miércoles, 10 de julio de 2013

“LA CAJA NEGRA”
Gehard Cartay Ramírez
La falta de transparencia, claridad y sinceridad del actual régimen es una constante desde 1999.
A partir de entonces, se volvió a la característica central de los gobiernos del siglo XIX y buena parte del XX: la oscuridad en los manejos de los recursos presupuestarios, la desinformación en todo sentido y la manía de actuar en la oscuridad -“entre gallos y medianoche”-, con un desprecio absoluto por la opinión de los ciudadanos.
Esta conducta no es gratuita. Obedece a un objetivo asociado a las tendencias neo autoritarias o totalitarias del régimen que las practique: ocultar la realidad a la opinión pública, la misma que en las auténticas democracias tiene un peso fundamental en la toma de decisiones.
Por lo que se refiere a esta nefasta experiencia de poder -para no llamarla gobierno, pues no merece tal nombre-, ya sabemos que nació en las oscuridades de la conspiración, la traición a la Constitución de 1961 y del golpe de Estado. Fue aquel grupo de conspiradores, felones y facinerosos del 4 de febrero de 1992, nacidos como una logia militarista perversa, el que en su paranoia sicopática se propuso asaltar el poder por la vía armada para imponernos un régimen fascio comunista a los venezolanos en pleno siglo XX.
Por eso esta experiencia oscura y criminal tiene una explicación tan “lógica” como siniestra. No se le puede pedir, en consecuencia, otra actitud a quienes hicieron de las tinieblas y la hipocresía su método ideal para conspirar contra la democracia y asaltar el poder en función de un proyecto hegemónico, como el que ahora padecemos en este país.
Por eso, el actual régimen -militarista y autoritario- procede como lo viene haciendo desde hace casi 15 años, convertido en una auténtica “caja negra”, a la que no es posible acceder desde afuera ni ver su contenido ninguna manera. Si alguien duda lo que afirmo le señalo apenas un dato, pero muy esclarecedor: se vienen ejecutando desde hace al menos una década tres presupuestos públicos paralelos: el “oficial”, aprobado por la Asamblea Nacional y supuestamente publicado en la Gaceta Oficial, conocido por muy pocos; el que maneja directamente el presidente de la República, secreto y de uso reservado; y el que ejecuta PDVSA, igualmente confidencial e ignorado por la mayoría.
Es obvio que esta circunstancia, gravísima y atentatoria contra los intereses de los venezolanos, se ha convertido en un gigantesco caldo de cultivo para que el actual sea el régimen más corrupto y corruptor de la historia venezolana y latinoamericana, para no hablar del mundo.
Así han utilizado los cuantiosos petrodólares que ingresan al Fisco Nacional para tres objetivos fundamentales. El primero y más importante lo constituye el enriquecimiento desaforado de su cúpula podrida y, en paralelo, la creación de una nueva plutocracia, socia y financiadora de sus proyectos personales y políticos (la reciente compra de una cadena de periódicos y de varios canales de televisión es muestra palpable al respecto).
El segundo objetivo es haber convertido al Estado y sus recursos en un instrumento financiero al servicio de sus propósitos de permanencia larga en el poder. Hoy en día, el régimen financia a su partido político como si fuera el partido del Estado. No hay límites entre los recursos del proyecto político y los del Estado. Este existe en función de aquel, y punto. Todo esto conforma un descomunal acto de corrupción como pocas veces se ha visto en el mundo moderno, a excepción de las dictaduras comunistas y fascistas, hoy extintas en su mayoría, con vergonzosas excepciones como Cuba y Corea del Norte.
Y el tercer propósito -aunque mejor sería llamarlo despropósito- es el de internacionalizar esta funesta experiencia. Miles de millones de dólares nuestros (que han debido invertirse en planes de empleo y mejoría de la calidad de vida de los venezolanos, es decir, escuelas, hospitales, viviendas, agua potable, electricidad, etc.) se destinaron a financiar la llegada al poder de los actuales presidentes de Bolivia, Ecuador, Perú, Nicaragua, El Salvador, República Dominicana, Argentina y Brasil (en ambos casos incluyendo sus anteriores mandatarios), sin dejar de contabilizar los recursos gastados en algunos países del Caribe, así como las experiencias fracasadas de México, Honduras o Colombia y los cuantiosos recursos destinados a la guerrilla colombiana.
Esta monumental corrupción del régimen chavista la arropa la impunidad más absoluta. No hay contraloría, ni fiscalía, ni tribunales que sean capaces de enjuiciarla. Vivimos tiempos de ignominia, complicidades y cabronerías institucionales, como pocas veces antes.
Cuando toda esta purulencia -que se ha tragado ya más de 900.000 millones de dólares- finalmente explote, el mundo y los venezolanos se asombrarán. 


LA PRENSA de Barinas - Martes, 09 de julio de 2013  

lunes, 8 de julio de 2013


PRESENTACIÓN DEL LIBRO

“CALDERA Y BETANCOURT, CONSTRUCTORES DE LA DEMOCRACIA”

INTERVENCIÓN DEL EX PRESIDENTE RAFAEL CALDERA

(Caracas, 17 de febrero de 1987)

Es bien difícil para mí llevar la palabra en este acto, pero no podía negarme a hacerlo, para agradecerle de todo corazón a Gehard Cartay Ramírez este libro. Un excelente libro, escrito con conciencia, redactado con elegancia e inspirado en el deseo de fortalecer los mejores anhelos de la democracia venezolana.
Cuando me anunció que iba a escribirlo, mejor dicho, que estaba escribiéndolo, me sentí sobrecogido por la idea de aparecer como motivo de un libro de historia demasiado reciente y al lado de una figura a la cual correspondió el primer papel, la primera responsabilidad en el proceso de establecimiento y consolidación de la democracia venezolana. Comencé a leerlo con temor, pero debo confesar que me causó una magnífica impresión. Y tengo que agradecerle a él, Gehard Cartay Ramírez, que en una forma tan espontánea, tan noble y tan desinteresada abordó esta tarea, y a su editor José Agustín Catalá, hombre infatigable en el esfuerzo editorial y de una amplitud ejemplar, que ha contribuido mucho al fortalecimiento del signo pluralista de nuestra democracia.
Catalá ha permitido que muchas inquietudes, que muchos anhelos, que muchos esfuerzos en nuestra literatura política hayan podido salir al público, porque todo lo ha facilitado, todo lo ha ofrecido y garantizado, sin perder de vista la función vigilante que ha ejercido para mantener viva ante las nuevas generaciones la presencia de nuestra dramática historia política, para que no pierdan los jóvenes que nacieron o se educaron en un ambiente de libertad y garantías de derechos humanos, la perspectiva histórica de los años sombríos que tuvimos que atravesar y de lo que hubo que vencer para llegar a sentirnos viviendo civilizadamente dentro de un ambiente de libertad.
Por cierto, José Agustín Catalá hoy está cumpliendo 72 años, muy bien llevados (Aplausos). Y me complace mucho el que podamos celebrarlo con este hermosísimo acto, que cuenta con tan numerosa y calificada concurrencia, dentro de la cual tengo especialmente que agradecer la presencia de Gonzalo Barrios, con quien compartí, durante los años difíciles de la construcción institucional de nuestro sistema democrático, la tarea de organizar y orientar la Cámara de Diputados y de armonizarla con el Senado de la República que dirigía el Presidente Leoni; y de Virginia Betancourt, que era la niña de los ojos del Presidente Betancourt, motivo de su orgullo y su preocupación y a la cual siempre hacía alguna referencia cuando daba expansión a sus sentimientos más íntimos.
El terna escogido por Gehard Cartay Ramírez es difícil. El estilo de las “vidas paralelas” lo es de suyo. Mucho más difícil en este caso, cuando uno de los protagonistas ya salió de la temporalidad, está en el piano superior donde no llegan nuestras contiendas, nuestras luchas, nuestras pequeñas preocupaciones y angustias, mientras que el otro está todavía en la brega diaria, en el combate inevitable, sujeto a la controversia a la que voluntariamente hemos de someternos todos los luchadores políticos. El establecer, no un parangón sino una relación, el explicar cómo, proviniendo de sectores tan distintos, de generaciones diversas, dos hombres que aprendimos a conocernos combatiéndonos con noble sinceridad y que llegamos a compartir una tarea que hoy está tomando una dimensión mayor, más recia y reconocida en la vida del país, indudablemente que era una tarea ardua para cualquier escritor y Gehard Cartay Ramírez la ha abordado y la ha cumplido con inteligencia, con seriedad, con objetividad, solamente sacrificada por algunos excesos de cariño, de aprecio y de nobleza para quien es su compañero de partido, su compañero de luchas.  
Indudablemente que la coalición AD-Copei en los 5 años de gobierno del Presidente Betancourt constituye un hecho excepcional en la historia política de Venezuela y quizás muy raro en la de cualquier país del mundo. La controversia histórica entre conservadores y liberales fue superada en la Revolución de Marzo de 1858, pero esto duró poco y terminó en los campos cubiertos de sangre de la Guerra Federal. Una coalición de este género, un compartir responsabilidades en una etapa tan ardua, indudablemente no fue fácil. Cuando el Presidente Betancourt me hablaba y llegábamos a los acuerdos necesarios para que la vida del país marchara, yo sabía que estaba dispuesto a hacer todos los esfuerzos y todos los sacrificios necesarios para que su partido cumpliera el compromiso. Él, a su vez, estaba convencido y seguro de que cuando yo le llevaba un planteamiento en nombre de Copei, ese planteamiento se cumpliría, porque era la voluntad colectiva que a través de mi voz le trasmitía.
La gente no se da cuenta de lo que esos cinco dramáticos años significaron. Durante ellos hubo conmociones terribles: en el atentado de Los Próceres murió el Jefe de su Casa Militar y el Presidente estuvo a punto de desaparecer él mismo, recibió quemaduras y heridas que lo resintieron largamente en el tiempo que sucedió al hecho. El “Porteñazo” fue una terrible conmoción, que quitó la vida a numerosos venezolanos, porque se trataba de la base naval más importante de nuestro país. El “Carupanazo”, el “Barcelonazo”, el alzamiento del General Castro León, apoyado por las fuerzas de derecha con vinculación internacional, y, si esto fuera poco, el movimiento guerrillero, que aparece en los campos como resultado del impacto psicológico de la Revolución Cubana; y la guerrilla urbana, que en muchas ocasiones puso gravemente en peligro la situación nacional.
 Un día de mi cumpleaños, el 24 de enero de 1962, después de una visita a Israel y en marcha hacia Nápoles, en donde se celebraría un Congreso de la Democracia Cristiana Italiana, quise pasarlo con mi mujer y ml hija mayor en Atenas, para tener al menos una visión rápida de los depósitos de cultura que quedan en aquel excepcional país. Cuando salí del hotel y tomé uno de esos pequeños periódicos en lengua inglesa para uso de los turistas, en primera página en grandes titulares se lela: “Sangrientos disturbios en Caracas”. ¡Ese fue el regalo que tuve de cumpleaños en aquella oportunidad! Pero cuando logré comunicarme con Roma, el Dr. Ignacio Iribarren, desde Londres (no sé por qué había sido el destinatario del mensaje) me transmitió un recado del Presidente Betancourt en que me decía que la situación había estado muy grave, pero ya estaba controlada, y que no interrumpiera mi viaje.
 Fueron años tremendos. El bolívar fue devaluado de 3,35 a 4,50; los sueldos y salarios se rebajaron en un 15%. La lucha fue difícil. El partido de Gobierno sufrió 2 traumáticas divisiones, y todo esto se fue superando por la voluntad firme y la inteligencia de un estadista y por el apoyo leal, patriótico, de un partido que estaba convencido de que era su deber el asumir conjuntamente con el Gobierno que el pueblo había elegido libremente, la responsabilidad y las consecuencias de todo ese proceso para llevar adelante el fortalecimiento de la democracia.
 Cuando hicimos el acuerdo, no todos los venezolanos estaban convencidos de que habíamos hecho lo mejor. Mentes lúcidas me reclamaron en forma pública el apoyo que mi partido estaba dando al Presidente Betancourt. Dentro de su propio partido, Betancourt tuvo que enfrentar muchas resistencias; dentro del mío eran numerosos y calificados los compañeros que consideraban inconveniente y arriesgado el camino que habíamos emprendido.
 Al cabo de 5 años comenzó a verse más claro y hoy creo que son pocos los venezolanos que no admiten que ha sido fundamental para el fortalecimiento de este sistema democrático, que va a tener ya treinta años y del cual estamos orgullosos, el cumplimiento leal del Pacto de Puntofijo. Hasta el último día, que en el Capitolio Federal el Presidente Betancourt entregó la banda presidencial al Presidente Leoni, los Ministros copeyanos estuvieron cumpliendo su deber. Ministros que habían tenido a su cargo la tarea de la industrialización que se iniciaba, de la Reforma Agraria que se cumplía y, sobre todo, del mantenimiento de los compromisos contraídos con el pueblo venezolano para la democracia. He comentado alguna vez que en las elecciones de 1963 yo era un candidato que no era ni del Gobierno ni de la oposición. El candidato del Gobierno era Leoni, los candidatos de la oposición eran venezolanos tan ilustres como Jóvito Villalba, Arturo Uslar Pietri o Wolfgang Larrazábal. El pueblo, sin embargo, supo apreciar el esfuerzo realizado, y contra todas las predicciones, mi partido aumentó en un 50% su votación anterior. Hubo realmente una demostración allí de cómo el instinto del pueblo muchas veces se impone por encima de las consideraciones de los analistas políticos. Betancourt, por lo demás, decía (porque el Dr. Leoni había obtenido más o menos un 30% de los votos) que “el Gobierno” había tenido mayoría absoluta, porque él consideraba que los votos de los dos candidatos que habían quedado en los primeros puestos, el vencedor, Raúl Leoni, y el que lo siguió, que fui yo, eran votos por el Gobierno que él presidía.
 Lo cierto del caso es que fue una época sumamente interesante y el libro de Gehard Cartay Ramírez la trata con mucha dignidad. No es un libro cualquiera, realmente. Dentro de la abundante literatura política de nuestros días, tiene un valor propio, un valor preciso. No es un libro documental, no es una colección de documentos, pero es un libro muy documentado. Todo lo que afirma el autor lo basa en las indagaciones que hizo para recoger testimonios, documentos, interpretándolos naturalmente, pero siempre con un sello de innegable nobleza.
Tengo, pues, que agradecerle, no solamente por haberme puesto allí en una situación que, como dije antes, al considerarla al principio me sobrecogió y aún me sigue sobrecogiendo, sino por haberme puesto en un piano de verdadera altura, muy cónsono con las mejores preocupaciones que pueden inspirar la vida venezolana. Y pienso que este libro, que personaliza en dos hombres la acción y el compromiso de dos partidos, entre los cuales fueron y son muchos los compatriotas que, con conciencia, con claridad, con patriotismo, con alta calidad, realizaron la tarea de establecer sólidamente la democracia y cumplen a diario la de mantenerla y fortalecerla, implica a mi modo de ver, una intención fundamental: la de recordar que por encima de las controversias, más allá de todas las contradicciones, superando lo que haya podido ser una lucha de carácter a veces duro y áspero, hay un patrimonio común que tenemos el deber de preservar. Ese patrimonio común, que hizo a Rómulo Betancourt decir que más que haber sido dos veces Presidente de Venezuela, para él su intima satisfacción era haber sido fundador de Acción Democrática, y para mí, que modestamente en el curso de mi vida puedo sentir también como un motivo de orgullo la participación que he tenido en la vida y el desarrollo del Partido Social Cristiano Copei, nos llevó a demostrar que por encima de nuestros partidos y más allá del amor por ellos, está la patria, está el interés nacional.
Quisiera que este libro sirva para mantener vivo el compromiso en todos los venezolanos, de no poner jamás los partidos por encima del interés nacional, sino el de colocar esos partidos, a los cuales se ama, a los cuales se sirve y por los cuales se lucha, al servicio de los intereses superiores de la patria venezolana(Aplausos).



miércoles, 3 de julio de 2013

PATRIA SIEMPRE TUVIMOS * Gehard Cartay Ramírez

PATRIA SIEMPRE TUVIMOS
Gehard Cartay Ramírez
Patria siempre tuvimos desde que nos la legaron los Padres Libertadores.
Por eso resulta una ridícula superchería esa mentira oficialista según la cual “ahora tenemos Patria”.
     Pero no es sólo eso, sino también una ofensa incalificable contra quienes lucharon para declararnos independientes y liberarnos del imperio español. Una ofensa indigna de los próceres civiles que, encabezados por el barinés Juan Antonio Rodríguez Domínguez, firmaron el 5 de Julio de 1811 el Acta de la Independencia, y contra el Libertador Simón Bolívar y el general José Antonio Páez, comandantes de aquella proeza militar que libraron al frente de un ejército popular como pocas veces se ha visto en la historia latinoamericana.
Patria siempre tuvimos desde que Páez fundó la República en 1830. Y la tuvimos en los años sucesivos, pues si bien es cierto que entonces sufrimos las taras del caudillismo, autoritarismo y militarismo, los conductores de la República -militares o civiles- jamás permitieron que un gobierno de otro país atentara contra nuestra soberanía de patria libre e independiente.
Porque en esta materia hay que ser claros. No es verdad que la historia venezolana sólo registre tres momentos estelares, como pretende el actual régimen, que serían la Independencia, la Federación y la mal llamada “revolución bolivariana”. No es verdad. La historia venezolana es un todo, con sus claros y oscuros, pero también matizada con todos los colores que existan. Desde 1830 hemos tenido Patria, gracias a buena parte de sus gobernantes, civiles o militares, quienes, al lado de sus errores, fueron consecuentes con el legado de los Libertadores.
Y aunque pueda parecer antipático ahora cuando casi todos quieren sacarle provecho a la negación sistemática del pasado -los chavistas por avispados y los opositores por ingenuos-, no es verdad que todo fue condenable y perjudicial. Esa versión escolar y maniquea de la historia podrán tragársela algunos estúpidos, pero quienes han investigado nuestro devenir no pueden admitirla.   
Patria siempre tuvimos gracias a la valentía y el coraje de un Cipriano Castro que, en su momento, enfrentó la pretensión de potencias extranjeras de cobrar por la fuerza las deudas que el país había contraído con algunas de ellas.
Patria siempre tuvimos cuando el general Pérez Jiménez - apartando los crímenes de su dictadura- defendió la soberanía venezolana sobre Los Monjes y completó una red vial que llegó hasta apartados sitios fronterizos.
Patria siempre tuvimos gracias a la valentía y al coraje de un Rómulo Betancourt que enfrentó las pretensiones invasoras del castrocomunismo cubano contra nuestra soberanía en los años sesenta del siglo pasado. Entonces, desde La Habana se financiaron y se armaron grupos de guerrilleros para atentar contra nuestro país, su independencia y su democracia. Y fueron derrotados, políticamente por el gobierno democrático de AD y Copei, y también militarmente por unas Fuerzas Armadas, esas sí nacionalistas, valientes y a la altura de su patriotismo. 
Patria siempre tuvimos cuando el gobierno democrático del presidente Leoni concluyó con éxito el complejo siderúrgico y eléctrico de Guayana, que nos dio entonces soberanía energética.
Patria siempre tuvimos cuando el gobierno democrático del presidente Caldera pacificó al país e hizo retornar a la lucha civil a quienes se habían alzado en armas contra la democracia, aupados por la dictadura de Fidel Castro. Y también cuando en 1972 se aprobó la reversión petrolera para asegurar la soberanía sobre la infraestructura de la industria, a fin de preparar su futura nacionalización.
Patria siempre tuvimos cuando el gobierno democrático del presidente Pérez nacionalizó el petróleo y el hierro en 1976, con lo que  Venezuela pasó a manejarlos de manera autónoma e independiente, sin la intervención directa de consorcios extranjeros.
Patria siempre tuvimos cuando el gobierno democrático del presidente Herrera culminó exitosamente el cambio del patrón de refinación petrolera, mediante el cual se modernizaron sus instalaciones y Amuay pasó a ser la planta refinadora de petróleo más grande del mundo. Y también cuando en 1982 planteó ante las Naciones Unidas la reclamación venezolana sobre el Esequibo, hoy abandonada.
Patria siempre tuvimos cuando el gobierno democrático del Presidente Lusinchi rechazó enérgicamente la presencia de la corbeta colombiana Caldas en aguas venezolanas de Castillete, en lo que se interpretó como una absurda pretensión del gobierno del vecino país por internacionalizar el diferendo que aún tenemos con Colombia en materia de límites en aquella región.
Siempre tuvimos patria desde 1830. Desde entonces, durante algo más de 160 años, tuvimos Patria libre y soberana, hasta que un grupo de atarantados -hace algo más de una década- la entregaron al régimen cubano, convirtiéndola en tierra ocupada por un gobierno extranjero, algo que no había ocurrido en Venezuela desde que fuera liberada en 1821.
Tuvimos Patria hasta que los castrocomunistas cubanos fueron invitados por el actual régimen para ocupar nuestras aduanas, aeropuertos, puertos, sistemas de inteligencia, identificación y extranjería, notarías, registros, instalaciones militares, centros de salud, riquezas minerales estratégicas, que siempre antes fueron manejadas -como tiene que ser- por nuestros gobiernos y por ciudadanos venezolanos.   
Por eso resulta un cinismo absoluto que, siendo el actual régimen una colonia cubana, sus jerarcas griten a cada rato que “ahora tenemos patria”, cuando la realidad de los hechos demuestra plenamente todo lo contrario.

(LA PRENSA de Barinas - Martes, 02 de julio de 2013)

domingo, 30 de junio de 2013

¿ADÓNDE VA VENEZUELA?
Gehard Cartay Ramírez
Venezuela marcha hacia un trágico abismo, si no hay un cambio radical en su conducción política, económica y social.
No hay que ser muy zahorí para darse cuenta de ello. Todos los días hay señales de alarma al respecto. En todas partes se siente un reclamo urgente de cambio profundo. Las quejas de la gran mayoría de los venezolanos se escuchan en todos lados. Ya todos, y muy especialmente el régimen, estamos advertidos. Que nadie diga luego que nos sorprenderá lo que pueda ocurrir.
Políticamente, la crisis es dramática, por decir lo menos. Venimos de unas elecciones cuestionadas e ilegítimas, empañadas por un fraude colosal. Hubo -como se sabe-  intensas movilizaciones populares para protestarlas y solicitar un reconteo de votos, a fin de establecer la verdad de sus resultados. Se exigió entonces una auténtica auditoría y el régimen y su CNE, luego de aceptarlas, dieron marcha atrás y la negaron. Esta actitud corroboró, aún más, la sospecha del fraude. Para guardar las apariencias “democráticas”, hicieron luego una supuesta revisión, escondidos, sin participación de más nadie, entre gallos y medianoche. El resultado, obviamente, fue perfecto: “cero irregularidades”, proclamaron a toda voz. Nadie les creyó, por supuesto.
Pero la protesta no se ha producido únicamente en nuestro país. Desde varias partes del mundo han rechazado esta elección írrita y su fraudulento resultado. El reciente informe de los observadores de la Comunidad Europea que presenciaron las elecciones presidenciales del pasado 14 de abril (para no mencionar los de otros organismos internacionales) describe en forma minuciosa los mecanismos electorales fraudulentos del régimen y concluye señalando que esas elecciones “son nulas de pleno derecho” (El Nacional, 19-06-2013), por lo que el proclamado presidente por el CNE es absolutamente ilegítimo. Por eso, ningún país europeo lo reconoce como tal.
Apartando las denuncias de fraude electoral, el informe del Instituto de Altos Estudios Europeos señala algo gravísimo: la existencia de un gobierno forajido en Venezuela, que controla todas las instituciones, especialmente los poderes judicial, electoral y la fuerza armada, que apañan su actitud y les sirven de cómplices para violar la Constitución Nacional y las leyes de la República. Agregan, en un lenguaje diplomático, que el afán de conservar el poder “a toda costa” ha llevado al régimen a “suspender el Estado de Derecho”, por lo que “las instituciones del Estado han perdido neutralidad, vulneran la garantía del ejercicio libre y sano de los derechos y las obligaciones ciudadanas, dejan indefensa a la ciudadanía y sin razón de ser a la democracia”. Dicho en otras palabras: aquí existe una dictadura.
Denuncian igualmente que el entonces vicepresidente Maduro no podía ser candidato presidencial por expresa prohibición constitucional (Artículo 229) y por no cumplir los requisitos del Artículo 227, entre ellos, la nacionalidad y otros impedimentos (¿Tendrá que ver esto con las dudas sobre si nació o no en Venezuela?). Por si fuera poco, el informe destaca como un hecho escandaloso que el Tribunal Supremo de Justicia haya permitido la violación -y violado también- el articulado señalado.
Todo ello, agregan, dentro de un esquema neototalitario, donde el Estado venezolano y sus recursos milmillonarios son utilizados por el partido de gobierno para su beneficio político, económico y electoral, lo cual niega a todos los demás el derecho a ser atendidos por igual. Resaltan finalmente, las presiones del PSUV y del régimen contra los empleados públicos, las amenazas que sufren y la grave situación de represión y judicialización contra el derecho a la protesta, consagrado en la Constitución Nacional.
Por supuesto que todo eso lo sabemos los venezolanos. Pero que lo señalen observadores que vinieron a presenciar las elecciones, invitados por el propio CNE, pone aún más de bulto la falta de legitimidad de origen y de desempeño del actual régimen. En otras palabras, el fraude del régimen es conocido y comprobado ya mundialmente, lo que lo coloca contra la pared y debería obligarlo a rectificar, es decir, a convocar una nueva elección presidencial.
Y esto sólo para señalar la gravísima crisis política y de gobierno que atravesamos. Agréguese, además, la no menos peligrosa crisis social y económica que nos asfixia. Por un lado, el crecimiento de la pobreza y la miseria, que ha arrojado a millones de venezolanos a un infierno de necesidades. Por el otro, la escasez, el desabastecimiento y el alto costo de la vida, que golpea por igual a los pobres y a la clase media. Y en medio de todo esto, un régimen, que aparte de ilegítimo, es profundamente incapaz e inepto para resolver tan graves problemas.
Por eso hay derecho a preguntarse: ¿Adónde va Venezuela? Pocos lo saben, es la verdad. Pero la gran mayoría lo intuye. La mayoría piensa que vamos muy mal, directo a un precipicio, si no se adoptan, ya, soluciones radicales y efectivas. De lo contrario, una colosal crisis política de ingobernabilidad, una explosión social, o ambas juntas, parecieran perfilarse en el horizonte.
Dios bendiga a Venezuela.

LA PRENSA de Barinas - Martes, 25 de junio de 2013

sábado, 29 de junio de 2013

ABDON VIVAS TERÁN,
GEHARD CARTAY RAMÍREZ
y RAFAEL CALDERA

EN LA PRESENTACIÓN DEL LIBRO

“CALDERA Y BETANCOURT, CONSTRUCTORES DE LA DEMOCRACIA”

(Caracas, 17 de febrero de 1987)


INTERVENCIÓN DEL DIPUTADO GEHARD CARTAY RAMÍREZ, AUTOR DE LA OBRA


Este es un acto plural, que concita la unidad alrededor de dos grandes figuras de nuestro devenir histórico contemporáneo.
Así, en medio de esta coincidencia afortunada, estamos presentando a la opinión pública, y en especial a la juventud, una obra que intenta destacar en sus justos términos históricos el papel estelar cumplido por Rafael Caldera y Rómulo Betancourt -“paladines insignes de las causas mejores”, como acaba de llamarlos Abdón Vivas Terán, a quien agradezco su profundo y generoso discurso de presentación del libro- en la consolidación del sistema democrático venezolano, cada uno a su manera, a veces unidos o en solitario (Aplausos).
No fue fácil tamaña empresa. Como lo afirmo en el prólogo del libro, “esto que hoy nos luce rutinario y cotidiano -ojalá, agrego ahora, nunca deje de serlo-, esta democracia nuestra de cada día, no llegó por azar. Advino gracias a un complejo y difícil proceso nacido en 1936, profundizado en 1945, reimplantado en 1958 y consolidado definitivamente en 1969. Junto a la claridad de tan formidable ascenso hubo también la larga oscuridad que terminó la madrugada del 23 de enero, hace ya 28 años. Y en medio de todos aquellos acontecimientos -ya protagonizándolos o sufriéndolos- los dos actores fundamentales, no sólo de este libro, sino de la democracia venezolana del presente siglo: Caldera y Betancourt”.
Figuras polémicas y controvertidas ambas. Uno y otro fundadores y líderes máximos de los modernos partidos políticos del siglo XX venezolano. Uno y otro los condujeron por primera vez al poder. Uno y otro formaron una unidad indisoluble con su organización política, insuflándole vida, aliento histórico e ideología. Uno y otro los hicieron carne y hueso, más allá de las palabras y de los proyectos aéreos que han  imaginado muchos, sin poder traducirlos a los hechos. Y cada uno lo hizo a su manera, pues bien distintos han sido sus estilos, sus liderazgos y sus pensamientos.
Este libro no es la historia oficial a la que se nos ha acostumbrado desde hace tiempo, por lo que respecta a Rómulo Betancourt y Rafael Caldera. Aquí el primero no insurge como la figura única -tal como lo pretenden sus hagiógrafos-, ni como el único autor del proyecto venezolano en marcha, lo que no implica en modo alguno desmerecer su actuación de primer orden. Esta es, por cierto, la explicación sobre el título de la obra: Caldera y Betancourt, constructores de la democracia, orden sobre el cual mostró cierta resistencia inicial el propio Presidente Caldera, debo decirlo en este acto, y que algunos otros han considerado una travesura. Pero la razón es muy sencilla, y por eso, insisto, no es esa historia oficial, tantas veces repetida. Obedece, por una parte, a la obvia cercanía ideológica y política del autor del libro con el líder socialcristiano. Pero va más allá, por supuesto: me propuse perfilar en sus justos términos la trayectoria de su combate político y social, a veces minimizado -cuando no tergiversado- por sus adversarios históricos, la mayoría agrupados en el partido político fundado precisamente por Betancourt.
La obra se detiene expresamente en varios momentos de la vida de ambos líderes. El primero está referido a la formación ideológica de Betancourt y Caldera, así como a la decantación de su pensamiento político. Segundo, la coincidencia de ambos en la necesidad de profundizar el tímido proyecto democrático iniciado en 1936, que los llevará a fundar sus respectivos partidos en 1941 y 1946 y a coincidir en los ideales de la llamada Revolución de Octubre, una vez derrocado el régimen del general Medina Angarita, temeroso de avanzar en aquella dirección. Luego vendrá la ruptura entre los dos líderes y su posterior acercamiento en los estertores de la dictadura perezjimenista en 1957.
La investigación se profundiza especialmente a partir de esta nueva convergencia de ambos, que dará lugar al Pacto de Puntofijo y al gobierno coaligado que presidirá Betancourt a partir de 1959, con la participación de Copei y URD, aunque este último partido abandonará el ensayo poco tiempo después. Tal circunstancia unirá aún más a Betancourt y Caldera, y este mantendrá su apoyo y el de Copei al gobierno de coalición hasta el último día, a pesar de los riegos y peligros gravísimos que tal situación supuso al enfrentar a la reacción militarista de la extrema derecha, primero, y luego a la guerrilla y el extremismo castrocomunista.
Así, el libro analiza el gobierno de Betancourt entre 1959 y 1964, azaroso y difícil, y el de Caldera, de 1969 a 1974, pacífico y creativo. Se trata de dos experiencias distintas, pero complementarias: si aquel, con el apoyo del líder socialcristiano, venció política y militarmente a la insurgencia armada del PCV y del MIR; el segundo, a través de la política de pacificación, incorporó a los guerrilleros derrotados a la vida democrática, a través de indultos y otras medidas legales, ofreciéndoles -al propio tiempo- garantías en su actuación como dirigentes de sus partidos, también legalizados entonces.
Y en este punto detuvimos el análisis de ambos líderes, una vez que terminaron sus respectivos gobiernos, Betancourt en 1964 y Caldera en 1974. El primero se autoexiliaría al entregar la presidencia a su sucesor, Raúl Leoni, de su mismo partido, y presenciará luego, en 1968, la primera derrota de AD, precisamente frente a Caldera, así como su regreso al poder con Carlos Andrés Pérez en 1973, y un nuevo revés adeco en 1978, con la elección de Luis Herrera Campíns. Murió en 1981, en medio del reconocimiento generalizado de sus conciudadanos.
El presidente Caldera, como bien se sabe, continúa en la lucha política, bien lejos -como él mismo lo ha dicho hace poco- de la tentación de ser “mármol y olvido”, que también rechazaba el gran Jorge Luis Borges. Se siente aún en plenitud de condiciones y los venezolanos sabemos de su elevada estatura de líder que todavía no ha terminado de recorrer su camino (Aplausos).
 Termino estas breves palabras señalando que escribí este libro persuadido de la necesidad de que las nuevas generaciones de venezolanos tengan conciencia del legado civilista y democrático de Rómulo Betancourt y Rafael Caldera, junto a nuestros partidos, sindicatos y gremios. Que sepan que este ha sido un proyecto democrático con aciertos y errores, pero que es factible mejorarlo en el futuro, desbrozándolo de sus vicios y haciéndolo perfectible para bien de todos en el futuro.
Lamentablemente, todavía hay una considerable carencia de información histórica al respecto. Son muchos los jóvenes que no conocen nuestra reciente historia o tienen una visión distorsionada de la misma. Para ellos fue escrita esta obra, gracias a la generosidad de ese extraordinario venezolano que es el editor José Agustín Catalá.
Sólo espero que el esfuerzo realizado sea compensado justamente por el interés de los lectores, cumplida mi responsabilidad de entregarles este testimonio de lo que ha significado el liderazgo civil de Rafael Caldera y Rómulo Betancourt.
Agradezco a todos su presencia en este acto, especialmente al Presidente Caldera, a la señora Virginia Betancourt Valverde, hija del Presidente Betancourt, a los doctores Gonzalo Barrios y Godofredo González, presidentes de Acción Democrática y Copei, al doctor Eduardo Fernández, Secretario General de Copei, y a los altos dirigentes de nuestros partidos políticos.
Muchas gracias (Aplausos). 
   

lunes, 24 de junio de 2013

ABDON VIVAS TERÁN,
GEHARD CARTAY RAMÍREZ
y RAFAEL CALDERA

EN LA PRESENTACIÓN DEL LIBRO

“CALDERA Y BETANCOURT, CONSTRUCTORES DE LA DEMOCRACIA”

(Caracas, 17 de febrero de 1987)

INTERVENCIÓN DEL DIPUTADO ABDÓN VIVAS TERÁN DIRECTOR DE LA
FRACCION PARLAMENTARIA DE COPEI

Realizamos hoy un acto importante. Estamos procediendo a bautizar el libro Caldera y Betancourt, constructores de la democracia, del Diputado Gehard Cartay Ramírez, el cual, siendo sin duda un aporte significativo al análisis objetivo y critico de los últimos cuarenta años de nuestra historia política, probará por sí mismo sus méritos, más allá de cualquier juicio presumiblemente matizado por un común acervo ideológico, una parecida interpretación de la realidad o una entrañable e inquebrantable fraterna amistad, cuando se eche a rodar por las vías del pensamiento intelectual y político venezolano y se puedan apreciar sus excelentes cualidades: controversial, exigente, objetivo, brillante, apasionado.
Quien lo escribe es el Diputado Gehard Cartay Ramírez, joven político e intelectual de la generación del 58. Comprometido con un proyecto histórico, consustanciado con una causa de fe. Proyecto histórico que apunta hacia una fase nueva en nuestro ininterrumpido proceso de desarrollo democrático. Es la búsqueda de una democracia nueva, para avanzar, productiva, eficiente, participativa, con igualdad de oportunidades, con equidad en la distribución del producto social. Con disciplina social y del trabajo. Con celoso respeto por los derechos de los demás. Con dureza de roca granítica para impedir la penetración del morbo de la corrupción. Con hondo sentido del consenso y de la necesidad de alcanzar metas comunes. Un modelo democrático más antropocéntrico, más funcional, más eficiente y más participante. Causa de fe, por otra parte, que habla de un compromiso que luego se racionaliza, pero que es raigalmente una intuición y una ilusión. Ambas se acobijan en la sangre, se calientan en su torrente bullicioso. La intuición habla del encuentro inesperado con el pueblo y los necesitados, por ella se aprende que la liberación es posible, que los seres humanos estamos condicionados, pero que hacemos la historia y que la aurora no podrá ser detenida. La ilusión nos habla del sueño grande, con imprecisos linderos, de la utopía alcanzable que todavía no ha sido totalmente formada en la matriz que alguna vez, necesaria e imprescindiblemente, dará vida a la generación del 58 cuando ésta haya ganado su trozo de buena tierra bajo el sol y haya sabido precisar y extender su proyecto.
Gehard Cartay Ramírez es disciplinado, sencillo, inteligente, diáfano, ha combinado en sabio equilibrio el reposo del intelectual con la azarienta e infatigable actividad que impone la inmisericorde entrega a la política cuando se halla impulsada por la vocación de servicio. Es sin duda, y esto le honra a él tanto como a nosotros, uno de los mejores de los nuestros.
¿Y de qué escribe Gehard Cartay Ramírez?: De política reciente, no por cierto repite la historia oficial de acontecimientos que son la matriz, a través de ese proceso misterioso que algunos estiman haber domeñado mediante el descubrimiento de leyes objetivas, que es la Historia. Nos habla de los pasos que permitieron establecer la plataforma y el proyecto histórico de dos de los más importantes aportes ideológicos de la política nacional: el socialcristianismo y la socialdemocracia, nos conduce con una cadencia de la que es imposible separarse hasta que su lectura concluye, al apasionante entramado del cual surgen AD y Copei, nos introduce a la transición de la dictadura gomecista a la democracia balbuceante e insegura de López y Medina. Se detiene en los acontecimientos revolucionarios del 18 de octubre de 1945, avanza hacia el trienio desgarrador y trágico que le siguió, toma aliento luego para no dejarse atrapar por las miasmas pestilentes que todavía saturan el ambiente de la larga noche
de diez años que impuso el último de nuestros autócratas, antes por el contrario halla en ellas elementos para la esperanza, la conciliación y la superación en el exilio, la cárcel, la muerte, la cívica dignidad con las cuales la Nación supo enfrentar, combatir, resistir y derrotar a aquellos venezolanos del desgobierno. Analiza luego la experiencia del Pacto de Punto Fijo como punto focal de expresión del programa democrático y de la voluntad de ejecutarlo. Estudia en caliente el gobierno de coalición del Presidente Betancourt, asediado desde afuera por extremismos de izquierda y de derecha, sometido a la torturante situación de las dos divisiones de su propio partido, pero que conducido con audaz coraje, con entereza, no sólo sobrevivió sino que fue capaz de presentar una importante obra material.
 Cierra el libro con el estudio reflexivo del período de gobierno del Presidente Caldera, estima que en él se consolida la democracia, se cambia el estilo de gobierno, se mejora la administración y la mano enérgica y sabia de aquel magistrado produce elementos, los cuales inteligentemente utilizados hubieran podido ahorrarnos muchos sufrimientos y largas desesperanzas.
 Todo este formidable bagaje de análisis histórico es presentado recurriendo al examen de la trayectoria humana, ideológica, política, de liderazgo, de amor a Venezuela, vital, en resumen, de Rafael Caldera y de Rómulo Betancourt. Ellos dos, formidables estadistas, bastiones inexpugnables de la defensa y de la estabilidad del régimen democrático, perseverantes en la contumaz idea de amar y de servir al pueblo y de penetrante visión para entender la realidad social, saber darle respuesta y encarnarla en un proyecto político coherente. Como si la cuenta aún no fuera suficiente, Gehard Cartay Ramírez logra impecablemente su propósito: Caldera y Betancourt son confirmados como lo que son en realidad, los creadores por
excelencia, junto con muchas mujeres y hombres venezolanos, de esta era democrática, la cual con sus virtudes y con sus sombras no ha tenido antecedentes en la historia de la Nación.
 Muchos de los que aquí estamos somos el producto humano e histórico del más reciente proceso político nacional. No vacilamos en afirmar que el esfuerzo, la lucha, la tenacidad en la creación de la actual experiencia democrática, es el más admirable y denodado desarrollo de nuestra actividad política. Sostenemos además que esta generación del 58, examinando la conducta y el proyecto de Rafael Caldera y de Rómulo Betancourt tal como nos los dibuja el diputado Gehard Cartay Ramírez, puede extraer de ellas lecciones para aumentar su comprensión de los hechos, cerciorarse de su especificidad y prepararse más a fondo en la causa del servicio popular. Aprendamos entonces de Caldera y Betancourt el depósito que brota del Magisterio de su ejemplo:
 
— Que no basta con la tesis generacional, ella puede ser un punto de partida, olas humanas que avanzan por la Historia, pero por sí mismas insuficientes para dejar su impronta y alterar su rumbo.
— Que una generación, para que encuentre su razón de ser, para que no se extravíe en los miles de vericuetos de la Historia, ha de ser capaz de parir su propio proyecto político: funcional, factible, transformador, útil, popular.
— Que dicho proyecto político no puede, no debe ser vacía, retórica y fantasiosa fraseología, sino que ha de alimentarse en la fuente insustituible de la Patria y del pueblo, en la Patria, es decir, en su cultura, en su historia, en su geografía, en sus dolores, en sus esperanzas, en el pueblo, vale señalar, en sus necesidades, en sus debilidades, en sus expectativas, en sus sueños.
— Que la actividad política no es vacía y mecánica práctica de consignas y pragmatismo obsceno e indecente, sino que está conscientemente referida a una concepción ética y que ésta nos obliga a referencias permanentes, a principios fundamentales, tanto como al realista análisis de la vivencia constante con el compromiso de transformación que autoproclamamos asumir.
— Que la política, para hacerla en grande, no se hace sin perseverancia y sin tenacidad, tampoco sin idealidad y un punto indispensable de utopía.

Estas son las lecciones que Rafael Caldera y Rómulo Betancourt nos entregan a nosotros, generación de relevo buscado y merecido de 1958. Esta generación, por cierto, está en pleno proceso de búsqueda y de identificación. Objetivos comunes, más allá de las indispensables y útiles diferencias ideológicas, nos estrechan y señalan. En esta tarea hemos buscado ayuda oyendo lo más profundo del alma popular y nos sentimos en sintonía con el clamor que percibimos. Venezuela ama su libertad, no la va a sacrificar ante los demagogos que ofrecen solamente el pan. Pero la Nación está insatisfecha: ama la libertad pero lucha por el pan, ama la paz pero postula la justicia, ama la convivencia pacífica, pero no está dispuesta a aceptar atropellos e injusticias de minorías que bien implantadas en el corazón del Estado proclaman su auto iluminación.
 Venezuela nos está reclamando, en fin, gritando con alta y potente voz en nuestra conciencia, que demanda una revolución democrática, un cambio profundo y radical, un orden social, nuevo, eficiente y funcional, auto gestionado y popular, que redistribuya y que crezca, que conjugue la libertad y la igualdad, que reintegre, en síntesis, al pueblo el poder, la cultura, la riqueza, la dignidad y el sueño.
 En esta tarea, Rafael Caldera y Rómulo Betancourt, paladines insignes de las causas mejores, serán nuestros impulsadores. Su experiencia, su combatividad, sus sugerencias, su exacta noción del liderazgo, alumbrarán nuestro camino y nos ayudarán en la histórica acometida de dar a luz esta nueva fase de nuestro desarrollo como pueblo democrático.
 El libro de Gehard Cartay Ramírez que hoy bautizamos, editado gracias al ímprobo y generoso esfuerzo de José Agustín Catalá, constituye, sin rubores, una importante colaboración en el entendimiento de toda una era y en hacer más cargada de compromiso y también más factible el ganar las próximas batallas por la Nación y por el pueblo (Aplausos).
 











martes, 18 de junio de 2013

EL CERCO A LAS UNIVERSIDADES
Gehard Cartay Ramírez
Desde sus mismos inicios, el régimen chavista comenzó a cercar y estrangular económicamente a las universidades autónomas.
Esa circunstancia se debe, sin duda, a su carácter autoritario y neototalitario. Un régimen de tales características, como lo demuestra la historia, no tolera ni permite las universidades de pensamiento crítico, independiente y autónomo. Y menos si se trata -aunque esta característica siempre va apareada a todas las dictaduras, que nunca son “civiles”- de un régimen militarista. Toda dictadura es totalitaria y autoritaria, no reconoce los derechos de los demás y se basa en la simple ecuación militar según la cual el tirano y su claque mandan y los demás obedecen.
El actual régimen no ha ocultado tales pretensiones. Hace algún tiempo aprobó una absurda ley que, en la práctica, eliminaba el principio de la autonomía universitaria, a pesar de su rango constitucional. De igual manera, se acababa con la estructura independiente de las universidades, al suprimir consejos universitarios, vicerrectorados, decanatos, organismos de representación profesoral y estudiantil y, en suma, se colocaba a las casas de estudios superiores bajo control del régimen y sus intereses políticos.
Se quiso reducir a las universidades a la humillante condición de simples escuelas regidas por el gobierno, aboliendo la búsqueda de la verdad, el pluralismo y la libre confrontación de las ideas, todos ellos elementos esenciales de la autonomía universitaria. Y para lograr tan perversos propósitos se eliminaba su actual derecho a elegir sus autoridades a todos los niveles.
 (Recuerdo que, a este respecto, una de las decisiones más grotescas fue la pretensión de que para elegir rector y vicerrectores, decanos y centros de estudiantes, se incluía la votación de empleados y trabajadores. Tamaña demagogia hizo decir a algunos que entonces en Miraflores debían incorporarse empleados y trabajadores a las reuniones del Consejo de Ministros.)  
Tamaño despropósito encontró, como tenía que ser, una fuerte resistencia entre estudiantes y profesores. La protesta fue de tal magnitud que el entonces presidente, hoy extinto, Hugo Chávez, resolvió dar marcha atrás y engavetarla.
Ahora, por otro atajo fasciocomunista, el usurpador mirafloriano pretender volver a esas andadas. Va a conseguir, por supuesto, la firme protesta de los todos universitarios, de los que enseñan, estudian y trabajan en nuestras casas de educación superior y, desde luego, de los centenares de miles de egresados que no estamos dispuestos a aceptar que el régimen las controle.
Uno de los medios más infames al respecto lo constituye el cerco financiero contra las universidades, a las cuales les han venido reduciendo sus presupuestos desde hace siete años. Esto significa que han tenido que reconducirlos, es decir, aplicarlos sin los aumentos que demandan las circunstancias. Y eso viene afectando la inversión en planes de investigación y docencia, así como en el pago de los profesores universitarios, que hoy cobran salarios de hambre, al igual que los docentes de secundaria, escolar y preescolar.
Por contraste, y para hacer más chocante la situación, el régimen le ha incrementado los presupuestos a las universidades que controla -y que no son, por cierto, las mejores del país-, al igual que ha aumentado los sueldos a los altos oficiales de la Fuerza Armada Nacional, que hoy ganan tres o cuatro veces lo que cobra un profesor universitario. Y ello para no ocuparnos de los miles de millones de dólares regalados a otros países, mientras aquí los docentes de las universidades ganan una miseria.  
Quienes somos egresados de universidades autónomas -en mi caso, de la Universidad de los Andes y la Universidad Central de Venezuela- no podemos aceptar pasivamente el cerco criminal que viene tendiéndole el oficialismo a estas casas de estudios superiores, en abierta violación del artículo 109 de la Constitución Nacional. Mucho menos podemos aceptar que, por esta vía, se las pretenda controlar y convertir en instrumentos de ideologización y control político.
Resulta, por cierto, asqueante la posición de antiguos profesores y dirigentes estudiantiles de izquierda -algunos de los cuales hoy son ministros y altos funcionarios- que antes defendían la autonomía universitaria y hoy la niegan. Claro, en el pasado, muchos de esos jauas, jorgerodríguez y demás tarambanas, se aprovechaban de la misma para encapucharse, tirar piedras y quemar carros, así como otros -antiguos guerrilleros- se escondían 50 años atrás en los recintos universitarios para enfrentar al sistema democrático. Y están los que hoy, vergonzosamente, son incapaces de decir nada al respecto en sus escritos de opinión, porque se los impide el bozal de arepa que les dan.    
El régimen debería saber que, si insiste en este objetivo, está despertando un gigante de la protesta, como lo son los universitarios. Debería recordar que ese gigante incluso tumba gobiernos autoritarios, como sucedió en 1958 aquí y como ha acontecido en otras partes. Y lo debería saber aún más, cuando se trata de un régimen que, como el actual, carece de legitimidad de origen y de desempeño, producto de un colosal fraude lectoral, y que hoy es repudiado por la mayoría del pueblo venezolano.

LA PRENSA de Barinas- Martes, 18 de junio de 2013.