en su capital y a pesar de la ruina de muchos monumentos. No obstante, estos hablan de una Cuba que en la primera mitad del siglo pasado había logrado metas de progreso y bienestar, abandonados tan pronto llegó Castro al poder.
Pero antes había, además, una clase media pujante, un importante movimiento de profesionales y un proceso de industrialización y producción agropecuaria que se vieron empañados por la incapacidad de la clase política opositora de los años cincuenta para enfrentar la tiranía batistera (por cierto, apoyada inicialmente por el Partido Comunista Cubano) y la corrupción galopante a todos sus niveles. Lo que vino luego fue peor, y aún están pagando las consecuencias. Suena familiar en el caso venezolano.
Por supuesto, aquello no era un paraíso entonces, pero tampoco el infierno de hoy. La Cuba de los años cincuenta tuvo aspectos terribles, entre ellos, los casinos de la mafia estadounidense, con su secuela de drogas, prostitución y corrupción política desde el poder. Lo que sucedió luego, y especialmente en estos últimos de revolución castrocomunista, no es muy diferente. Las drogas, el turismo sexual, los casinos encubiertos y la corrupción política de la actual oligarquía oficialista, nada tienen que envidiarle a los tiempos de la dictadura de Batista. Sin embargo, hoy no existen los logros positivos de aquella época. Todo lo contrario.
La estafa de la revolución cubana sólo ha podido mantenerse gracias a la habilidad del régimen para conseguir siempre quien  financie su desastre. Así fue como se chulearon a la Unión Soviética, hasta que esta se derrumbó en 1990. Vino luego una década aún más terrible para el pueblo cubano, pues no había nadie que pagara los costos. Y en un golpe de suerte para ellos, y de desgracia para Venezuela, llegó Chávez al poder en 1998.
De inmediato, y de manera irresponsable y criminal, este y su combo asumieron el financiamiento del desastre cubano: cien mil barriles diarios de petróleo, regalados desde hace más de una década, así como obras de electrificación y educación pagadas por el Estado venezolano, mientras aquí el régimen desmejoraba cada vez más nuestra calidad de vida. Por si fuera poco, entregaron a Venezuela a Fidel Castro y su combo, convirtiéndolos en los verdaderos amos del país.
Obviamente, a causa de toda esta tragedia, la historia no absolverá a Fidel Castro, sino que lo condenará inexorablemente. Aquél gánster estudiantil, oportunista político, mediocre guerrillero vencedor de un ejército de pacotilla como el de Batista, asesino y criminal vesánico, no lo podrá absolver su otra personalidad bipolar de “encantador de serpientes”, carismático y fabulador.
Su último gran logro, el del carterista político que antes había birlado al comunismo soviético, fue haber cautivado a un golpista venezolano irresponsable que le dio parte de nuestros petrodólares -como si hubieran sido los suyos- para que prolongara la agonía de una revolución de hambre y miseria, y luego copiarla aquí, convirtiendo a Venezuela en otro infierno.
@gehardcartay
LA PRENSA de Barinas (Venezuela) - Martes, 29 de noviembre de 2016.