ANTE UNA HORA DRAMÁTICA Y UN COMPROMISO MAYOR
DISCURSO DE ORDEN DEL
DIPUTADO
GEHARD CARTAY RAMÍREZ
ANTE EL CONCEJO MUNICIPAL DE PEDRAZA, ESTADO
BARINAS
(Ciudad Bolivia, 05 de julio de 1990)
Celebramos hoy una
de las fechas más importantes de la venezolanidad: la de nuestro nacimiento
como nación libre y soberana.
Y me complace que
sea justamente aquí, en la Plaza Bolívar de Ciudad Bolivia, ante tan calificado
y numeroso auditorio, que pueda hoy consignar algunas reflexiones, a propósito
de tan trascendente fecha patria, en esta hora dramática que vivimos los
venezolanos y que nos coloca ante un compromiso mayor con nuestro país y su
gente.
***
“No creo en la
Historia nacional -escribió alguna vez Don Mario Briceño-Iragorry- como fuente
de romántica complacencia; juzgo, en cambio, con sentido jaspersiano, que sus
datos, como espejo del hombre, nos ayudan a conocernos a nosotros mismos en la
riqueza de lo posible”.
Esa línea de
continuidad que conlleva la Historia debe ser tomada como su impulso vital. Y
debe ser asumida con sentido realista, pero con ambición; con los pies en la
tierra, pero poniendo alas a la imaginación. Y, sobre todo, siendo consecuentes
con la idea de que ahora somos nosotros -como antes fueron ellos, los Padres
Fundadores que hicieron posible el 5 de Julio de 1811- los continuadores de la
Patria en desarrollo. Mañana serán nuestros hijos, y después los hijos de
nuestros hijos. Porque así es la Historia: una constante batalla, un diario
trajinar, un cuotidiano afán.
Por eso debernos
hablar de los nuevos 5 de Julio que
nos aguardan, en lugar de venir este mañana a recordar los episodios de aquel 5
de Julio. Las circunstancias en que se encuentra Venezuela en este momento
obligan a una profunda meditación sobre el presente y el porvenir de la Patria.
No tendría sentido, por tanto, venir hoy y aquí a rememorar con sentido patriotero
y solemne las razones de esta fecha que casi
todos conocemos desde las aulas de la escuela, ni tampoco los episodios
históricos que se sucedieron alrededor de tan trascendente acontecimiento.
Se impone, sí, al rememorar
el significado extraordinario de la Declaración de Independencia suscrita hace
ya 179 años, afrontar los desafíos que la hora presente y futura nos plantean a
los venezolanos de este nuevo tiempo.
Porque no tendría
sentido enorgullecernos de aquella fecha en la cual los Padres Fundadores de la
Patria nos declararon independientes, si hoy pareciera que algunos se empeñan
en entregarnos de nuevo a poderes extranjeros, bajo el argumento de que
necesitamos más recursos financieros para salir de la crisis en que nos
hundieron precisamente quienes ahora juegan al papel de salvadores de esta
pobre Venezuela, convulsa y enferma.
Porque hay que
decir, además, que si ayer estábamos atados por las cadenas de la opresión a la
España imperial, hoy nos quieren encadenar de nuevo a otro yugo: el yugo del
Fondo Monetario Internacional, el más poderoso imperialismo de la modernidad
financiera y un mecanismo diabólico que superpone los intereses de las naciones
más ricas por sobre las más pobres, sometiéndolas a sacrificios inaceptables.
Se diría, pues, que los venezolanos de hoy
estamos obligados a luchar por una nueva independencia, por un nuevo 5 de Julio. No se trata ya de
esforzarnos por ser independientes políticamente, ni tampoco por obtener
derechos que sempiternamente -como antes sucedió- nos fueron negados y desconocidos,
de hecho y de derecho, por una autoridad ilegitima y usurpadora. Tampoco se
trata de luchar por nuestra autodeterminación y autonomía plenas. Sería
exagerado plantear estas cuestiones en términos absolutos y radicales. Somos un
país libre, ciertamente, con una democracia funcional -aunque tambaleante y
descreída-, con autoridades legítimamente constituidas -aunque no siempre acatadas- y con una cierta
dosis de autodeterminación en el concierto de las naciones. Nadie podría dudar de
todas estas conquistas y muchas otras más, por modestas y rutinarias que a
veces puedan parecer.
La que no podemos olvidar, al lado de todo lo anteriormente
dicho, es que Venezuela soporta hoy una de las más grave crisis de toda su
Historia, bajo el peso agobiante de una
deuda descomunal que no es precisamente la contraída con los bancos
extranjeros, sino con nuestro propio pueblo, el menos favorecido en los tiempos
de la abundancia grosera de la Venezuela
Saudita, y el más castigado y esquilmado en estos tiempos de escasez.
Lo que no podemos
negar es que el país está acogotado por todo tipo de problemas, sean grandes o
pequeños, pero sin solución inmediata por ahora. La que no podemos ocultar es
que hoy por hoy a Venezuela la arropa una grave crisis moral, económica y
política. Lo que no podemos esconder es que nuestros gobernantes actuales cada
día se muestran más incapaces para sacarnos del atolladero inmenso en que nos
encontramos, mientras un reducido sector de nuestra clase política, económica,
militar y sindical continúa saqueando el Tesoro Público, como si estuviéramos
francamente ya al final de una era y se impusiera entonces tomar el botín,
antes de abandonar la nave que naufraga.
Vivimos, pues, un ciclo
histórico que debe cambiar, y sin duda alguna va a cambiar por la propia dinámica
de la Historia. Nuestra tarea no puede ser otra que la de impedir que esos cambios nos desborden y que sectores del
autoritarismo caudillista y de la antipolítica puedan conducirlos por los
atajos del retroceso. Porque hay que decirlo de una buena vez: Hay factores
golpistas subterráneos que sigilosamente viene acechando y sería
estúpido no detenerlos a tiempo e impedir que lleguen al poder.
Nuestra tarea
consiste en canalizar y liderizar esos cambios necesarios e inaplazables y,
desde luego, protagonizarlos para avanzar y no para retroceder. Tenemos entonces
que prepararnos para las nuevas luchas contra los verdugos de la Patria de hoy:
los malos gobiernos, la mediocridad, la corrupción, la demagogia, el
centralismo y la entrega del país a los centros financieros internacionales.
Pero también contra los posibles verdugos del mañana, esos que representan el
militarismo, el golpismo, el neoautoritarismo, el fascismo, el anacronismo, el
caudillismo y cualquier tentación totalitaria del signo que fuere.
Por eso he hablado
de los nuevos 5 de Julio que todavía
nos aguardan. Vamos a asumirlos con sentido de Historia, aprendiendo la lección
y asimilando todo cuanto guardan de experiencia. Vamos a apoyarnos en los
hechos gloriosos del pasado de la Patria para producir los nuevos cambios que el país reclama, porque la grandeza
del ayer debe ser la palanca para la grandeza del mañana.
Y esa, y no otra, es
la lección de la Historia.
***
M. Palacio Fajardo |
J.A. Rodríguez Domínguez |
J.G. Roscio |
Arzobizpo Méndez |
Eminentes pensadores
e historiadores han reconocido esta dramática y angustiosa realidad. Y es que
no se necesita, en verdad, haber estudiado algo para palpar la situación: el
pueblo, con su inmensa sabiduría, sabe que vivimos una grave crisis porque nadie
como él la siente y la sufre.
El país hierve en
comentarios, susurros y presagios de mal agüero. Hasta de Golpe de Estado
escuchamos hablar en estos días, tanto pública como privadamente, en los
periódicos y en la charla amistosa. Hay como una calma tensa, una tranquilidad
sospechosa que a ratos pareciera reventar ante tantas premoniciones. El país se
siente en vilo porque el gobierno no gobierna y su máximo conductor gusta más
de los viajes internacionales que del diario afán aquí en Venezuela, tan urgido
hoy de las sabias reflexiones del estadista sobrio y de las necesarias
decisiones que reclama la crisis.
Vivimos una difícil
coyuntura. A ella hemos
llegado a fuerza de marchas y contramarchas. Hubo un tiempo, todavía
cercano, en que pudimos aprovechar todo lo que teníamos y quienes nos
gobernaron entonces no supieron, no pudieron o no quisieron trabajar para que
esa riqueza nacional pudiera beneficiar a todos los venezolanos. Hace escasos
años, bajo esa misma conducción errática, el país vivió los locos años de la
abundancia. Lo tuvimos todo a manos llenas en aquel tiempo. Lo que nos faltó
fue un liderazgo conciente de que, luego de la abundancia, asomaría la inmensa
crisis que tercamente nos advirtió Pérez Alfonzo, y que ahora todos padecemos.
Tuvimos entonces malos
administradores de nuestros recursos. A pesar de que teníamos recursos
financieros, los que gobernaban se empeñaron en endeudar, sin ninguna
necesidad, aún más al país. Fue así como se esfumaron recursos milmillonarios,
sin utilizarlos para combatir la pobreza y el desempleo, garantizar la
seguridad de personas y bienes y mejorar los servicios públicos.
Fue así como se
produjo la paradoja de un país con abundantes recursos, cuyo gobierno dilapidó
cuanto tenía y terminó endeudado con la poderosa banca internacional. Aquel
fenómeno absurdo fue llamado economistas norteamericanos y europeos “el Efecto
Venezuela” para describir lo que no debe hacerse desde el gobierno en materia
económica, fiscal y social.
Hoy vivimos las
funestas consecuencias de la improvisación y a incapacidad de aquellos
gobernantes. Ellos seguramente no verán las más funestas consecuencias de lo
que en mala hora le hicieron al país. Corresponderá a otros líderes
enfrentarlas y luchar por superarlas en el porvenir inmediato.
Por ahora, como dice
la propaganda oficialista, Venezuela es
otra. Por ahora somos un país más pobre, con más dificultades y
menos posibilidades. Más del 60 por ciento de los venezolanos viven en situación
de pobreza crítica, mientras la clase media cada día se empobrece más, los
ricos se hacen más ricos y los pobres más pobres. La inflación no cesa de
golpearnos todos los días. El desempleo crece cada vez con mayor fuerza. La
agricultura y la cría están virtualmente quebradas por los efectos de las
medidas gubernamentales. La muerte acecha a todos en cualquier camino o vereda,
porque el país ha sido tomado por todo tipo de delincuentes y no hay seguridad
en ninguna parte.
Vivimos de escándalo
en escándalo. Hemos perdido la capacidad de asombro ante los desmanes de la
corrupción y de los corruptos. Ahora se habla de rebatiña de contratos entre
dirigentes del gobierno, y por Barinas anda un ejército de comisionistas vendiendo
contratos de obras públicas, a cambio de un porcentaje para la corrupción o
para el silencio, porque también aquí se compra a muchos que deberían vigilar
el manejo de la administración nacional y regional.
La corrupción lo ha
invadido todo, al punto de ser hoy Venezuela un país de delitos sin
delincuentes, porque la impunidad campea mientras la justicia parece caminar en
sentido inverso a la realidad.
***
Yo digo todas estas
cosas no para sembrar pesimismo, sino para que seamos realistas en la dura
lucha que nos corresponde a los venezolanos de hoy. Una lucha, por cierto, que
debemos librar con optimismo y realismo para no volver a caer en los errores y
fallas que ahora criticamos.
Como lo he afirmado
en otras ocasiones, Venezuela tiene inmensas posibilidades y condiciones para
superar esta gravísima crisis. Pero la primera de ellas no son sus riquezas
materiales. La primera condición para derrotar la problemática que nos agobia
es la de que una nueva mística y una nueva moral tomen el poder a todos los
niveles. Sólo así será posible realizar los cambios que requerimos, con
honestidad, capacidad y sensibilidad.
Los recursos
económicos y naturales siempre los hemos tenido y, bajo algunos gobiernos
mediocres y corruptos que hemos soportado, buena parte de ellos se han perdido
miserablemente. El problema, entonces, reside en luchar por liderazgos capaces
y honestos en la cima del poder, cuyo ejemplo irradie a todos los demás niveles
del Estado y del gobierno.
Un liderazgo de tal
naturaleza podría entonces aprovechar nuestras ventajas como país con recursos
y posibilidades. Sólo así nuestra riqueza fundamental, el pueblo venezolano,
volcado al trabajo creador, con empleos bien remunerados, mejor seguridad
social y mayor estabilidad política -la fórmula de la que habló Bolívar en su
tiempo-, puede convertirse en la columna vertebral de todo este ciclópeo
esfuerzo. Y sólo así también, nuestras inmensas reservas petroleras y
minerales, nuestros fértiles suelos para la agricultura y la cría, la ausencia
de traumas históricos y sociales, todas estas condiciones que registramos como
nación, pueden ser la base fundamental para luchar y lograr una Venezuela
mejor.
Otros pueblos del
mundo lo han logrado, con menos recursos y muchas más limitantes. ¿Por qué,
entonces, no podemos lograrlo también nosotros, los venezolanos? ¿Será que
estamos condenados por una especie de maldición permanente a sufrir los malos
gobiernos, las peores dictaduras, los más criminales caudillismos, como hasta
ahora lo ha demostrado nuestra accidentada historia republicana?
¿O será posible que
derrotemos estas taras y entremos al siglo XXI como un pueblo que rompió
amarras con nuestros males crónicos y decidió estar a la altura de las
comunidades que luchan por mejorar sus condiciones de vida y aspiran a
construir una sociedad más justa o más humana?
Está en nuestras
mentes y manos alcanzar un mejor estadio como nación. Está en nosotros y en
nadie más. Ojalá podamos lograrlo y liquidar cualquier rémora que nos regrese a
ese pasado ominoso que siempre nos ha condenado como comunidad nacional.
Ciudadano Alcalde:
Ciudadanos
Concejales:
Al agradecer
infinitamente su generosidad por haberme permitido hablar desde esta digna
Tribuna, sólo me resta señalar que en fechas como la de hoy los venezolanos
debemos reencontrarnos con nuestro destino mayor, sin temores ni
equivocaciones, repitiendo las sabias palabras del joven Simón Bolívar ante la
Sociedad Patriótica el 4 de Julio de 1811: “Vacilar es perdernos!”.
Muchas gracias.