miércoles, 11 de septiembre de 2013


40 AÑOS DEL GOLPE DE ESTADO CONTRA ALLENDE

Ahora que se están cumpliendo 40 años del golpe de Estado contra el presidente de Chile Salvador Allende, transcribo parte de un libro de testimonios en el que vengo trabajando desde hace algún tiempo y que espero publicar más adelante.

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Chile, 1972: El cielo encapotado

En septiembre de 1972 realicé mi primer viaje fuera de Venezuela.
Estudiaba el último año de la carrera de Derecho y era miembro del Directorio Nacional de la Juventud Revolucionaria Copeyana. Me desempeñaba entonces como Coordinador de Asuntos Estudiantiles de la juventud copeyana a nivel nacional. Con tal carácter fuimos invitados a un Seminario Internacional por la Corporación de Promoción Universitaria, fundación privada chilena cuyo objetivo era estudiar los movimientos estudiantiles y académicos que se estaban produciendo entonces en el continente americano. La delegación venezolana al evento la conformábamos Ramón Guillermo Aveledo, Rafael Llorens del Toro y yo.
Sostuvimos entonces varias entrevistas con relevantes personalidades del país austral. La más importante de todas, a mi juicio, fue la sostenida con el ex presidente chileno Eduardo Frei Montalva (1911-1982), líder histórico del Partido Demócrata Cristiano (PDC), a quien le había correspondido entregar el cargo a su sucesor, el socialista Salvador Allende. La otra conversación fundamental para entender el drama chileno fue con Radomiro Tomic, el candidato presidencial demócrata cristiano que había perdido las elecciones ante Salvador Allende y el ex presidente Jorge Alessandri.

Se cierne la tragedia sobre los chilenos
Aquella visita fue una experiencia inolvidable. Tuve la singular oportunidad de comprobar la vorágine de confusión y estupidez que fue el gobierno Salvador Allende (1908-1973) en Chile.
La impresión que me traje, junto con mis compañeros de viaje, fue la de que aquella experiencia no duraría mucho: exactamente al año siguiente, el gobierno socialista de la Unidad Popular fue derrocado por las Fuerzas Armadas chilenas. Y es que ya en los meses finales de 1972, el país austral vivía el frenesí absurdo de la nefasta experiencia gubernamental presidida por Allende. Ya se asomaba por entonces la tragedia que se abatiría sobre el pueblo chileno. Cualquier observador desprevenido lo respiraba en el tenso ambiente de esos días. Aquel era, sin duda, un país anarquizado, colapsado, próximo al desastre y al caos, casi a las puertas de la guerra civil.
Mis impresiones del viaje las resumí entonces en un artículo publicado en la desaparecida revista Summa de Caracas, número 63, de fecha 15/30 de noviembre de 1972. Sin mucho esfuerzo afirmé allí que el gobierno de la Unidad Popular había fracasado en Chile y que su final estaba más cercano que tardío.
Esa opinión la sustentaba en los hechos que pude constatar personalmente en Santiago, la capital. La ciudad estaba sometida a una oleada impresionante de protestas de todo tipo, desde las antigubernamentales hasta las pro oficialistas: una serie de huelgas de camioneros, estudiantes, comerciantes, empleados bancarios, etc., había obligado a Allende a decretar el estado de emergencia en 19 provincias y puesto entonces al país bajo un severo control militar.
La verdad era que el fracaso de Allende y su gobierno había dejado al país fuera de su control. El presidente chileno, no obstante su reconocida habilidad y experiencia, se mostraba inexplicablemente  torpe en el plano político, a causa de su impotencia e indecisión al no meter en cintura a los sectores radicalizados del Partido Socialista y del MIR. Estos grupos de extrema izquierda clamaban por el camino de la violencia y pedían rabiosamente un régimen comunista para Chile. Allende, que era un socialista moderado, no estaba de acuerdo, pero su falta de carácter no impidió a tiempo que aquellos sectores irracionales fueran controlados desde adentro.
Todo aquello aconteció a pesar de que el presidente Salvador Allende era un estadista, un político hábil y un líder moderado, sin desmesura ni actitudes paranoicas. No obstante, poco pudo hacer para evitar la catástrofe que, finalmente, terminó arrastrándolo. Allende, contrariando su reputación de líder equilibrado -ésa que, precisamente, le había facilitado su designación por el Congreso chileno como Presidente, incluso con los indispensables votos de sus adversarios ideológicos-, no pudo posteriormente manejar la situación y se dejó arrastrar por el extremismo de su propio partido y de grupúsculos de ultraizquierda, en contra, por cierto, de la posición más sensata y realista del Partido Comunista. El resultado fue un desbarajuste total, con un gobierno de espaldas a la realidad y un país que se caía a pedazos, no sólo en su economía, sino en su convivencia social y política.
Por si fuera poco, en la acera del frente, la derecha reaccionaria conspiraba abiertamente, a través de movimientos terroristas y fascistas como “Patria y Libertad”. La reacción de terratenientes y sectores tradicionales era tan violenta como la de la izquierda radical. Y ambos, aunque cada uno por su lado, estaban de acuerdo en un absurdo propósito: llevar a Chile a la anarquía, ante lo cual los sectores moderados de la UP nada o muy poco podían hacer. Al final, como era previsible, Allende sucumbió aplastado por dos fuerzas, la de sus “aliados” y la de sus enemigos. De allí al golpe militar encabezado por Pinochet no había sino un paso.
Como complemento de la crisis, el gobierno socialista era un completo desaguadero de incapacidad, ineptitud y desorden en todos los aspectos. La situación se agravaba aún más por cuanto se habían nacionalizado indiscriminadamente casi todas las áreas de la economía (la banca, las empresas fundamentales, los consorcios extranjeros, el cobre, los fundos agropecuarios, etc.), con lo cual el Estado creció desmesuradamente y la incapacidad para manejarlo se convirtió en toda una catástrofe. Las empresas nacionalizadas arrojaban pérdidas cuantiosas, su ritmo de producción experimentaba caídas vertiginosas, a causa de errores de planificación y gerencia, y la corrupción gubernamental se apoderaba rápidamente de sus escasos dividendos. Mientras tanto, la inflación crecía sin control, la escasez de bienes y servicios era notoria y el desempleo y la pobreza constituían una desgracia para millones de familias chilenas.
Todo aquel desenfrenado camino al desastre era facilitado -desde el propio gobierno chileno- por la demagogia de los más radicalizados. Una de las notas más resaltantes de toda esta cadena de equivocaciones trágicas la constituyó, por cierto, una larga visita de Fidel Castro, entonces todavía un vigoroso líder continental. Castro agitó durante casi un mes a las fuerzas ultraizquierdistas, y esa experiencia contribuiría a fomentar aún más el clima de violencia, anarquía y de enfrentamientos que ya consumía al pueblo chileno. Allende y sus asesores tal vez nunca midieron en su exacta dimensión las consecuencias fatales que tal hecho implicaría para el futuro inmediato del país sureño.

El pinochetazo
Lo que vino después es también historia conocida: el militar de mayor confianza de Allende, el general Augusto Pinochet -el mismo que el presidente designó como edecán de Fidel Castro durante su larga gira de un mes por Chile en 1970-, encabezó en 1973 un sangriento golpe de Estado en su contra, y el acorralado presidente se suicidó mientras aviones militares bombardeaban el Palacio de La Moneda, sede del gobierno.
Y vino luego la larga noche pinochetista. Miles de muertos, desaparecidos, heridos y detenidos se produjeron en los días iniciales y durante varios años, mientras duró esa dictadura militar, una de las más sangrientas que han conocido los latinoamericanos en muchos años. Aquella fue una tiranía de claro signo fascista, que persiguió con singular saña a sus adversarios y los condenó a la muerte, la cárcel, la desaparición y el exilio. Como resulta consustancial a todo régimen militarista, inmediatamente el autoritarismo, la intolerancia, la represión, la corrupción, así como el absoluto aplastamiento de la sociedad civil y de sus partidos políticos, sindicatos, gremios y organizaciones comunales, se instauraron como características fundamentales de aquel funesto gobierno.
18 años duró este régimen de terror y muerte. 18 años que fueron también un largo tiempo de expiación de los errores cometidos por los partidos que apoyaron a Allende y también por quienes se le opusieron. Vino luego el tiempo del análisis frío y objetivo de aquél pasado ominoso y también el convencimiento generalizado de todos en el sentido de que no podía repetirse en el futuro ni la trágica experiencia de Allende, ni la terrible de Pinochet.
Afortunadamente, Chile volvió nuevamente a la democracia por la mayoritaria decisión de los chilenos y en parte también porque los propios militares obligaron al dictador Pinochet a aceptar la voluntad popular para ponerle fin a su régimen y celebrar elecciones libres y soberanas.
Así nacería el nuevo Chile, ese que viene caminando aceleradamente hacia el progreso, en medio de una prosperidad económica auspiciosa y de una convivencia política admirable. Pero el costo para llegar hasta aquí fue muy alto, no sólo en términos de vidas humanas sino también en términos políticos y sociales.









martes, 10 de septiembre de 2013

LA CORRUPCIÓN APAGA A VENEZUELA
Gehard Cartay Ramírez
Así describió el diario español El País la crisis eléctrica que sufrimos los venezolanos, causada por una gigantesca estafa contra el país que suma cerca de 23.000 millones de dólares.
Uno lee la cifra y le parece una exageración. Lamentablemente no lo es. Y es que, de acuerdo con las denuncias del citado diario español y de la revista Semana de Colombia, si hoy asistimos a la más grave crisis del suministro de energía eléctrica que hayamos sufrido en Venezuela es porque se robaron más de 23.000 mil millones de dólares que se habrían destinado desde el año 2009 para mejorar y consolidar este servicio de primerísima necesidad.
Parece exagerada la cifra, insisto. Pero a nadie puede extrañarle: estamos en presencia del régimen más corrupto en la historia venezolana y continental. Sólo que en este caso en particular aparecen los llamados “bolichicos”, jóvenes entre 30 y 40 años, protegidos y testaferros de la cúpula podrida del chavismo, ahora convertidos en millonarios gracias a los contratos de mantenimiento de Corpoelec, sin ser especialistas al respecto.  
Sobre este tema, la revista Semana de Colombia también publicó un revelador reportaje esta semana pasada, donde detalla, pormenorizadamente, cómo se vienen haciendo milmillonarios negociados con el dinero que debió invertirse para mejorar la estructura eléctrica de Venezuela.
Revela Semana que el sistema eléctrico colapsó en 2009, luego de una década de falta de mantenimiento y de inversiones para mejorarlo. Hubo, como se recordará, racionamientos en todo el país, con excepción de Caracas. Fue cuando el régimen chavista asignó a dedo, sin licitaciones ni concursos, 12 contratos milmillonarios en dólares para construir generadores eléctricos en un plazo de 14 meses. Se dice que hubo entonces tres mil millones dólares de sobreprecio.
La empresa favorecida fue Derwick Associates -según el reportaje de la revista colombiana- cuyos supuestos accionistas son Leopoldo Alejandro Betancourt López y Pedro José Trebbau López, venezolanos residentes en Estados Unidos “que han acumulado fortunas enormes a través de un oscuro esquema para obtener contratos en materia energética en su país, en lo que no tenían experiencia alguna”, reseña Semana seguidamente.
“Una vez Derwick se ganó los contratos energéticos en Venezuela -agrega el citado reportaje-, pagó los sobornos y subcontrató empresas estadounidenses, incluidas general Electric, Pratt & Whitney y ProEnergy Services LLC, para que llevaran a cabo los proyectos energéticos”. Cita seguidamente al experto venezolano en energía, ingeniero José Aguilar, quien denuncia que Derwick Associates le ha sobrefacturado al Estado venezolano 2.993 millones de dólares”. Y agrega que “esto es solo una pequeña parte de una estafa al Estado venezolano, que supera 23.000 millones de dólares y que hoy tiene a más de la mitad del país en un apagón histórico”.
Todo esto parece increíble, insisto, en especial las milmillonarias sumas que han sido robadas a los venezolanos, pues se trata de nuestro dinero, al fin y al cabo. Sin embargo, según Aguilar, en esta colosal estafa también participan empresas argentinas, españolas, francesas, chinas, tailandesas y, como ya se ha dicho, hasta del “imperio mesmo”, como diría aquel personaje.
“Lo más increíble -agrega Semana- es que después de haber asignado o gastado más de 23.000 millones de dólares, Venezuela está más lejos que nunca de resolver su problema energético. Para muestra el apagón de este martes que afectó a más de la mitad del país”. Ante esta rotunda afirmación, ciertamente sobran las palabras y se pierde ya, amigo lector, la capacidad de asombro ante la corrupción insaciable de la cúpula podrida del actual régimen.
Por su parte, El País de España, en su edición del 05 de septiembre pasado, en un reportaje firmado por Alek Boyd, muestra su estupefacción ante la crisis eléctrica que sufrimos los venezolanos. Y no le falta razón, al señalar que el nuestro “es uno de los países con mayores recursos hidrográficos del mundo. La confluencia del Orinoco y el Caroní hacen que Venezuela tenga una de las cuencas orográficas más potentes del mundo, y la Represa del Guri es la tercera central hidroeléctrica del mundo”.
 El País también reproduce las denuncias del ingeniero José Aguilar, quien agrega que las empresas contratadas, tanto nacionales como extranjeras, “no tienen la capacidad técnica de ejecutar proyectos tendientes a solventar la crisis”. Esto último, obviamente, ha quedado plenamente demostrado al efecto. Lo que sí han hecho, por lo visto, es cometer una de las estafas más grandes que hayan sufrido el Estado y el pueblo venezolano.
Mientras tanto, los venezolanos sufrimos la peor crisis eléctrica, que desmejora nuestra calidad de vida, reduce la productividad nacional y destruye millones de aparatos electro domésticos e industriales. Y el régimen, como no puede justificar tanta irresponsabilidad y corrupción, nos sale con el argumento cínico de que todo “es producto de un golpe eléctrico de la derecha”. 
 Twitter@gehardcartay

(LA PRENSA de Barinas - Martes, 10 de septiembre de 2013)

miércoles, 4 de septiembre de 2013

EL RÉGIMEN DE LA MENTIRA
Gehard Cartay Ramírez
Pocas veces, o tal vez ninguna antes, hubo en Venezuela un régimen basado en la mentira como el que padecemos desde hace casi 15 años.
La mentira es su basamento esencial, y por ello todo de cuanto presume es falso. Por eso no es eficiente, ni honesto, ni trabaja por el pueblo, ni sus metas son el progreso y el desarrollo del país.
Todo lo contrario. Estamos en presencia del régimen más ineficiente que registra nuestra historia, lo cual, dicho sea de paso, constituye todo un récord en un país donde hubo gobiernos ineficientes en todas las épocas. Pero nunca uno como el actual.
Estamos en  presencia del régimen más corrupto entre todos los gobiernos corruptos que hemos sufrido. Sólo que nunca antes hubo un régimen corrupto que manejara más recursos que el actual. Los de antes fueron robagallinas, como ya se ha dicho. Estos corruptos de hoy son milmillonarios en dólares, con todos los recursos financieros que usted pueda imaginar. De ser unos limpios de solemnidad en 1998, ahora han pasado a ser una verdadera plutocracia, una oligarquía arribista como pocas.
Estamos en presencia de un régimen dirigido por demagogos y farsantes, como nunca los hubo en gobierno anterior alguno. Y es que ya son 15 años ininterrumpidos en el poder, dilapidando y robándose los más altos ingresos que el Estado venezolano ha obtenido por concepto de venta del petróleo, y no han sido capaces de resolver ninguno de los problemas que ofrecieron solucionar en 1998. Y no sólo eso: han creado nuevos y gravísimos problemas.
Han gastado más de 900 mil millones de dólares y no sólo no tienen una obra sólida que mostrar, sino que nos han endeudado como nunca antes. No sólo despilfarraron lo que recibió el país en estos años por concepto de la renta petrolera y de los altos impuestos que han creado vía Seniat, sino que comprometieron a la próxima generación con una deuda colosal que ellos -por supuesto- no van a pagar, sino nuestros hijos y sus hijos.
Todo cuanto hacen se basa en la mentira. Nada de lo que pregonan es verdad y, por tanto, todo cuanto dicen resulta ajeno a la realidad.
Así es como con el mayor desparpajo culpan de todos los males a la oposición, como si no tuvieran desde 1999 todo el poder y dentro del mayor sectarismo. Controlan todos los recursos del Estado y sus instituciones y, aún así, acuden a la mentira de denunciar sabotajes y endilgárselos a sus adversarios.
Acuden a la mentira como fieles discípulos de Goebbels, el ministro de Propaganda nazi, quien decía que “una mentira repetida mil veces se convierte en verdad”. Eso, y no otra cosa, viene haciendo este régimen, distorsionando la historia, demonizando el pasado y pretendiendo convertir su gigantesca mentira en la única verdad.   
Y es que al lado de las mentiras de su eficiencia, de su honestidad y de su supuesta obra de gobierno, su discurso es también otra gran mentira, como ha quedado demostrado en estos 15 años.
Dicen ser patriotas y su gobierno es una colonia ideológica de Cuba, desde donde son dirigidos y tutelados. Dicen ser antiimperialistas y nos han hipotecado al imperio chino, como nunca lo hizo antes con otra nación ningún gobierno anterior de los que ellos catalogan como “imperialistas”.
Dicen que “ahora tenemos Patria”, mientras la dictadura cubana hoy invade todos los niveles del Estado, imponiendo decisiones y ejecutando políticas contrarias al interés nacional y, en paralelo, saquea recursos de los venezolanos para sostener su moribunda revolución.
Dicen que “ahora tenemos Patria”, mientras entregan la Guayana Esequiba -que forma parte indisoluble del territorio de Venezuela- al gobierno guyanés para complacer a la dictadura de Fidel Castro, que siempre ha sostenido que esos 155.000 kilómetros cuadrados no nos pertenecen.
El régimen actual es, pues, una sola y gran mentira. Porque así como mienten en cuanto al régimen mienten también en cuanto a sus personajes y sus situaciones. Está fresca aún la mentira que rodeó la enfermedad y muerte de su líder único. Nunca se supo -aunque algún día se sabrá- que pasó con este personaje, cuál fue su enfermedad y cómo murió. Engañaron no sólo al país, sino a las bases chavistas, a las que le ocultaron la verdad. Como en todo, pero en este caso se lo hicieron a su propia gente, urdieron una gran mentira.
Lo mismo sucede ahora con la nacionalidad del presidente designado por el CNE, cuya partida de nacimiento no aparece por ningún lado, al igual que la partida de defunción del anterior. Y conste que lo de Maduro es un grave problema de Estado que en una nación democrática ya habría sido abordado, corregido y sancionado como debe ser.
Es que este régimen, amigo lector, es, en sí mismo, una descomunal mentira.   

(LA PRENSA de Barinas - Martes, 03 de septiembre de 2013)

martes, 3 de septiembre de 2013

COMPROMISO CON EL PRESENTE Y EL FUTURO

DISCURSO DE ORDEN DEL DIPUTADO
GEHARD CARTAY RAMÍREZ
ANTE EL CONCEJO MUNICIPAL DEL MUNICIPIO SUCRE DEL ESTADO BARINAS

(Socopó, 19 de abril de 1990)

Por estas fechas los venezolanos solemos tomar otra vez en nuestras manos el libro de la Historia.
Buscamos en sus páginas los hechos que mayor significación han tenido en nuestro azaroso proceso formativo como pueblo. Y más que recrearnos en anécdotas y detalles, intentamos extraer de aquellos episodios la fuerza telúrica que los impulsó, como buscando allí, al propio tiempo, una especie de energía ancestral capaz de contagiarnos para seguir hacia adelante y lograr las metas que aún no hemos obtenido.
A eso he venido esta mañana a Socopó: a invocar de nuevo aquel espíritu que movió a nuestros antepasados ese Jueves Santo del 19 de Abril de 1810. Y a recordar cómo aquella jornada fue la fecha clave con la que se inició la gesta independentista y tal vez, al decir de algunos historiadores, una de las primeras manifestaciones populares caraqueñas, a cuyo término el pueblo dijo no al mandato tiránico de Vicente Emparan y abrió un capítulo fascinante en la historia venezolana.
180 años después tendríamos que preguntarnos si hemos sido capaces de continuar abriendo caminos a la Patria venezolana. La respuesta se nos antoja negativa, desgarradora, terriblemente pesimista. Porque no debe ser este el país que soñaron los Padres Libertadores, ni es tampoco el que aspiramos ahora la mayoría de los venezolanos.
Podría ser, tal vez, un remedo del país que quisieron Bolívar, Sucre, Páez y Miranda, aunque seguramente ninguno de ellos estaría conforme con las taras y los vicios que hoy lo amenazan hasta en su propia existencia. No es este, ciertamente, el país de “la mayor suma de felicidad posible” que pedía el Libertador en su intento por describir el mejor gobierno para estas repúblicas latinoamericanas.
Podría ser, tal vez, un asomo de la Venezuela que soñaron Rafael Caldera, Rómulo Betancourt y Jóvito Villalba, aunque de seguro no calzaría los puntos a la medida del proyecto de país por el cual todos ellos lucharon denodadamente. Betancourt habló alguna vez amargamente de las verrugas de la democracia. Villalba no dejó nunca de quejarse quijotescamente por las fallas del sistema. Y Caldera acaba de hablar en estos días en Maracaibo sobre el ultimátum del pueblo a los partidos políticos, a propósito del último proceso electoral y su preocupante fenómeno abstencionista.
¿Tenemos entonces razones para estar satisfechos? Obviamente no. Cierto es, desde luego, que hemos logrado algunas metas como pueblo. Decir lo contrario sería una necedad. Hemos avanzado resueltamente en algunas áreas, pero no puede dejar de preocuparnos el hecho, dramático si se quiere, de que aquellos objetivos no alcanzados terminen por hacer palidecer -como ya por cierto así lo percibe una buena parte de los venezolanos- las conquistas obtenidas. Y esto sí sería realmente grave porque colocaría el balance histórico a favor de la tesis de quienes sostienen que nada hemos logrado en estos años.
Yo vengo hoy a hablarles como un venezolano preocupado por el rumbo de su país y como un barinés angustiado por la situación de su región. Vengo a hablarles en nombre de todos aquellos que no se sienten contentos con la que está pasando y están pidiendo a gritos un cambio para avanzar con firmeza y claridad hacia un destino mejor. Son hombres y mujeres, jóvenes y viejos, obreros y empresarios, campesinos y profesionales que no quieren seguir viviendo en un país y una región cada vez más pobres, con gobernantas mediocres y sin aliento para desafiar la crisis y vencerla. Hablo en nombre de quienes no soportamos más a una clase política, empresarial y sindical que han hecho de la corrupción el medio fácil para enriquecerse ellos y empobrecer al resto del país.
Quiero hablar en nombre de las mayorías silenciosas que no tienen voz, pero que poco a poco están formando con su silencio escandaloso la conciencia del país que viene. Ellos son el ejército de los inconformes, de los que rechazan esta mentalidad pequeña y corrupta de quienes han terminado por prostituir la función de gobernar, convirtiéndola en un medio para hacer fortuna y no de servir al pueblo.
Y quiero hablar también en nombre de los muchos compatriotas que rechazan esta sociedad de cómplices, tantas veces mentada, que cada día crece en Venezuela y que une a los más torvos intereses, ya sean de la oposición o del gobierno, por los platos de lenteja de los contratos de obras o del reparto de la piñata presupuestaria.

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El país vive una grave crisis por la falta de credibilidad del pueblo en sus dirigentes. La palabra de los políticos está en entredicho. Y poco a nada se le cree a quien desde la tribuna pública o del cargo burocrático formula promesas que muchas veces son de difícil o imposible cumplimiento. Porque la gente ya no cree en quienes dicen una cosa hoy y otra mañana, ni en aquellos que dicen una cosa cuando están en el gobierno y otra cuando son oposición. Todo ello ha terminado por convertir a los partidos y sus dirigentes en instituciones cuya influencia pareciera ser cada vez menor en el país.
Desde luego que incurrir en generalizaciones odiosas e injustas sería una grave equivocación. Hay políticos honestos como también hay políticos tramposos. Hay políticos honrados como existen políticos corruptos. Hay políticos talentosos e inteligentes y hay políticos brutos y mediocres. “De todo hay en la viña del Señor”. Pero, por esto mismo, los políticos que queremos reivindicar el ejercicio honesto de la política  estamos en el deber de denunciar a aquellos que la han venido convirtiendo, a los ojos del pueblo, en una profesión de pillos y ladrones a quienes sólo les interesa engordar sus cuentas bancarias y procurarse los privilegios que millones de venezolanos no logran alcanzar.
Al lado del inmediatismo y la voracidad crematística de muchos de nuestros políticos crece una falta de aliento histórico para impulsar a Venezuela hacia grandes metas de progreso y bienestar. Ahora bien, ¿cómo podría importarle a un político corrupto que sólo piensa en una gran finca, espectaculares mansiones, vehículos lujosos, cuentas millonarias en el país y en el exterior, el presente y el futuro de Venezuela y de sus sectores de menores recursos y posibilidades? Quien sólo piensa en su interés personal poco o nada puede importarle el de los demás. Si Bolívar se hubiera dedicado a fomentar el ingenio azucarero de San Mateo tal vez no hubiéramos tenido en él al formidable héroe de la libertad que, dejándolo todo de lado -su riqueza personal inclusive-, murió con una camisa prestada en San Pedro Alejandrino.
Y todo esto es así porque la gente exige que la auténtica y verdadera vocación de todo político constituya una función pública, desinteresada en lo personal y fructífera en lo que conlleva de colectivo. Por ello repugna a los ojos de la mayoría cómo existen dirigentes políticos que usan el gobierno o sus cargos de representación popular sólo para lucrarse y enriquecerse, a través del tráfico de influencias y el cobro de comisiones. No se trata, en última instancia, de condenar a quienes se enriquecen por vías legítimas y legales, pues -a fin de cuentas- cualquier ciudadano tiene perfecto derecho a ello. Lo que se condena es la utilización del Poder Público, que está al servicio de todos, para fomentar la riqueza de unos pocos, entre ellos, algunos aprovechadores insertados en la clase política, empresarial y sindical.
La ausencia, pues, de una auténtica vocación de servicio público y la existencia, en su lugar, de una marcada inclinación al logro de objetivos sencillamente personales, ha terminado por restarle aliento y fuerza a la acción de quienes ahora ejercen el poder en Venezuela. En lugar de sentir progreso y seguridad para todos, los venezolanos se sienten cada vez más cercanos a una situación de grave retroceso en cuanto a desarrollo y confianza colectiva. La ley y la justicia, al parecer, sólo existen para ciertos grupos privilegiados y no para las grandes mayorías nacionales.
Como lo ha dicho en estos días monseñor Jorge Urosa Sabino, Obispo Auxiliar de Caracas, estamos asistiendo a una crisis que desgarra al país, no por razones propiamente económicas, sino por una severa inversión de valores éticos, morales y sociales. Uno de esos valores, probablemente aquel que hace más fuerte a cualquier colectividad humana, es el valor de la solidaridad.
Y en Venezuela la falta de solidaridad humana se traduce en la indolencia del gobierno frente a los intereses populares, al no garantizar como es debido la correcta prestación de los servicios públicos, el funcionamiento idóneo de los hospitales y centros de salud, la buena marcha de escuelas y liceos públicos. Pero también esa falta de solidaridad gubernamental hacia los más oprimidos se convierte en un asunto singularmente escandaloso cuando observamos cómo a diario crecen la miseria, el hambre, la marginalidad y la pobreza en nuestros barrios urbanos y poblaciones rurales.
Por cierto que, a este respecto, Barinas ocupa hoy por hoy el bochornoso récord de ser el segundo estado del país en cuanto a pobreza crítica y el primero en mortalidad infantil, todo lo cual habla por sí sólo en relación a la capacidad y al trabajo de nuestros gobernantes regionales. Y sería, además, la única explicación posible al hecho insólito de la paralización del hospital de Socopó, tan ansiosamente esperado por esta laboriosa comunidad.
La otra gran crisis que nos sacude está unida a la negligencia y la pereza que nos gobiernan en los más altos niveles de la Nación. No hay aliento ni grandeza de objetivos, porque así lo impiden la falta de carácter y de mística que, en mala hora, se han apoderado de quienes conducen el gobierno a nivel nacional y regional. Esas mentalidades pequeñas y mediocres son incapaces de luchar contra la inflación, la especulación y el desempleo que golpean con mayor fuerza a la clase media y a los sectores humildes venezolanos. Y a su lado, burócratas y tecnócratas fríos e insensibles, de espaldas a la realidad del país, pretenden experimentar con el sufrimiento del pueblo sus recetas económicas y financieras, creando así, de paso, el caldo de cultivo para que se repita en cualquier momento otro sacudón como el del 27 de febrero del año pasado.
Como bien lo acaba decir también Monseñor Urosa Sabino en su Sermón de las Siete Palabras, “es deber de la sociedad reclamar, hacerse sentir a través de la opinión pública en contra de los criminales. Los venezolanos no podemos ser tratados como unos cualquieras”, añade. “Debemos legitimar nuestros derechos para que aquellos cumplan de verdad con sus deberes para con el pueblo que los colocó allí. Debemos protestar y solidarizarnos -agrega el jerarca católico- con esos hermanos en nuestros barrios, sin agua, sin comida, sin techo…” (El Nacional, 14 de abril de 1990).
La protesta es, pues, agrego yo, una bandera lícita y legítima en las manos del pueblo. Es, además, una conquista democrática, consagrada en la Constitución Nacional. Y sería un crimen contra nuestros hijos si permaneciéramos pasivos y callados más tiempo, mientras Venezuela se desangra por los cuatro costados, gracias a quienes saquearon y aún saquean nuestros recursos financieros para depositarlos en sus cuentas de los bancos extranjeros de Miami o de Suiza, mientras aquí crecen todos los días la pobreza crítica, el hambre y la miseria.
Hay otra reflexión que también nos impone la dramática hora presente: la de evitar que se haga cada vez más profunda la brecha entre el país nacional y el país político. Si los políticos y los partidos seguimos reduciendo todo nuestro análisis y todo nuestro discurso, nuestra propia visión del país, al simple conteo de votos, es decir, a una descarada noción electorera de la realidad nacional, entonces corremos el riesgo de que todo se venga abajo por la fuerza de la demagogia y el populismo, y poco o nada podremos hacer, en consecuencia, por transformar de verdad un proyecto político que presenta serias deficiencias a esta altura de su realización, y así   cerrarle las puertas a modelos neo autoritarios militaristas, fascistas o comunistas, aún latentes y al acecho.
Porque los votos no son el único objetivo de la praxis política, ni justifican el compromiso de los políticos. A los venezolanos en general, políticos o no, lo que les interesa es que el país marche hacia adelante, sin retrocesos anacrónicos y negativos; que el gobierno cumpla con sus funciones; que los servicios públicos sean eficientes; que se combata la corrupción; que haya políticas eficientes para reducir al mínimo posible la pobreza y el desempleo; y que alcancemos todos, sin exclusiones, verdaderas metas de progreso y desarrollo.
Tenemos que evitar que siga creciendo la ya evidente distancia entre los políticos y el resto de los ciudadanos. Y esto sólo será posible en la medida en que los políticos no sigan siendo una casta que sólo se interesa por sus problemas, que sólo se ocupa de lo estrictamente “político” y que todo lo reduce -repito- a una visión electoralista y clientelar, en beneficio de sus intereses personales o de grupo.
Los venezolanos, pues, quieren una democracia, unos partidos y unos políticos que se ocupen de sacar al país del atolladero en que ahora se encuentra. Pero ese objetivo sólo puede darse si la clase política -y la empresarial y sindical también- se esmera en ser digna, ejemplar, honesta, auténtica, capaz, con vocación de servicio, con visión de futuro, con altura de metas y con una mayor capacidad de representación hacia quienes en cada proceso electoral le confían su mandato.
Y conste que estas palabras las dice un político activo, militante de un partido. Pero un político que quiere rescatar, junto con muchos otros políticos más, el sentido ético y eficiente de la política. Y sobre todo, un dirigente político para quien la política envuelve una profunda vocación de servicio público, y no un conjunto de privilegios para servirse a sí mismo y enriquecerse con los dineros del pueblo.
El país quiere cambiar, y sus dirigentes tenemos que hacer posible ese cambio. Nos avergüenza cómo, en pocos años, Venezuela pasó de ser un país opulento a un país con altos niveles de pobreza; cómo de la riqueza mal administrada y peor distribuida, hemos devenido en una sociedad donde más del 60 por ciento de sus habitantes han visto agravar sus necesidades fundamentales; cómo aquella riqueza fácil se transforma en penuria que hoy ensombrece la vida de la gran mayoría de nuestros compatriotas.
Si todo esto advino con asombrosa rapidez en casi dos décadas, a los dirigentes que representamos el relevo necesario se nos impone una inmensa tarea y un gran desafío en los años futuros. Se nos ha dicho hasta el cansancio que, a pesar de todo, el país aún tiene a su disposición cuantiosos recursos para su recuperación, y creo que esto es cierto. Pero para que no se repitan los errores del pasado, para que no caigamos en las tentaciones que nos han traído hasta este precipicio donde hoy nos encontramos, los nuevos dirigentes tenemos que actuar, más que siguiendo recetas económicas o fiscales, con apego a una actitud moral y ética que permita alcanzar lo que ahora y siempre deseamos los venezolanos: una nación próspera y desarrollada.

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Quiero ahora hacer una reflexión sobre nuestra región. La situación
de Barinas es vivo ejemplo de la crisis que nos acogota. Nunca antes, en verdad, nuestro estado había sufrido una coyuntura como la que ahora atravesamos y que, por otra parte, tiende a agravarse aún más cada día que pasa.
Permítaseme decir que soy un convencido de las extraordinarias posibilidades de nuestra región. Difícilmente existe en Venezuela o en el continente una porción de tierra fértil y generosa como la nuestra, con agua abundante y recursos naturales de todo género, desde el petróleo incesante en el subsuelo, pasando por las riquezas pecuarias, agrícolas y forestales que se posan a lo largo y ancho de su extensa geografía, hasta disponer de los mejores suelos del país para el desarrollo de la agricultura. Barinas tiene 35.200 kilómetros cuadrados de llanos y montañas promisoras, con hombres y mujeres laboriosos, cuyo mejor ejemplo, por cierto, se consigue aquí en Socopó y en esta área del piedemonte barinés. De modo, pues, que hemos sido benditos por Dios al vivir en este franja maravillosa de tierra venezolana.
Y, sin embargo, Barinas vive una severa crisis. Pudiéramos citar los versos de nuestro poeta Alberto Arvelo Torrealba al decir que nuestra región se encuentra todavía “parada con tanto rumbo, con agua y muerta de sed”. Somos un emporio de riquezas con la mayoría de sus gentes en lamentables condiciones de pobreza y desamparo. Y alguna causa debe ser la culpable de esta paradójica situación.
Yo afirmo sin duda alguna que los responsables no pueden ser otros sino aquellos a quienes les hemos dado la oportunidad para que gobiernen y no han sido capaces de aprovechar nuestras riquezas naturales para beneficio del desarrollo barinés. Han desaprovechado lo que la Providencia nos ha regalado a todos para -en cambio- entregárselos a una minoría plutocrática y corrompida. Son los mismos que han utilizado el poder para enriquecerse ellos, olvidando que la función de gobierno es fundamentalmente una función de servicio público, y sobre todo de atención a los más pobres.
Esa falta de sensibilidad social es la que explica porque están quebradas la agricultura y la cría, que han sido siempre el soporte de la economía regional. Esa falta de solidaridad y de equidad es la que explica también las fallas de nuestros servicios públicos, la pésima vialidad rural, la falta de asistencia crediticia a nuestros campesinos y agricultores, la creciente inseguridad y violencia que se han apoderado del campo barinés, la crisis de la salud y la educación, el desempleo, la miseria y el hambre. Se ha gobernado para una minoría selecta y se ha abandonado al pueblo. Y ese es la principal razón para que estemos como estamos ahora.
Hay entonces que gobernar para las grandes mayorías y no para un grupito de privilegiados. Lo prioritario ahora es lograr que los sectores más necesitados tengan la posibilidad de trabajar y de superarse, creando para ello las condiciones mínimas para un ingreso suficiente y progresivo que les permita satisfacer sus necesidades. Debe igualmente lucharse, sin tregua ni descanso, para lograr mejoras sustanciales en la prestación de los servicios públicos, entre ellos, la salud, educación, seguridad personal, recreación, agua, transporte, electricidad, aseo y comunicaciones. Y debemos igualmente combatir a fondo para que se jerarquicen, realmente, las prioridades fundamentales para el desarrollo auténtico y sostenido de Barinas, a saber, la agricultura, la salud, los servicios públicos, fuentes de trabajo, pequeña y mediana industria, conservación de nuestros recursos naturales renovables, seguridad, educación, turismo y deportes.
Pero para que estos grandes objetivos se cumplan, los barineses tenemos que luchar en conjunto, creando conciencia sobre el valor de la protesta cívica y las manifestaciones democráticas, obligando así a quienes gobiernan a rectificar los errores que se empecinan en repetir día a día. Porque debe saberse de una buena vez que en toda democracia la palabra del pueblo y de la opinión pública es fundamental para los gobernantes, y que estos, en última instancia, son simples mandatarios nuestros que están obligados a trabajar en la dirección que las grandes mayorías les señalen. Y esto es bueno recordarlo en estos tiempos de sordera de muchos gobernantes alejados del sufrimiento y la angustia de los venezolanos.
Por estas fechas, decíamos al inicio, los venezolanos solemos tomar otra vez en nuestras manos el libro de la Historia.
Porque estas fechas, señoras y señores, también son propicias para preguntarnos, en este formidable empeño que debe ser común, qué podemos hacer por Venezuela y por Barinas en los próximos años. La Patria grande y la Patria chica están urgidas del concurso de todos nosotros.
Y es que este nuevo 19 de abril es fecha propicia para renovar nuestro irrenunciable compromiso con el presente y el futuro de Venezuela.
Muchas gracias.

domingo, 1 de septiembre de 2013

MÁS ALLÁ DE LO ELECTORAL
Gehard Cartay Ramírez

Mientras los sectores democráticos se agoten en lo simplemente electoral tardará aún más la derrota definitiva de este régimen.

La electoral es -sin duda- una de las vías que debemos transitar los demócratas de este país. Esto no tiene discusión. Debemos, por tanto, utilizarla cada vez que se presente, y no obstante las irregularidades que la caract...erizan hoy en Venezuela. Porque no podemos olvidar nunca que las campañas electorales son una oportunidad extraordinaria para contactar a grandes sectores de la población, ya sea a través de la propaganda en los medios o, preferiblemente, mediante el contacto personal, casa por casa, de manera directa con los ciudadanos. Esa oportunidad permite, además, conocer directamente los problemas de la gente, denunciarlos y, en lo posible, luchar por su solución efectiva.

A pesar de todo ello, la vía electoral, sin embargo, no es la única. Hay que acompañarla, en consecuencia, de otras como la creación de una nueva emoción, de una mística y de una militancia radical en la lucha por un país mejor, convenciendo a todos de que ello es efectivamente posible. Que Venezuela puede superar el estercolero del régimen que la domina desde hace casi 15 años y que es posible también construir otro país, con justicia social, desarrollo y progreso para todos.

Por desgracia, esa mística por una Venezuela mejor no termina de concretarse y, a veces, los intentos por hacerla vigente parecieran apagarse. Entonces surgen unos cuantos signos de conformismo, resignación y apatía en ciertos sectores de la vida nacional. En algunos de ellos brota también la desesperación y el desencanto, con su carga de pesimismo infecundo.

Otras vías de lucha también están abiertas para los sectores democráticos. Ellas son la protesta social, la conexión con los sectores pobres y la formación de cuadros de dirigentes a todos los niveles.

Lo de la protesta social pareciera a veces asustar a la cúpula del movimiento opositor, que en algunos momentos exagera su moderación y neutraliza así la capacidad de movilizarnos en la calle, como lo amerita la marcha autoritaria y antidemocrática que sigue desarrollando el régimen. Se nos olvida, al parecer, que en el pasado fue obligado a dar marcha atrás ante la protesta expresada en extraordinarias movilizaciones populares.

Cuando me refiero a la protesta social no estoy hablando -por cierto- de marchas y manifestaciones multitudinarias. Eso es otra cosa. Por protesta social entiendo acompañar a la gente en sus planteamientos de todos los días, exigiendo mejorar su calidad de vida, difundiendo problemas de sus comunidades o denunciando tantas injusticias y errores del régimen. Se trata entonces de estar al lado de la gente y sus problemas, más allá de la oposición mediática a que se han acostumbrado ciertos dirigentes opositores, que todo lo reducen a aparecer en los medios, pero nunca donde están los problemas de los demás. Por cierto, tampoco hay que olvidar que cada vez son menos los medios de comunicación dispuestos a darle espacios a la oposición, bien porque los compra el régimen o por la cobardía de autocensurarse.

La conexión con los sectores más necesitados es vital. Y no puede ser una pose demagógica, artificial o de conveniencia. Debe ser una conexión sincera y auténtica, de verdadero compromiso con quienes han sido excluidos por el actual sistema económico y social, con aquellos que son la primeras víctimas de la injusticia y de la ausencia de oportunidades de mejoramiento de su calidad de vida, hoy totalmente deteriorada.

Y la formaciòn de cuadros es esencial también. Hay que formar los dirigentes democráticos, especialmente los jóvenes y los luchadores sociales. Prepararlos en su desempeño, darles nociones de las doctrinas sociales, formarlos en materias organizativas, de oratoria, activismo y también en políticaspúblicas, de cara al provenir. En todos estos aspectos estamos trabajando en el Centro de Políticas Públicas IFEDEC, tanto nacional como regionalmente.

Otros aspectos también deben ser asumidos por los dirigentes de las fuerzas democráticas. Uno de ellos es la convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente, tema que abordamos la semana pasada y sobre el que volveremos más adelante. Esa Constituyente nos permitirá reordenar los poderes públicos y convocar una nueva elección presidencial, de allí su importancia. También hay que abordar una estrategia en torno a lo que debemos hacer ante el control casi hegemónico del régimen sobre los medios de comunicación social, tema relevante, por lo demás.

Hay, pues, otras cuestiones, aparte de la electoral. Lo importante, por cierto, es que están relacionadas con esta última y permiten desarrollarlas en forma simultánea, sin que el reto de las elecciones de este 8 de diciembre deje de ser lo más importante, por ahora.

twitter@gehardcartay

(LA PRENSA de Barinas - Martes, 27 de agosto de 2013)

miércoles, 21 de agosto de 2013

LA SALIDA CONSTITUYENTE
Gehard Cartay Ramírez
La propuesta de una Asamblea Nacional Constituyente anima por estos días el ambiente político y produce algunas reacciones fácilmente rebatibles.
La primera de ellas descalifica tal iniciativa por considerarla inefectiva, vistos los fracasos que han significado anteriores Asambleas Constituyentes en Venezuela y el mundo. Se trata de un argumento inconsistente, sin duda. Si fuera así, entonces no valdría la pena aprobar nuevas Constituciones porque algunas nunca se aplicaron en el pasado. Tampoco tendría sentido luchar democráticamente para llegar al poder, visto que la mayoría de los gobernantes anteriores han fracasado.
Quienes así opinan también afirman que son “remedios” que ya se probaron sin resultados positivos. Este es un juicio de valor absoluto y ya sabemos que en política todo es relativo. Hubo casos en que no resolvió alguna crisis institucional y otros en que, por el contrario, sí lo logró, con resultados positivos. Ejemplos abundan al respecto.
Una segunda reacción juzga que el planteamiento de una Constituyente por parte de sectores democráticos sería una “provocación” al régimen, que entonces la convocaría y elaboraría una Constitución peor que la actual en todo sentido. Apartando lo meramente especulativo al respecto, hay un hecho cierto: la actual Constitución (Artículo 348) faculta al régimen para convocar una Constituyente. Si quisiera, sólo con aprobar la convocatoria en Consejo de Ministros, lo haría. La pregunta sería: ¿Por qué no lo ha hecho?
Partamos de la base cierta de que el régimen la convoque entonces. ¿No estaríamos obligados a ir a ese proceso, con claras posibilidades de triunfar? Si eso es así, entonces con mayor razón deberíamos convocarla, apelando a la iniciativa popular, prevista también en el Artículo 348, a partir del 15 por ciento de los electores que firmen su convocatoria.
Otra reacción contraria es su “inconveniencia” ahora porque “distrae” a los sectores democráticos de cara a las elecciones municipales. La verdad es que una cosa no tiene nada que ver con la otra. La elección de alcaldes y concejales tiene ya una fecha determinada y en cualquier caso se realizaría primero que la eventual convocatoria de una Constituyente. Así que este argumento no tiene mayor peso.
En cambio, las consideraciones a favor de la Asamblea Constituyente sí parecen tener mayor relevancia. Comencemos por el principio: ¿Cuál es su finalidad? El artículo 347 lo señala expresamente: “transformar el Estado, crear un nuevo ordenamiento jurídico y redactar una nueva Constitución”. En consecuencia, si usted, amigo lector, piensa que el Estado que padecemos, sus leyes y hasta esta Constitución colman sus aspiraciones, entonces no tendría porque estar de acuerdo con la Constituyente. Pero si es al contrario, es decir, si usted no está de acuerdo con el actual estado de cosas, entonces la vía democrática para producir un cambio sustancial puede ser la de la Asamblea Constituyente.
Si se aprueba esta vía, la soberanía popular, representada por la Constituyente, nos ahorraría tener que esperar hasta el 2019 para salir de este régimen inepto, castrocomunista y corrupto. La Constituyente tendría luego que convocar elecciones pulcras y verdaderamente democráticas, con otro CNE y unas reglas respetuosas de la voluntad mayoritaria de los venezolanos.
Y todo este proceso deberá ser acatado por el actual régimen, pues no lo podrá objetar de acuerdo al artículo 349. Ahora bien, sin pecar de ingenuos, pues sabemos que quienes ahora ejercen el poder lo hacen inescrupulosamente, todo esto supondría una decidida actuación que pase por encima de cualquier obstáculo y haga respetar, de una vez por todas, lo que decida el pueblo venezolano. No cabe otra actitud.
La Constituyente, desde luego, deberá vencer dos adversarios que desde ahora aparecen en el horizonte: los que desde la oposición se oponen a ella y califican a quienes la promueven como “radicales”, aunque simplemente apelen a una norma constitucional (por cierto que quienes así opinan se limitan a negar la Constituyente, sin  ofrecer otra alternativa, como no sea la de esperar); y los que desde el régimen la enfrentan, pues tienen motivos poderosos y están a la vista.
Que el proceso constituyente comporta sus riesgos, resulta, sin duda, una verdad colosal. Pero en la política toda posición asumida los tiene. ¿No los hemos tenido, acaso, en los procesos electorales recientes, el último de los cuales estuvo signado por el fraude y el ventajismo del régimen? Sin embargo, lo peor que podríamos hacer es permanecer inactivos y resignados ante esos riesgos.
La propuesta de una Asamblea Constituyente está ya en la calle y debe discutirse ampliamente. No puede ser despachada con una simple negativa en el campo opositor. Y ello por una razón: la oposición no puede ser como el régimen, que impone una sola “verdad” que nadie discute y todos acatan. Nosotros somos todo lo contrario: unidad en la diversidad, sin dogmas, sin imposiciones y sin caudillos, donde todo debe discutirse y decidirse por mayoría.
Discutámosla, pues, sin prejuicios ni temores. Lo exige así el más alto interés nacional.

(LA PRENSA de Barinas -Martes, 20 de agosto de 2013)