viernes, 9 de febrero de 2018

LA CAIDA DEL VERGONZOSO MURO DE BERLIN
Gehard Cartay Ramírez
El pasado 29 de noviembre se cumplieron 28 años de la caída del Muro de Berlín.
Tal acontecimiento pareció haber pasado inadvertido. Sin embargo, pocos hechos puntuales de la historia moderna dicen tanto como este, por lo ominoso y vergonzoso para el género humano y porque su derrumbe significó también el derrumbe del comunismo soviético y europeo.
Conocí a Alemania en mayo de 1973, invitado a un seminario para dirigentes de las Juventudes Demócratas Cristianas de América Latina, evento celebrado en la entonces República Federal de Alemania (RFA), llamada Alemania Occidental, en contraposición a la Alemania del Este o Alemania Comunista, cuyo nombre oficial era el de República Democrática Alemana (RDA).
Eran los años de la Guerra Fría y existían dos Alemanias. Una, la RFA, la verdaderamente democrática y progresista, gobernada alternativamente por demócratas cristianos y socialdemócratas. Aquel era un país en franco proceso de desarrollo, gracias a una poderosa economía social de mercado, unida a una democracia estable y vigorosa, cuyo fundador, luego de la tragedia nazi de Adolfo Hitler, fue un estadista singular: Konrad Adenauer (1876-1967).
La otra Alemania, en cambio, era un protectorado de la Unión Soviética -cuyo apellido de Democrática le quedaba grande por ajeno-, con un régimen de partido único (el comunista, desde luego), sin libertades, sin progreso económico y sumida en la pobreza y el desconsuelo. Entre ambas naciones había un pronunciado contraste y la mejor comprobación del fracaso de su modelo comunista, al lado de un exitoso sistema democrático y de economía social de mercado puesto en marcha por la Alemania Occidental.
Para subrayar aquel chocante contraste, el gobierno títere de la Unión Soviética en la República Democrática Alemana había construido en 1961 un muro que partió en dos mitades a Berlín, la histórica capital alemana antes de la división. Así, los comunistas convirtieron en una verdadera cárcel la parte oriental de Berlín, impidiendo el tránsito de sus ciudadanos hacia Berlín occidental, que pasó a ser una especie de isla dentro de la Alemania Comunista, sostenida por Estados Unidos e Inglaterra, gracias a lo cual pudo sobrevivir al cerco soviético al finalizar la II Guerra Mundial. Fue merced al famoso puente aéreo por donde le llegaban alimentos y medicinas. Aún así, pocos años después, Berlín occidental, a pesar del aislamiento y del muro, logró prosperar y desarrollarse a tal punto que los berlineses del sector oriental comenzaron a escapar hacia el sector occidental, como lo venían haciendo desde la posguerra, buscando la libertad y el progreso.
El Muro de Berlín -derribado en 1989, diez y séis años después de mi visita al mismo- fue conocido también como el Muro de la Vergüenza, aunque la jerigonza burocrática comunista lo bautizó "Muro de protección antifascista" (¿?). La historia, por supuesto, adoptaría el primer nombre, nacido del sentimiento popular, en tanto que el otro sería olvidado rápidamente. Lo cierto fue que, al tratar de saltarlo o escapar de algún modo, centenares de personas perdieron la vida en su fuga hacia la libertad.
Estuve entonces allí, en compañía de Alfredo Salazar (Venezuela), Iván Garay (Nicaragua) y Alberto Manzano (Venezuela).


09 de febrero de 2018