“REESCRIBIENDO" LA HISTORIA
Gehard Cartay Ramírez
LA HISTORIA FALSIFICADA
Se ha demostrado suficientemente que al actual régimen le obsesiona
falsificar nuestra historia.
Ya ocurrió en el pasado, cuando dictaduras de diverso signo intentaron
distorsionar la historia en función de sus intereses. Mussolini se creyó
heredero del antiguo Imperio Romano, y él mismo se consideraba un César al comenzar el siglo XX. Hitler
instauró su Tercer Reich, a semejanza
de dos anteriores que dieron origen a Alemania, sin dejar de lado la
descabellada idea de la superioridad de la raza aria sobre las demás. En Cuba,
la ya anciana dictadura castrista se adueñó de la figura del poeta y patriota
José Martí, muerto en 1895.
El teniente coronel Chávez ha continuado con esa práctica perversa. Se ha
empeñado en apropiarse de la figura de Simón Bolívar, adulterando su
pensamiento liberal para convertirlo, por arte de magia, en un socialista
marxista, a pesar de que Marx vino después y hasta le dedicó sus peores
insultos en una mediocre biografía que escribió sobre el Libertador en 1858.
Luego, en febrero de ese mismo año, en una carta a su carnal Federico Engels,
calificó a Bolívar de “canalla, cobarde, brutal y miserable”, entre otras
ofensas ¿Entonces, cómo podría ser Bolívar socialista y marxista?
No contento con ello, el chavismo pretende también que nuestra historia
republicana comenzó por obra y gracia de Bolívar como un Supermán solitario, que sin ayuda de más nadie logró aquella
proeza. Luego, mediante un salto de garrocha espectacular, borra todo lo demás,
dejando a salvo a un Zamora disfrazado de socialista, y posteriormente elogiar
a dictadores de la peor catadura como Cipriano Castro y Marcos Pérez Jiménez,
por aquello del militarismo y “el destino manifiesto de los militares”.
Así mismo, intentan desaparecer de la historia -como si eso fuera tan
fácil- la trascendencia de personajes como Páez y Guzmán Blanco, o los de La República Civil, liderada por Rómulo
Betancourt, Rafael Caldera, Jóvito Villalba, Wolfgang Larrazábal o Gustavo
Machado. Como si fueran prestidigitadores de circo, creen que a esta etapa
luminosa la pueden fácilmente echar al cesto de la basura llamándola
despectivamente puntofijismo y
satanizándola sin razón.
Más recientemente, al carecer de una épica como la que se inventaron los
castrocomunistas con la leyenda de “La Sierra Maestra”, el chavismo ha
pretendido borrar la renuncia del teniente coronel Chávez a la presidencia la madrugada
del 12 abril de 2002 o presentar su regreso al poder 48 horas después, como
consecuencia de que “millones de venezolanos se volcaron a las calles exigiendo
su vuelta”.
Menos mal que todo el país vio en televisión al alto mando militar
chavista anunciando la renuncia -“la cual aceptó”- del presidente. Aún así, se
atreven a negar aquel suceso que todos vimos en su momento, pretendiendo
reescribir la historia, al igual que ahora también niegan que fue el general
Baduel el que trajo al presidente renunciante desde La Orchila a Miraflores. (Por
cierto, Baduel acaba de ser condenado a ocho años de cárcel, con lo que se
demuestra -una vez más- que “así paga el diablo a quien bien le sirve”.)
¿Nos va extrañar ahora que en un mural de la Urbanización 23 de Enero de
Caracas pinten a Cristo y al Niño Jesús armados con metralletas?
LA PRENSA de Barinas (Venezuela) - 11-05-2010
DECRÉPITOS Y ANACRÓNICOS
Se ha convertido en una
verdadera desgracia para los venezolanos el anacronismo enfermizo y febril que
afecta a quienes gobiernan al país en estos difíciles momentos.
Parece mentira que cuando el
resto del mundo avanza hacia el futuro, nosotros, en cambio, estemos de regreso
al pasado, inmersos en una palabrería hueca e hipócrita, que desempolva viejos
delirios de grandezas de otros gobernantes megalómanos y psicópatas, a quienes
la historia -como era natural- condenó al fracaso.
Se trata de una especie de
maldición gitana esta recurrente vuelta a lo que algunos han llamado el gendarme necesario, una especie de
fórmula mágica -y por tanto estúpida- que pretende encontrar la solución a la
crisis en la figura mesiánica de un sólo hombre. Así ha pasado siempre en
nuestra trágica historia, y los resultados nunca han variado: esos hombres necesarios
han terminado empeorando las cosas, sin haber resuelto ningún problema,
rodeados de adulantes y corruptos y, casi siempre, convertidos ellos mismos en
unos grandes ladrones del erario público. Si alguien lo duda, allí están los
ejemplos históricos de Guzmán Blanco, Gómez o Pérez Jiménez.
Todos ellos tienen en común
el anacronismo de sus ideas, simplistas y primarias, alimentadas por sus
propios delirios de grandezas. Los mandatarios ya mencionados antes, tal y como
sucede actualmente con Chávez, también se sintieron la reencarnación de
Bolívar. Desde luego que en sus inicios todos han manipulado la figura del
Libertador por su peso descomunal en el imaginario colectivo venezolano y por
la fuerza que tiene como mito y leyenda. Bolívar se ha convertido en un dios
para nuestro pueblo, hasta el punto de que él es el techo -absurdamente y
porque así nos lo han enseñado desde siempre- de todas nuestras aspiraciones:
no se concibe a nadie superior a Bolívar y todos preferimos ser inferiores a su
condición, lo que, de por sí, revela cabalmente la sobredimensión del héroe y
el carácter religioso que implica su culto desde hace algunos años.
Fue Guzmán quien inició la
manipulación política de Bolívar, en función de sus bastardos intereses de
autócrata y dictador. Luego lo siguió el general Gómez, quien se dio hasta el
lujo de nacer y morir en las mismas fechas del Libertador, sólo que 25 y 105
años después. Más tarde el general López Contreras llamaría a su partido
“Cívicas Bolivarianas”. Pérez Jiménez (y no es casual que se trate, hasta
ahora, de puros militares), para no quedarse atrás, también se escudó en la
figura de Bolívar y sometía a los estudiantes y empleados públicos de entonces
al tormento anual de aquellas fastidiosas “Semanas de la Patria”. CAP siguió el
ejemplo y sin ninguna modestia dijo en 1974 que su gobierno de entonces era “el
de los hijos de Bolívar”, y hasta sucumbió a la tentación de creerse parecido
físicamente al Libertador por sus patillas, por su liderazgo latinoamericano y su fama de mujeriego. De modo, amigo lector, que la loquera de
parecerse a Bolívar que ha afectado a algunos de nuestros presidentes no es
cosa nueva, sino todo lo contrario.
Lo grave de todo esto es que
quienes así actúan -incluyendo al actual mandatario- son en el fondo gente de
mentalidad anacrónica y decrépita, llenos de complejos y atavismos, sin ideas
propias y de un primitivismo doctrinario ridículo y cursi. Al referirse a
algunos ejemplos mundiales de este tipo de gente, Mariano Picón Salas los
describió así: “Muchos de los césares que espantaron al mundo volcaban, en su
llamada voluntad de poderío, otras deficiencias y frustraciones de que les
castigó la vida. Eran misántropos y misóginos como el Dr. Francia; sádicos como
Rosas; “compadritos” que no soportaron un bachillerato completo como Perón y
hablaban en la deslavazada sintaxis de sus “justicialistas”; pintores
frustrados como Adolfo Hitler. O simples productos de la prehistoria,
contemporáneos del jurásico o el devoniano, nacidos con millones de años de
retraso, como Juan Vicente Gómez” (Regreso
de tres mundos, Fondo de Cultura Económica, 1959, página 127).
Son, pues, personajes que se
repiten cíclicamente. Pero todos tienen como común denominador haber nacido con
retraso. No pertenecen a nuestra época y no comprenden los problemas que
padecemos, ni mucho menos cómo enfrentarlos exitosamente. Por eso se refugian
en su palabrería incesante, en su charlatanería insoportable, en la pérdida de
tiempo miserable -para el gobernante y para quienes lo escuchan- de hablar
horas y horas mientras el país sigue cayendo hacia el abismo.
Su anacronismo y decrepitud
son una gravísima tragedia para los pueblos que gobiernan. Estos,
lamentablemente, nunca saldrán de sus crisis porque sencillamente el gobernante
atrasado vive anclado en el pasado, resulta incapaz de volver al presente y
mucho menos de prepararse para entrar al futuro. Lo que requerimos en esta
aciaga hora son líderes modernos, gerentes eficaces y estadistas capaces de
trabajar en equipo, vista la imposibilidad de que un sólo hombre -por muy
dotado que pueda ser- enfrente con acierto la problemática tan compleja que nos
afecta. Y no serán estas caricaturas de gobernantes fracasados e “iluminados”
al estilo de Castro, Hussein o Kadaffi quienes puedan cumplir la ciclópea tarea
de hacer salir adelante a Venezuela.
El tiempo así lo demostrará
plenamente.
LA PRENSA de Barinas (Venezuela) /
05-09-2000
EL ANACRONISMO OFICIAL
El signo más protuberante del
actual gobierno es su anacronismo. Basta con haber visto el desfile militar del
pasado 5 de julio para comprobarlo plenamente.
Aquello parecía una de las
ridículas Semanas de la Patria que
caracterizaron a la dictadura de Pérez Jiménez. El propio teniente coronel
gobernante, uniformado militarmente de gala -pero con la banda presidencial
terciada que, por su condición de civil, se ganó el 8 de diciembre de 1998-
rememoraba a Pérez Jiménez en sus mejores tiempos. Supongo que el mandatario
disfrutó inmensamente la parodia, pues allí estaban reunidos dos de sus más
caras obsesiones: el anacronismo y el militarismo.
La verdad es que este régimen
se niega a ponerse al día históricamente. Se considera imbuido en el siglo 19,
concretamente en sus dos primeras décadas. El teniente coronel Chávez, como bien lo ha
escrito un lúcido intelectual de izquierda, Moisés Moleiro, cree que está en
mitad de la batalla de Carabobo, dirigiendo con Bolívar las acciones bélicas. Y
hasta allí llega su noción espacial y temporal. No se ha dado cuenta que ya
entramos al siglo XXI y que hoy las prioridades son otras, y no las que plantea
su discurso anacrónico y desfasado.
La Venezuela de hoy es otra,
sin duda. Y no es la que cree el teniente-coronel que gobierna (?). No es la
Venezuela de las montoneras o de las guerras civiles, ni la de los caudillos
regionales o la de la época zamorana. Este es otro país, y hay así hay que
hacérselo entender a los actuales gobernantes. Por tanto, el discurso oficial
actual pudo haber servido para los días de la independencia o en las contiendas
federales, pero no le sirve a un país en trance a la modernidad. Hoy lo que
está planteado, sin duda, es luchar por mejorar la calidad de vida de los
venezolanos, en lugar de la catajarria de habladera de pendejadas que nos ahoga
todos los días desde el más alto sitial gubernamental.
La agenda, por tanto, es muy
clara: lucha por la salud, el bienestar y la apertura de oportunidades de
trabajo y superación para todos, por una parte, y contra la miseria, el hambre,
la inseguridad, el desempleo, los malos servicios públicos y la corrupción, por
la otra. Por eso fue que votaron quienes lo hicieron por el actual gobernante,
y no para que nos condenara a su lastimosa palabrería hueca y anacrónica.
América Latina avanza hacia
el progreso y nosotros, en cambio, vamos en sentido contrario. Las hoy
progresistas economías de México, Brasil, Argentina y Chile, abiertas al mundo,
realmente competitivas y portadoras de mejores niveles de vida para sus
habitantes, son un claro indicio de que Venezuela se está quedando atrás, más
cerca de Haití -lo que ya es mucho decir-, a pesar de que fuimos en el pasado
reciente una de las más poderosas de América Latina. La diferencia estriba en
que los líderes de esos países son hombres formados, gerentes modernos,
abiertos a los nuevos tiempos, y no iluminados que viven anclados en el pasado,
presos de una retórica que no le resuelve un sólo problema a nadie y, por el
contrario, ha terminado agravándolos todos.
Definitivamente, los
venezolanos nos merecemos -sobre todo pensando en el futuro de nuestros hijos-
un verdadero estadista y no un hechicero de la palabra, sin capacidad para
enfrentar la crisis.
LA
PRENSA de Barinas (Venezuela) / 11-07-2000
MANIQUEÍSMO
CHAVISTA
Nunca
como ahora el maniqueísmo político de quienes detentan el poder se había
impuesto con tanta inescrupulosidad e inmoralidad.
Maniqueos
son aquellos que sólo ven las cosas en blanco y negro, negando que la realidad contenga
todos los demás colores. Son aquellos que sólo valoran sus opiniones, mientras
desprecian e irrespetan las ajenas. Son aquellos que niegan todo a quien no los
apoya. Son aquellos que chantajean a los que piensan distinto. Son aquellos que
no aceptan que la suya puede ser una opinión equivocada y que la del otro
pudiera estar acertada.
Con
esta absurda manera de interpretar la realidad han terminado por creerse su
propia paranoia, según el cual sólo hay “buenos” y “malos”, y ellos son, por
supuesto, los primeros. Por tanto, sólo todo cuanto ellos digan o hagan es
positivo para el país, mientras que lo que digan o hagan los demás siempre será
malo e inconveniente. Así se resume -maniqueamente- el discurso chavista de
estos 11 años, adobado con altas dosis de odio, discriminación y resentimiento
de la peor especie.
Se
trata de una conducta totalitaria, a partir de la cual han construido un
discurso excluyente y sectario y un modo de ejercer el poder que sólo los
privilegia a ellos, en desmedro de los demás, es decir, la inmensa mayoría. No
es, por cierto, ninguna novedad tamaña aberración. Ya antes, unos cuantos amos
del poder la habían practicado y, más recientemente, las trágicas experiencias
nazifascistas y comunistas del siglo XX hicieron del maniqueísmo político un
arma para destruir a sus pueblos y entrar luego al basurero de la historia,
donde hoy reposan sus ideologías bastardas y anti humanistas.
Fieles
a su anacronismo y condición de chatarra ideológica de la peor categoría, el
chavismo ha hecho del maniqueísmo el fundamento esencial de su acción política
desde el poder. Para esta auténtica oligarquía que hoy manda en Venezuela sólo
los suyos son buenos, y los demás son malos. Sólo ellos son patriotas, y los
demás traidores a la patria. Sólo ellos son honestos, y los demás deshonestos.
Sólo ellos se preocupan por el pueblo, y los demás lo desprecian. Sólo ellos
son dueños de la verdad, y los demás representantes de la mentira.
Esa
distorsión de los hechos los lleva a convertir a sus ineptos en “capaces”, a
sus corruptos en “honestos”, a sus lacras en “virtuosos”. Llegan a esa
conclusión errónea al convertir el apoyo incondicional al jefe supremo en la
única credencial para apoyar el proyecto político del chavismo en el poder. De
allí a considerar a los suyos como los mejores sólo media un paso, sin importar
que, en realidad, la mayoría de su cúpula podrida sean corruptos de siete
suelas, ineptos e incapaces hasta el abuso, oportunistas despreciables, gente
de la peor ralea. Ah, pero como apoyan al líder único, entonces esa sola
condición los “purifica” y convierte en los “mejores” hombres y mujeres de la
Venezuela actual.
Así es
como hemos llegado a esta Venezuela absurda, dividida en dos categorías por el
discurso excluyente, maniqueo y sectario del jefe único del régimen. Ellos,
obviamente, siempre se autocalifican (sin modestia alguna, desde luego) como
los “mejores”, los “patriotas”, los “honestos”. Por eso mismo, y de acuerdo con
esa cretina manera de clasificarse y clasificar a los demás, entonces quienes
no comparten su proyecto de destrucción nacional pasan a ser -de manera
automática- los “oligarcas”, los “burgueses”, los “peores venezolanos”, los
“traidores a la patria”, los “pitiyanquis”, y todo ese sartal de estupideces
refritas que a cada rato, con ocasión o sin ella, declama el teniente coronel Chávez en
sus chácharas incesantes, repetidas luego como loros amaestrados por quienes le
apoyan.
Estas
reflexiones me vienen a la mente a propósito de la absurda conducta del régimen
ante la muerte del ex presidente argentino Néstor Kirchner. Independientemente
de los méritos y defectos del difunto -sobre los cuales no voy a entrar en
materia-, la desmesura del caudillo sabaneteño volvió por sus fueros: no sólo
asistió a las exequias y pronunció sus habituales cursilerías describiendo al
difunto como el héroe que nunca fue, sino que decretó tres días de duelo
nacional. Y todo porque era un aliado político suyo.
En
cambio, su mezquindad ante la muerte de dos venezolanos eminentes y honestos,
los ex presidentes Herrera Campíns y Caldera, le impidió declarar ese mismo
duelo nacional, a pesar de haber sido electos ambos como Jefes de Estado. Lo
dicho, amigo lector: maniqueísmo puro.
LA
PRENSA, de Barinas (Venezuela) / O2-11-2010
PATRIA SIEMPRE TUVIMOS
Patria siempre tuvimos desde que nos la legaron los Padres Libertadores.
Por eso resulta una ridícula superchería esa mentira oficialista según
la cual “ahora tenemos Patria”.
Pero no es sólo eso, sino también
una ofensa incalificable contra quienes lucharon para declararnos
independientes y liberarnos del imperio español. Una ofensa indigna de los
próceres civiles que, encabezados por el barinés Juan Antonio Rodríguez
Domínguez, firmaron el 5 de Julio de 1811 el Acta de la Independencia, y contra
el Libertador Simón Bolívar y el general José Antonio Páez, comandantes de
aquella proeza militar que libraron al frente de un ejército popular como pocas
veces se ha visto en la historia latinoamericana.
Patria siempre tuvimos desde que Páez fundó la República en 1830. Y la
tuvimos en los años sucesivos, pues si bien es cierto que entonces sufrimos las
taras del caudillismo, autoritarismo y militarismo, los conductores de la
República -militares o civiles- jamás permitieron que un gobierno de otro país
atentara contra nuestra soberanía de patria libre e independiente.
Porque en esta materia hay que ser claros. No es verdad que la historia
venezolana sólo registre tres momentos estelares, como pretende el actual
régimen, que serían la Independencia, la Federación y la mal llamada “revolución bolivariana”. No es verdad.
La historia venezolana es un todo, con sus claros y oscuros, pero también
matizada con todos los colores que existan. Desde 1830 hemos tenido Patria,
gracias a buena parte de sus gobernantes, civiles o militares, quienes, al lado
de sus errores, fueron consecuentes con el legado de los Libertadores.
Y aunque pueda parecer antipático ahora cuando casi todos quieren
sacarle provecho a la negación sistemática del pasado -los chavistas por avispados y los opositores por
ingenuos-, no es verdad que todo fue condenable y perjudicial. Esa versión
escolar y maniquea de la historia podrán tragársela algunos estúpidos, pero
quienes han investigado nuestro devenir no pueden admitirla.
Patria siempre tuvimos gracias a la valentía y el coraje de un Cipriano
Castro que, en su momento, enfrentó la pretensión de potencias extranjeras de
cobrar por la fuerza las deudas que el país había contraído con algunas de
ellas.
Patria siempre tuvimos cuando el general Pérez Jiménez - apartando los
crímenes de su dictadura- defendió la soberanía venezolana sobre Los Monjes y
completó una red vial que llegó hasta apartados sitios fronterizos.
Patria siempre tuvimos gracias a la valentía y al coraje de un Rómulo
Betancourt que enfrentó las pretensiones invasoras del castrocomunismo cubano
contra nuestra soberanía en los años sesenta del siglo pasado. Entonces, desde
La Habana se financiaron y se armaron grupos de guerrilleros para atentar
contra nuestro país, su independencia y su democracia. Y fueron derrotados,
políticamente por el gobierno democrático de AD y Copei, y también militarmente
por unas Fuerzas Armadas, esas sí nacionalistas, valientes y a la altura de su
patriotismo.
Patria siempre tuvimos cuando el gobierno democrático del presidente
Leoni concluyó con éxito el complejo siderúrgico y eléctrico de Guayana, que
nos dio entonces soberanía energética.
Patria siempre tuvimos cuando el gobierno democrático del presidente
Caldera pacificó al país e hizo retornar a la lucha civil a quienes se habían
alzado en armas contra la democracia, aupados por la dictadura de Fidel Castro.
Y también cuando en 1972 se aprobó la reversión petrolera para asegurar la
soberanía sobre la infraestructura de la industria, a fin de preparar su futura
nacionalización.
Patria siempre tuvimos cuando el gobierno democrático del presidente
Pérez nacionalizó el petróleo y el hierro en 1976, con lo que Venezuela pasó a manejarlos de manera
autónoma e independiente, sin la intervención directa de consorcios extranjeros.
Patria siempre tuvimos cuando el gobierno democrático del presidente
Herrera culminó exitosamente el cambio del patrón de refinación petrolera,
mediante el cual se modernizaron sus instalaciones y Amuay pasó a ser la planta
refinadora de petróleo más grande del mundo. Y también cuando en 1982 planteó
ante las Naciones Unidas la reclamación venezolana sobre el Esequibo, hoy
abandonada.
Patria siempre tuvimos cuando el gobierno democrático del Presidente
Lusinchi rechazó enérgicamente la presencia de la corbeta colombiana Caldas en aguas venezolanas de
Castillete, en lo que se interpretó como una absurda pretensión del gobierno
del vecino país por internacionalizar el diferendo que aún tenemos con Colombia
en materia de límites en aquella región.
Siempre tuvimos patria desde 1830. Desde entonces, durante algo más de
160 años, tuvimos Patria libre y soberana, hasta que un grupo de atarantados
-hace algo más de una década- la entregaron al régimen cubano, convirtiéndola
en tierra ocupada por un gobierno extranjero, algo que no había ocurrido en
Venezuela desde que fuera liberada en 1821.
Tuvimos Patria hasta que los castrocomunistas cubanos fueron invitados
por el actual régimen para ocupar nuestras aduanas, aeropuertos, puertos,
sistemas de inteligencia, identificación y extranjería, notarías, registros,
instalaciones militares, centros de salud, riquezas minerales estratégicas, que
siempre antes fueron manejadas -como tiene que ser- por nuestros gobiernos y
por ciudadanos venezolanos.
Por eso resulta un cinismo absoluto que, siendo el actual régimen una
colonia cubana, sus jerarcas griten a cada rato que “ahora tenemos patria”,
cuando la realidad de los hechos demuestra plenamente todo lo contrario.
LA
PRENSA de Barinas (Venezuela) - O2-07-2013