lunes, 8 de julio de 2013


PRESENTACIÓN DEL LIBRO

“CALDERA Y BETANCOURT, CONSTRUCTORES DE LA DEMOCRACIA”

INTERVENCIÓN DEL EX PRESIDENTE RAFAEL CALDERA

(Caracas, 17 de febrero de 1987)

Es bien difícil para mí llevar la palabra en este acto, pero no podía negarme a hacerlo, para agradecerle de todo corazón a Gehard Cartay Ramírez este libro. Un excelente libro, escrito con conciencia, redactado con elegancia e inspirado en el deseo de fortalecer los mejores anhelos de la democracia venezolana.
Cuando me anunció que iba a escribirlo, mejor dicho, que estaba escribiéndolo, me sentí sobrecogido por la idea de aparecer como motivo de un libro de historia demasiado reciente y al lado de una figura a la cual correspondió el primer papel, la primera responsabilidad en el proceso de establecimiento y consolidación de la democracia venezolana. Comencé a leerlo con temor, pero debo confesar que me causó una magnífica impresión. Y tengo que agradecerle a él, Gehard Cartay Ramírez, que en una forma tan espontánea, tan noble y tan desinteresada abordó esta tarea, y a su editor José Agustín Catalá, hombre infatigable en el esfuerzo editorial y de una amplitud ejemplar, que ha contribuido mucho al fortalecimiento del signo pluralista de nuestra democracia.
Catalá ha permitido que muchas inquietudes, que muchos anhelos, que muchos esfuerzos en nuestra literatura política hayan podido salir al público, porque todo lo ha facilitado, todo lo ha ofrecido y garantizado, sin perder de vista la función vigilante que ha ejercido para mantener viva ante las nuevas generaciones la presencia de nuestra dramática historia política, para que no pierdan los jóvenes que nacieron o se educaron en un ambiente de libertad y garantías de derechos humanos, la perspectiva histórica de los años sombríos que tuvimos que atravesar y de lo que hubo que vencer para llegar a sentirnos viviendo civilizadamente dentro de un ambiente de libertad.
Por cierto, José Agustín Catalá hoy está cumpliendo 72 años, muy bien llevados (Aplausos). Y me complace mucho el que podamos celebrarlo con este hermosísimo acto, que cuenta con tan numerosa y calificada concurrencia, dentro de la cual tengo especialmente que agradecer la presencia de Gonzalo Barrios, con quien compartí, durante los años difíciles de la construcción institucional de nuestro sistema democrático, la tarea de organizar y orientar la Cámara de Diputados y de armonizarla con el Senado de la República que dirigía el Presidente Leoni; y de Virginia Betancourt, que era la niña de los ojos del Presidente Betancourt, motivo de su orgullo y su preocupación y a la cual siempre hacía alguna referencia cuando daba expansión a sus sentimientos más íntimos.
El terna escogido por Gehard Cartay Ramírez es difícil. El estilo de las “vidas paralelas” lo es de suyo. Mucho más difícil en este caso, cuando uno de los protagonistas ya salió de la temporalidad, está en el piano superior donde no llegan nuestras contiendas, nuestras luchas, nuestras pequeñas preocupaciones y angustias, mientras que el otro está todavía en la brega diaria, en el combate inevitable, sujeto a la controversia a la que voluntariamente hemos de someternos todos los luchadores políticos. El establecer, no un parangón sino una relación, el explicar cómo, proviniendo de sectores tan distintos, de generaciones diversas, dos hombres que aprendimos a conocernos combatiéndonos con noble sinceridad y que llegamos a compartir una tarea que hoy está tomando una dimensión mayor, más recia y reconocida en la vida del país, indudablemente que era una tarea ardua para cualquier escritor y Gehard Cartay Ramírez la ha abordado y la ha cumplido con inteligencia, con seriedad, con objetividad, solamente sacrificada por algunos excesos de cariño, de aprecio y de nobleza para quien es su compañero de partido, su compañero de luchas.  
Indudablemente que la coalición AD-Copei en los 5 años de gobierno del Presidente Betancourt constituye un hecho excepcional en la historia política de Venezuela y quizás muy raro en la de cualquier país del mundo. La controversia histórica entre conservadores y liberales fue superada en la Revolución de Marzo de 1858, pero esto duró poco y terminó en los campos cubiertos de sangre de la Guerra Federal. Una coalición de este género, un compartir responsabilidades en una etapa tan ardua, indudablemente no fue fácil. Cuando el Presidente Betancourt me hablaba y llegábamos a los acuerdos necesarios para que la vida del país marchara, yo sabía que estaba dispuesto a hacer todos los esfuerzos y todos los sacrificios necesarios para que su partido cumpliera el compromiso. Él, a su vez, estaba convencido y seguro de que cuando yo le llevaba un planteamiento en nombre de Copei, ese planteamiento se cumpliría, porque era la voluntad colectiva que a través de mi voz le trasmitía.
La gente no se da cuenta de lo que esos cinco dramáticos años significaron. Durante ellos hubo conmociones terribles: en el atentado de Los Próceres murió el Jefe de su Casa Militar y el Presidente estuvo a punto de desaparecer él mismo, recibió quemaduras y heridas que lo resintieron largamente en el tiempo que sucedió al hecho. El “Porteñazo” fue una terrible conmoción, que quitó la vida a numerosos venezolanos, porque se trataba de la base naval más importante de nuestro país. El “Carupanazo”, el “Barcelonazo”, el alzamiento del General Castro León, apoyado por las fuerzas de derecha con vinculación internacional, y, si esto fuera poco, el movimiento guerrillero, que aparece en los campos como resultado del impacto psicológico de la Revolución Cubana; y la guerrilla urbana, que en muchas ocasiones puso gravemente en peligro la situación nacional.
 Un día de mi cumpleaños, el 24 de enero de 1962, después de una visita a Israel y en marcha hacia Nápoles, en donde se celebraría un Congreso de la Democracia Cristiana Italiana, quise pasarlo con mi mujer y ml hija mayor en Atenas, para tener al menos una visión rápida de los depósitos de cultura que quedan en aquel excepcional país. Cuando salí del hotel y tomé uno de esos pequeños periódicos en lengua inglesa para uso de los turistas, en primera página en grandes titulares se lela: “Sangrientos disturbios en Caracas”. ¡Ese fue el regalo que tuve de cumpleaños en aquella oportunidad! Pero cuando logré comunicarme con Roma, el Dr. Ignacio Iribarren, desde Londres (no sé por qué había sido el destinatario del mensaje) me transmitió un recado del Presidente Betancourt en que me decía que la situación había estado muy grave, pero ya estaba controlada, y que no interrumpiera mi viaje.
 Fueron años tremendos. El bolívar fue devaluado de 3,35 a 4,50; los sueldos y salarios se rebajaron en un 15%. La lucha fue difícil. El partido de Gobierno sufrió 2 traumáticas divisiones, y todo esto se fue superando por la voluntad firme y la inteligencia de un estadista y por el apoyo leal, patriótico, de un partido que estaba convencido de que era su deber el asumir conjuntamente con el Gobierno que el pueblo había elegido libremente, la responsabilidad y las consecuencias de todo ese proceso para llevar adelante el fortalecimiento de la democracia.
 Cuando hicimos el acuerdo, no todos los venezolanos estaban convencidos de que habíamos hecho lo mejor. Mentes lúcidas me reclamaron en forma pública el apoyo que mi partido estaba dando al Presidente Betancourt. Dentro de su propio partido, Betancourt tuvo que enfrentar muchas resistencias; dentro del mío eran numerosos y calificados los compañeros que consideraban inconveniente y arriesgado el camino que habíamos emprendido.
 Al cabo de 5 años comenzó a verse más claro y hoy creo que son pocos los venezolanos que no admiten que ha sido fundamental para el fortalecimiento de este sistema democrático, que va a tener ya treinta años y del cual estamos orgullosos, el cumplimiento leal del Pacto de Puntofijo. Hasta el último día, que en el Capitolio Federal el Presidente Betancourt entregó la banda presidencial al Presidente Leoni, los Ministros copeyanos estuvieron cumpliendo su deber. Ministros que habían tenido a su cargo la tarea de la industrialización que se iniciaba, de la Reforma Agraria que se cumplía y, sobre todo, del mantenimiento de los compromisos contraídos con el pueblo venezolano para la democracia. He comentado alguna vez que en las elecciones de 1963 yo era un candidato que no era ni del Gobierno ni de la oposición. El candidato del Gobierno era Leoni, los candidatos de la oposición eran venezolanos tan ilustres como Jóvito Villalba, Arturo Uslar Pietri o Wolfgang Larrazábal. El pueblo, sin embargo, supo apreciar el esfuerzo realizado, y contra todas las predicciones, mi partido aumentó en un 50% su votación anterior. Hubo realmente una demostración allí de cómo el instinto del pueblo muchas veces se impone por encima de las consideraciones de los analistas políticos. Betancourt, por lo demás, decía (porque el Dr. Leoni había obtenido más o menos un 30% de los votos) que “el Gobierno” había tenido mayoría absoluta, porque él consideraba que los votos de los dos candidatos que habían quedado en los primeros puestos, el vencedor, Raúl Leoni, y el que lo siguió, que fui yo, eran votos por el Gobierno que él presidía.
 Lo cierto del caso es que fue una época sumamente interesante y el libro de Gehard Cartay Ramírez la trata con mucha dignidad. No es un libro cualquiera, realmente. Dentro de la abundante literatura política de nuestros días, tiene un valor propio, un valor preciso. No es un libro documental, no es una colección de documentos, pero es un libro muy documentado. Todo lo que afirma el autor lo basa en las indagaciones que hizo para recoger testimonios, documentos, interpretándolos naturalmente, pero siempre con un sello de innegable nobleza.
Tengo, pues, que agradecerle, no solamente por haberme puesto allí en una situación que, como dije antes, al considerarla al principio me sobrecogió y aún me sigue sobrecogiendo, sino por haberme puesto en un piano de verdadera altura, muy cónsono con las mejores preocupaciones que pueden inspirar la vida venezolana. Y pienso que este libro, que personaliza en dos hombres la acción y el compromiso de dos partidos, entre los cuales fueron y son muchos los compatriotas que, con conciencia, con claridad, con patriotismo, con alta calidad, realizaron la tarea de establecer sólidamente la democracia y cumplen a diario la de mantenerla y fortalecerla, implica a mi modo de ver, una intención fundamental: la de recordar que por encima de las controversias, más allá de todas las contradicciones, superando lo que haya podido ser una lucha de carácter a veces duro y áspero, hay un patrimonio común que tenemos el deber de preservar. Ese patrimonio común, que hizo a Rómulo Betancourt decir que más que haber sido dos veces Presidente de Venezuela, para él su intima satisfacción era haber sido fundador de Acción Democrática, y para mí, que modestamente en el curso de mi vida puedo sentir también como un motivo de orgullo la participación que he tenido en la vida y el desarrollo del Partido Social Cristiano Copei, nos llevó a demostrar que por encima de nuestros partidos y más allá del amor por ellos, está la patria, está el interés nacional.
Quisiera que este libro sirva para mantener vivo el compromiso en todos los venezolanos, de no poner jamás los partidos por encima del interés nacional, sino el de colocar esos partidos, a los cuales se ama, a los cuales se sirve y por los cuales se lucha, al servicio de los intereses superiores de la patria venezolana(Aplausos).